PERMISO PARA DELINQUIR
Relatado por Enrique Herrera Carrillo
Latinoamérica siempre se ha caracterizado por la calidez de su gente, su cultura tan variada y que decir de sus climas, gastronomía, arquitectura, paisajes, playas y un larguísimo etcétera de bondades reunidas en un solo continente. Contrasta ampliamente con el hecho de tener un lugar muy alto de corrupción en prácticamente todos los niveles económico-sociales (según las estadísticas mundiales). Esto no es gratuito; por alguna razón, nuestra sociedad latinoamericana ha sido sistemáticamente corrompida desde lo más profundo de su raíz, hasta las más altas esferas sociales y políticas, evitando que tenga un crecimiento exponencial, a pesar de tanta riqueza (o tal vez precisamente por ello).
Pero hagamos una autocrítica de porqué y para qué de dicha corrupción y cómo se desarrolla desde el seno familiar, creando una mentalidad en la que nos han hecho creer que ser justos, honrados, honestos y solidarios 'es de tontos'.
Nací en el seno una familia de clase media baja, criados a la antigua, religiosos por antonomasía, vivíamos en una colonia de tantas, prácticamente, en ese tiempo, en las orillas del primer cuadro de la ciudad más grande del mundo actualmente, la Ciudad de México.
Como todo niño, nací inocente y con unas desbordadas ganas de saber y conocer acerca de todo lo que me rodeaba; por lo que desde que tengo conciencia y al alba, me sentaba a disfrutar amanecer desde la ventana de la sala de nuestro departamento, donde compartía un sofá-cama con mi hermano mayor, ya que la recámara estaba copada por la mayoría de la familia; en espera de que mi madre me diera mi primer alimento y poder salir a la calle, a convivir y jugar con la mayoría de los niños como en esa época se estilaba, hasta muy entrada la tarde, con sus respectivas pausas para comer, y regresar a la calle a seguir disfrutando.
Es ahí donde tengo mi primer contacto con la sociedad, sus vicios y costumbres, ya que no faltaba el grupo delincuencial que se gestaba en cada calle, imitando a los demás y compitiendo por lograr ser el más agresivo, audaz y hábil del barrio. A mis 5 o 6 años, comencé a acercarme a estos adolescentes que ya desde hacía tiempo, se venían adiestrando (a modo de juego y copiando a los adultos) en las lides de ganarle a los demás. Ya sea en peleas individuales o tumultuarias, con los grupos de otras calles o barrios, donde te entrenabas en la lucha cuerpo a cuerpo, ganándote un lugar y el respeto de tu “banda”. Combinado con la competencia en los deportes, que en ese entonces eran muy variados, ya que utilizábamos el asfalto de la calle, en esa época, mínimamente transitada por los pocos que tenían el lujo de adquirir un vehículo automotor; para dibujar en ella, una cancha de básquetbol, fútbol americano, baseball, o cualquier deporte que estuviera de temporada, incluido el fútbol.
Es en este contexto donde se comienza a ver a algunos integrantes de este grupo, que se organizan para ir a otros barrios a sustraer artículos como tanques de gas, bicicletas, autopartes y todo lo que estuviera mal puesto, no por necesidad, no para satisfacer alguna revancha o algo así, era sólo por el gusto de hacerlo y demostrar que podían hacerlo. Cabe destacar que no lo hacían en el barrio, ya que había códigos que debían respetarse, pero sobre todo porque la gran mayoría de los que habitábamos dicho barrio, éramos conocidos, por lo que el que consumía drogas, robaba o delinquía, lo hacía lejos del barrio.
Sin embargo en el seno de la “Banda” era motivo de presunción, vanagloria y porsupuesto, de ejemplo para otros, quienes por la necesidad de ser y pertenecer (ganarse un lugar) buscaban también crear sus propias anécdotas. A lo largo del tiempo me tocó ver y escuchar, cómo muchos de estos amigos, conocidos o como gusten llamarlos, fueron siendo arrestados o desapareciendo poco a poco, ya sea por robar o en trifulcas callejeras de bandas rivales.
Hoy a mi edad, observo a los jóvenes de esta época y me asombra cómo se han degradado en ese aspecto la sociedad, se acabaron los códigos, ahora el más ratero, vago y adicto del barrio, es motivo de orgullo para la pandilla de cualquier calle, remedo de mafiosos, con autos robados o adquiridos con el producto de actividades ilícitas, farsantes con ropa de marca de mal gusto, con el celular siempre en la mano, para sentirse importantes, con un arma en la cintura; pero sobre todo, con el miedo dibujado en el rostro, disfrazado de agresividad. Jóvenes que de la noche a la mañana desaparecen. son acribillados desde motocicletas o automóviles en movimiento, o simplemente, pasan a ser parias del barrio, cautivos de las drogas, pidiendo una moneda y durmiendo en automóviles abandonados o quicios de las casas, barriendo las banquetas o haciendo cualquier cosa para obtener unas monedas para su vicio.
En general, la gran mayoría, seguimos conservando la costumbre de ganarle a los demás, eso es lo que produce esta clase de jóvenes; el pasarte un alto, dar una mordida en lugar de pagar tu multa y asumir tu responsabilidad (porque eso… es de tontos), meterte en la fila, estacionarte en segunda y tercera fila, robarse las toallas y hasta el papel de baño en los hoteles y restaurantes y en fin… la lista es larga. Sin embargo, hasta las cosas más triviales, como el “no le vayas a decir a tu papa”, al cabo que todos lo hacen, que lloren en su casa y no en la mía, al cabo él tiene, ni se va a notar, que te preocupa si no es tuyo, mi hijo es incapaz de algo así, ha robado, pero no le hace daño a nadie, son lo que forman el acervo cultural de una sociedad con valores mal encausados.
Comunidades donde al parecer las leyes, normas y buenas costumbres, se hicieron para romperse, brincárselas o tener el dinero y los recursos (relaciones) para infringirlas impunemente, con la satisfacción del astuto, del listo, del abusado. Ningún estrato social está libre de este mal. Es por ello que cuando le hablas a la gente de honestidad, honradez, solidaridad, justicia y hermandad, inmediatamente ven vulnerado su muy preciado “Derecho a delinquir”.
Comentarios
Enrique Herrera Carrillo, un mexicano que supo sortear más que un enojado toro en la gran Plaza de su vida. Entró, 'se la jugó', sorteó y salió muy vivito para contarnos su historia. Latinoamérica le respetamos, no creo que le admiremos por sus pillerías de inafancia y juventud, pero sí valoramos sus logros.
Gracias Verónica Mancilla, por este trabajo interpretativo del Periodismo Vivo, rescatado de la vida de un mexicano de tantos kilates!!
Al final de la jornada logró permitirse que le educaran, y hasta cultivarse en la Música, Enrique se gana nuesro respeto y cariño... Este mes de agosto, y siempre, brindaremos por ti Sr. Herrera.
Finalmente puedo confirmarte que 'Ganarle a los demás' es el Impulso de la Vida', no hay Pecado en ello, Ganar, Medrar, Triunfar y ser mejores... Ése es...
EL GRAN IMPULSO DE LA VIDA!!
Roberto González Short, colaborador de Prensamérica.