Profesor Evaristo Velasco Álvarez
Nadie podía decir con seguridad la edad que llevaba cargando en sus hombros aquel hombre ya de carnes enjutas y de ojos cansados, pero de una sonrisa que no le quitaban los malos momentos que la vida de seguro le había dado. Decían que antes de que todos llegaran al pueblo, él ya estaba ahí, siempre contento y siempre dando la mano a quien le solicitara alguna ayuda, algún consejo, con sabiduría y paternal actitud.
Su labor de reparador de calzado nunca fue impedimento para tener una palabra de aliento para todo el que le pidiera ayuda. El pueblo entero iba con don Pablito a pedirle que les renovara sus zapatos, ya abrillantándolos, ya repintándolos o ya reponiéndoles suelas o tacones.
Y ahí, al final de la calle de la iglesia, frente del jardín, sabía el pueblo entero que lo encontraría dale que dale, contento y silbando alguna tonadilla de esas que son bonitas pero que solo los viejos saben de qué canción se trata. El pelo cano e hirsuto, cubierto apenas con su sombrerito de palma, tradicional de esos que les llaman huaripas, y que le ayudaba tanto en los días de mucho sol, como en los días de lluvia.
Un día de esos en que sientes que te sobra el tiempo y que no sabes en qué pasarlo, Javier fue a dar al negocio de don Pablito, aprovechando que sus zapatos estaban un poco descuidados. “Voy a darles una chanza” dijo Javier, “A ver qué les hace don Pablito, para que me luzcan bien”. Y sin decir más se calzó unos huaraches viejos y cargando con sus zapatos se dirigió a ver a don Pablito.
En la negociación del reparador de calzado, Javier halló al trabajador en plena labor, puliendo los botines color crema que dona Altagracia le había llevado, y al parecer, estaban quedando como nuevos. De inmediato le preguntó si tenía tiempo de reparar sus zapatos, asintiendo don Pablito, “pero primero termino estos botines”, le dijo; “doña Altagracia no tarda en venir por ellos, parece que tendrá una fiesta en casa de doña Lupe…”
Javier encontró una silla de esas tejidas de ixtle, muy cómoda y dispuesta, por lo que sin más se arrellanó en ella, cargando en su regazo los zapatos y viendo el entusiasmo que el trabajador imprimía a su labor. Pensó en sus adentros: “Con la mitad de entusiasmo que este señor le pone a su labor, cualquiera es un buen trabajador”.
Y sin darse cuenta, comenzó una plática muy interesante entre Javier y don Pablito; uno preguntando y el otro dando certeras y sabias respuestas. Porque se daban ambos el tiempo de formularlas y de disfrutarlas, como deben hacerse las preguntas y las respuestas de valía.
-Y dígame don Pablito ¿Cuál es el secreto que usted tiene para mantenerse siempre contento en su trabajo?
-Pues verá usted joven Javier, todos los días me levanto contento y agradecido con el señor por darme un día más para realizar lo que sé hacer. Y eso me mantiene contento y seguro de estar haciendo lo que quiero y que me permitirá servir a mis amigos.
-Bueno, pero la verdad es que usted no gana mucho dinero con su trabajo… mejor diremos que gana usted apenas para seguir manteniéndose. ¿No tiene usted miedo de que tenga algún problema que le impida seguir trabajando? No sé, una enfermedad o alguna desgracia…
-Pero ¿Miedo a qué o a quién? Yo siempre hago lo que debo hacer en mi trabajo e intento hacerlo completo, y eso me tiene feliz porque estoy haciendo lo que me gusta hacer… Y si me vinera alguna enfermedad o desgracia, ya Dios dirá. No hay por qué preocuparse. Cuando vengan los problemas los enfrentaré.
-Y he tenido problemas… Un día me corté con la cuchilla al repararle la suela a unos zapatos, y estuve como una semana casi sin poder hacer nada. Entonces estuve muy triste los primeros dos días. Digo, es natural que todos nos sintamos de pronto angustiados… pero luego dije: “Si esta es tu voluntad señor, quiere decir que debo diversificar mi trabajo”. Y sin más, me dediqué a bolear y abrillantar los zapatos, mientras que mi herida sanaba.
-Pues fíjese don Pablito, que en ocasiones me encuentro como perdido, como que no sé qué hacer, como que la vida no tiene incentivos suficientes para mí. Y le confieso que en ocasiones he pensado en quitarme de vivir, si no tengo una razón clara y fuerte de estar vivo. ¿Usted cómo le hace para siempre estar feliz?
-¡Ah que Javiercito! Tan sólo baste levantarse y mirarse a la cara en el espejo del baño para entender que se nos ha dado una nueva oportunidad para ponerle nuestro sello a la vida. Seguramente que sale a la calle y de pronto ve a uno de sus amigos, quien le dice: “¿Ya te diste cuenta de que pronto estará lloviendo?” Usted dígale que qué bueno que llueva, para que la calle se lave la cara y para que no se hagan polvaredas, o cualquier otra cosa que modifique su visión; porque la vida siempre será bella… Solo hay que encontrarle el modo.
Y cuando Javier sintió hambre se dio cuenta de que ya era tarde y que habría que regresarse a casa para bañarse y arreglarse… Tal vez este día Clotilde sí acepte salir con él. Se pondrá sus mejores ropas porque hoy es un día de fiesta y es la oportunidad que pueda lograr el cariño de su amada.
Se despidió de don Pablito, quien con una gran sonrisa le deseo la mejor de las suertes, diciéndole: “No se le olvide que usted es quien hace el milagro; es usted quien construye la belleza de la vida, o la destruye, creyendo que todo es un castigo, cuando en realidad es un regalo”.
velasco_alvarez@yahoo.com
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El mejor regalo, una amable conversación. Mirtea Acuñs