Por Mirtea Elizabeth Acuña Cepeda
Cuando la humanidad es aterrada por una epidemia o pandemia, busca su origen en una explicación natural o sobrenatural y va de la creencia en el castigo a la ciencia en busca de una explicación del mal que esta sufriendo. Las epidemias han afectado a todos los grupos en las distintas sociedades a lo largo de los milenios y al sufrir los individuos que forman parte de una comunidad, la enfermedad conlleva un conflicto entre lo público y lo privado, pues la enfermedad al ser de índole trasmisible vincula la persona con el colectivo e involucra lo político.
En el pasado y no muy lejano, consideraba a la enfermedad la consecuencia de una vida desordenada y culturalmente colocaba al individuo en una situación que podría ser merecedora de sanción, más aún cuando era fuente del contagio, como la lepra, bíblicamente aislados del grupo; por tanto, una epidemia justificaba la intervención de los poderes religiosos o civiles en la vida privada, sobre todo al suponer que, al propagarse la enfermedad, el mal se extendía sobre la tierra y se posesionaba del alma de las personas y, como durante la Peste Negra, el imaginario se situaba en el final de los tiempos y la condena al infierno, en un mundo apocalíptico, siendo causa de profundo desasosiego y la búsqueda de la religión o la superstición para escapar del profundo averno.
Las epidemias se acompañan de un cortejo, del desempleo, el empobrecimiento y la violencia entre otros, incluyendo la criminalización de conductas habituales y además, ante la necesidad del control de los desplazamientos, se clausuran ciertos festejos religiosos, las escuelas y los lugares de afluencia pública en las cuales se sustentan buena parte de las relaciones sociales, que son imprescindibles para la cohesión y el orden social (Rodríguez, 1991). De ahí la importancia de la asistencia gubernamental, que bien puede adquirir un elevado costo y poner en situación difícil las finanzas públicas y privadas.
Por su parte, las clases sacerdotales se empeñan en la reforma moral comunitaria y la piedad colectiva y en tiempos de pandemias los dioses y luego los santos protectores contra las enfermedades se multiplican. Recordemos a Santo Santiago, quien suplió el culto a Apolo, él sobrevivió a las flechas y por ende protege contra las saetas de la ira divina; se observa una alusión al pasaje de la Ilíada, cuando Apolo desencadena la plaga contra los aqueos y a Santiago se le representaba como un hermoso joven, atlético y desnudo, recibiendo una lluvia de flechas, lo cual supone una alegoría de Apolo en la iconografía cristiana (Bermejo, 1935); luego, el conservadurismo impuso una representación del santo como un anciano, alejándolo del deleite estético.
A lo largo de la historia dioses y diosas, santos y santas, han sido vistos como intercesores por los padecimientos humanos y se ha percibido a la enfermedad como una relación pecado/castigo, pero también como prueba divina para aquilatar los méritos tanto de los individuos como del colectivos, propiciando convertir la enfermedad y la lucha contra las enfermedades en una forma de heroicidad, que es una ruta para alcanzar los ideales y que estudiamos en la Ética de Aristóteles; el honor de servir al necesitado, como un concepto operativo de la sociedad a través de las virtudes y quienes perecen en la lucha contra las enfermedades, desde la óptica religiosa, se les compara con los mártires y en ese punto, la enfermedad deja de ser objeto de censura para transformarse en terreno de fortificación del alma y una corona de heroicidad.
Avanzando Cronos, al irse descubriendo los agentes patógenos, parecía venir un cambio de visión de las epidemias, al ser eliminado Satanás como causante de enfermedades por la teoría microbiana y exculpando a la persona del pecado y a la enfermedad como castigo divino y sin embargo, todavía hay quien busca víctimas propiciatorias ante la ira divina. A finales del siglo XIX, el matemático José de Echegaray escribió un soneto, al que títuló:
El Diablo y el bacillus
Buscando de la peste en lo pasado, el negro germen y la impura ciencia,
entre redomas de unto y pestilencia encontrse a Luzbel acurrucado.
Hoy la vieja visión se ha transformado y vemos, de un cristal por la potencia,
del virus en la turbia transparencia, un infuso ruin pasar a nado.
¡Sigue la procesión! ¡Sigue la tanda! El Diablo muere y el microbio pica…
Con la ponzoña que a la sangre manda. Y sin embargo, al fin todo se explica.
¿Qué es la lente? La ciencia que se agranda. ¿Qué es el microbio? El Diablo que se achica.
Bibliografía
M. V. Amasuno, Cronología de la peste en la Corona de Castilla durante la segunda mitad del siglo XIV, en Studia Historica. Historia Medieval, N°12, 1994.
R. Bermejo Mesa, Edición y traducción castellanas de veinticinco inscripciones sepulcrales hebraicas pertenecientes al cementerio judío de Toledo (siglos XIII al XV), C. Bermejo, Madrid, 1995.
L. Beltrán Moya. Historia de las epidemias… (1348-1919), La Esfera de los Libros, España, 2006.
Rodríguez Sánchez, «Economía y sociedad en los siglos XVI y XVII», en: Manual de Historia de España, vol. 3, Historia 16, Madrid, 1991.
Comentarios
Un trabajo pulcro, sabiamente lubricado con este soneto de José de Echegaray, en el que nos muestra la historia de la humanidad en fina concordancia con la Lente de la ciencia y el microbio de nuestros miedos e ignorancia.
Mirtea es una mujer más que culta, es una artista del Pensamiento crítico, su intuitiva pluma nos hace viajar y ubicarnos en el tiempo mismo del relato, nos atrae a leerle y a seguir aprendiendo, tal pareciera que sabe más de lo que aprendió en la Universidad, y lo bueno de todo esto, es que no es egoísta, de esos académicos estirados que sólo saben oírse a sí mismos, ella escribe, publica con pasión y quienes leemos sus trazados, sabemos que es sabiduría hecha tinta.
Agradezco tan encomioso comentario, muchas gracias estimado Roberto González Short.