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13708857276?profile=RESIZE_710xEl ajedrez desenmascara la impostura: las piezas mal puestas no construyen estrategia, sólo espectáculo. 

Señor Jose Antonio Kast

Candidato Presidencial de la República de Chile  

He visto su fotografía en sus redes sociales frente a un tablero de ajedrez. Lo que pretendía ser un gesto de inteligencia y estrategia terminó revelando lo contrario: Un tablero mal orientado, piezas colocadas al azar, un conjunto incoherente que no resiste ni siquiera la mirada de un aficionado. No es casualidad. El ajedrez, como la política, desenmascara cuando se juega con impostura. Yo prefiero ser un peón antes que un falso rey.

En el ámbito del ajedrez y la vida. El peón avanza con humildad, paso a paso, aceptando su condición sin soberbia. No necesita simular grandezas: Su fuerza radica en la dignidad del esfuerzo, en el mérito silencioso de avanzar sin retroceder. Su poder no está en aparentar, sino en transformar cuando llega al final del camino.

Recuerdo aquí una jugada inmortal: la llamada “Inmortal de Anderssen” (Londres, 1851). En ella, el maestro sacrificó sus piezas más poderosas torres, alfiles, incluso la dama hasta quedar con lo mínimo. Y fue precisamente un peón avanzado el que selló la victoria, demostrando que la grandeza no depende del título de la pieza, sino de la claridad con que se juega cada movimiento.

También saco a la palestra la obra maestra del cine El séptimo sello de Ingmar Bergman. Allí, el caballero Antonius Block desafía a la Muerte en una partida de ajedrez, buscando un respiro frente a lo inevitable. El tablero se convierte en un espejo de la verdad: no hay espacio para la mentira, porque tarde o temprano la Muerte cobra su precio. Y en política ocurre lo mismo: la impostura o las promesas de campaña al viento siempre encuentra su límite.

Usted, señor Kast, parece jugar una partida falsa, con un tablero torcido y piezas al azar. Pretende mostrarse como estratega, pero su montaje carece de sustancia. Un falso rey que ignora las reglas más básicas de la partida que dice conducir. Y me inquieta que también ignore las reglas sociales básicas de una sociedad como los DDHH.

La diferencia es clara: El peón nunca miente sobre su lugar, nunca se disfraza de lo que no es. En su sencillez hay autenticidad. Y en esa discreción habita la verdadera grandeza.

La historia, como la Muerte en Bergman, no perdona las imposturas. Los falsos reyes siempre caen, y caen rápido. Los peones y el pueblo, en cambio, permanecen en la memoria porque representan el valor de lo pequeño, lo constante y lo verdadero.

13708850460?profile=RESIZE_710xPor eso, prefiero ser peón. Porque el mérito está en el camino recorrido, no en la apariencia fabricada. Y a usted, querido/a lector, le dejo la pregunta abierta: ¿Estamos frente a un estratega que entiende la profundidad del juego, o solo ante un oportunista que acomoda las piezas para la foto, sin comprender nunca la partida real?

Porque si su futuro gobierno se parece a esa partida que vimos en la imagen. Un tablero mal puesto, piezas fuera de lugar y movimientos incoherentes, lo único que nos espera es el caos de jugadas improvisadas, condenadas desde el inicio al jaque mate de la historia y del pueblo. “El ajedrez nos enseña que cada pieza cuenta. El futuro no depende de un rey impostor, sino de la lucidez de los peones que decidan no prestarse a una farsa”.

Porque la historia y los procesos sociales no se escribe con fotos montadas, sino con movimientos reales. Y ahí, señor Kast, es donde se verá quién juega y quién solo posa. 

Miguel Angel Rojas Pizarro / Psicólogo Educacional – Profesor de Historia – Psicopedagogía / psmiguel.rojas@hotmail.com 

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13704125274?profile=RESIZE_710xDe la emancipación inconclusa a la mediocridad social: ¿Qué celebramos realmente cada 18 de septiembre? 

Por Miguel Ángel Rojas Pizarro:. Profesor de Historia, Psicólogo Educacional y Psicopedagogo. @Soy_profe_feliz – psmiguel.rojas@hotmail.com 

Fiestas, promesas presidenciales y postverdad: Un espejo de la sociedad chilena actual. Llega septiembre y Chile se transforma. Las banderas aparecen en los balcones, la cueca se escucha en las radios, y el olor a empanada y asado se mezcla con la alegría de reencontrarse con la familia. Para muchos, estas son las fiestas más esperadas del año, un paréntesis de descanso y de identidad compartida. Sin embargo, no puedo dejar de hacerme la misma pregunta que hace más de cien años formuló Luis Emilio Recabarren: ¿Qué celebra realmente el pueblo en Fiestas Patrias?

Luis Emilio Recabarren. el primer pensador y organizador marxista en Chile y uno de los primeros en América Latina en 1905 escribía desde Tocopilla con la crudeza de un obrero que conocía en carne propia la miseria y la explotación. Para él, la independencia proclamada en 1810 no había significado ninguna libertad para los trabajadores. Los pobres seguían pobres, los ricos se habían emancipado de los españoles para convertirse en los nuevos dominadores, y el pueblo era invitado a celebrar cadenas pintadas de tricolor. Su texto no es solo historia: es un espejo que todavía hoy refleja desigualdades.

Más de un siglo ha pasado. Es cierto: Chile ya no es aquel país de analfabetismo masivo, jornadas laborales de 14 horas y mortalidad infantil desbordada. Tenemos voto universal, escuelas abiertas para todos, universidades a las que acceden jóvenes de primera generación, y un sistema de salud que, aunque imperfecto, salva vidas. La jornada de 40 horas aprobada en 2024 es prueba de que la lucha de los trabajadores dejó huellas.

Y sin embargo, el eco de Recabarren no se apaga. Chile sigue estando entre los países más desiguales de la OCDE (OECD, 2023). El acceso a educación, vivienda y salud de calidad sigue marcado por el bolsillo. Las protestas de 2019 lo gritaron fuerte: había un malestar profundo bajo la superficie. El fracaso del proceso constituyente dejó a muchos con la sensación de que los sueños colectivos se desmoronan frente a los intereses de unos pocos (PNUD, 2022).

 En las salas de clases: estudiantes que aman bailar cueca y armar ramadas, pero que también preguntan por qué sus familias viven con incertidumbre económica, o por qué la salud mental se ha vuelto un tema urgente. sé que estas preguntas no son simples; son la evidencia de que las nuevas generaciones no quieren conformarse con relatos vacíos.

Aquí aparece la voz de José Ingenieros, médico, psiquiatra, psicólogo, criminólogo, farmacéutico, sociólogo, filósofo, masón, teósofo​​escritor y docente ítalo argentino.  Quien en una de sus principales obras. El hombre mediocre (1913) advertía que los pueblos se estancan cuando se conforman con lo poco. La mediocridad, decía, no es falta de talento, sino falta de ideales. ¿No es acaso lo que nos ocurre cuando celebramos el 18 de septiembre sin cuestionar sus contradicciones?

No se trata de negar la fiesta porque celebrar también es parte de la vida y de nuestra cultura popular, sino de dotarla de sentido. ¿Qué independencia celebramos si miles esperan meses por una atención de salud, si la educación pública aún lucha por recursos dignos, o si la vejez se vive con pensiones que no alcanzan? Ingenieros nos empuja a preguntarnos: ¿somos un pueblo que se contenta con banderas, discursos y desfiles, o un pueblo capaz de levantar ideales de justicia y dignidad?

Si a esta lectura sumamos el concepto contemporáneo de postverdad, el panorama se complejiza. En tiempos donde las emociones pesan más que los hechos, y donde la información circula fragmentada por redes sociales, muchas veces celebramos relatos oficiales sin detenernos a pensar en su veracidad o en sus silencios (Keyes, 2004; Oxford Dictionaries, 2016).

La postverdad no solo afecta a la política electoral —donde candidatos pueden manipular cifras o apelar al miedo—, también toca la manera en que entendemos la historia. ¿No vivimos acaso una suerte de “postverdad patriótica” cuando repetimos símbolos de unidad nacional, aun sabiendo que las brechas sociales siguen marcando nuestra convivencia?

Ingenieros sería implacable en este punto: un pueblo que se contenta con apariencias, que acepta sin crítica relatos manipulados, es un pueblo mediocre. La verdadera independencia no se alcanza con discursos o banderas, sino con ideales vivos que encarnen justicia y dignidad.

Este año las Fiestas Patrias ocurren en medio de una nueva campaña presidencial. Cada candidato promete interpretar al “Chile real”, pero la pregunta de fondo sigue siendo la misma que en tiempos de Recabarren: ¿quién se beneficia de la patria que celebramos? Unos ofrecen orden y seguridad, apelando al miedo y al cansancio ciudadano. Otros hablan de un nuevo pacto social, de derechos garantizados y de justicia redistributiva. Entre medio, la ciudadanía observa con escepticismo, cansada de promesas incumplidas.

 La escuela, otra vez, aparece como metáfora. Allí se enseña cada septiembre que en 1810 nació la patria. Pero rara vez se invita a los niños y niñas a pensar qué significa ser libres hoy. Quizás, si nos atreviéramos a abrir esa conversación, estaríamos formando ciudadanos menos conformistas y más conscientes de que la independencia aún es un camino por recorrer.

A más de un siglo del escrito de Recabarren, Chile ha cambiado en derechos, educación y condiciones materiales. Pero en lo esencial, la desigualdad persiste como una herida abierta. La vigencia de las ideas de Jose Ingenieros es innegable: Un pueblo que se conforma con lo poco, que celebra símbolos sin transformarlos en ideales, es un pueblo que se resigna a la mediocridad.

La pregunta entonces queda abierta para este septiembre y para las elecciones que vienen: ¿Queremos seguir siendo una sociedad mediocre que se conforma con lo poco, o estamos dispuestos a construir una patria digna, justa y verdaderamente libre? Celebrar no está mal; lo pernicioso es celebrar sin pensar. Tal vez el verdadero patriotismo consista en eso: en atrevernos a imaginar y luchar por un Chile que, por fin, pueda ser celebrado por todos.

 

“Los pueblos mediocres celebran sus cadenas como si fueran victorias; los pueblos libres celebran sus ideales como conquistas.”

 

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Referencias

 

  • Ingenieros, J. (2007). El hombre mediocre. Buenos Aires: Losada. (Trabajo original publicado en 1913).
  • Keyes, R. (2004). The post-truth era: Dishonesty and deception in contemporary life. New York: St. Martin’s Press.
  • (2023). Income inequality (indicator). OECD Data.
  • Oxford Dictionaries. (2016). Word of the Year 2016 is... Oxford Languages.
  • (2022). Informe sobre Desarrollo Humano en Chile 2022: Desigualdades y cohesión social. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
  • Recabarren, L. E. (1971). Escritos de Luis Emilio Recabarren. Santiago: Editorial Quimantú. (Trabajo original publicado en 1905).

 

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13698392096?profile=RESIZE_400x“El fascismo se instala cuando la violencia se normaliza en lo cotidiano y se convierte en un lenguaje político”.
(Arendt, 1951, p. 36)
 

Hoy, más allá de las camisetas, todos los equipos de fútbol del continente estamos con la Universidad de Chile. 

El pasado 20 de agosto, la Universidad de Chile vivió una de sus jornadas más amargas fuera de la cancha. Durante su visita a Argentina, específicamente en Buenos Aires  para disputar la Copa Sudamericana versus Independiente de Avellaneda, hinchas azules fueron víctimas de una brutal represión policial en las tribunas, en medio de un clima hostil marcado por insultos, golpes y un trato desmedido por parte de la barra del equipo de Avellaneda y la seguridad local. Las imágenes de familias y jóvenes intentando resguardarse del gas y los bastonazos dieron la vuelta al continente, despertando solidaridad en todo Chile y evidenciando que lo ocurrido no puede explicarse como un hecho aislado, sino como un síntoma de algo más profundo: La violencia normalizada en el fútbol y en nuestra vida cotidiana en nuestro contitente.

Aunque soy hincha de Colo Colo y vibro cada vez que la pelota rueda sobre el césped, quiero comenzar diciendo desde el corazón: todos los amantes del fútbol, más allá de los colores de la camiseta, somos una sola familia. Una familia atravesada por la pasión, la historia y la cultura popular. Y por eso mismo, lo que ocurrió en Argentina con los hinchas de la Universidad de Chile no puede ser entendido como un hecho aislado ni reducido a una pelea de barras. Fue un episodio de violencia que refleja cómo los discursos nacionalistas y autoritarios resurgen en nuestra región bajo nuevas formas, expresando lo que en palabras simples podemos llamar fascismo.

El fascismo no es teoría: es violencia cotidiana. Cuando hablamos de fascismo, no nos referimos únicamente a un concepto filosófico encerrado en una cátedra universitaria. No es un ejercicio teórico ni una palabra lejana. El fascismo se expresa en lo concreto: En la violencia ejercida contra el otro, en la brutalidad policial justificada por la bandera o bajo la frase “Por la Patria”, en el rival deportivo convertido en enemigo. Lo que vimos en el estadio argentino fue eso: Nacionalismo exacerbado traducido en golpes, insultos y barbarie.

Como advertía Arendt (1951), el totalitarismo nace en sociedades fragmentadas, donde los individuos se sienten aislados y sin comunidad. La violencia, entonces, se convierte en un lenguaje político aceptado. En el mismo sentido, Gramsci (1971) planteaba que en tiempos de crisis las élites buscan mantener la hegemonía alimentando divisiones y generando consensos a través del miedo. Lo ocurrido en Argentina responde a esa lógica: mientras dirigentes y autoridades miraban hacia otro lado, lo que importaba no eran las personas, sino los puntos en la tabla.

 13698141677?profile=RESIZE_710xEduardo Galeano, en Las venas abiertas de América Latina, nos recordaba que este continente siempre ha cargado con una herida abierta: la de la explotación, la desigualdad y la represión contra los sectores populares (Galeano, 1971). El fútbol, como parte de la cultura del pueblo, no escapa a esas dinámicas. Lo que pasó en Argentina no es distinto de lo que vemos en Chile, Brasil o Colombia: la represión se dirige casi siempre contra los jóvenes, los pobres, los hinchas que encarnan la pasión de las mayorías.

No olvidemos que en Chile la violencia policial ya ha costado vidas. El caso de Jorge Mora, atropellado por Carabineros en 2020 a la salida del Estadio Monumental, es una herida aún abierta (Cooperativa, 2020). Y su nombre se suma a otros episodios en los últimos diez años donde la represión estatal encontró en el fútbol un terreno de castigo y muerte. Cuando el Estado actúa así, el fascismo avanza disfrazado de orden.

Diego Armando Maradona, con toda su historia de luces y sombras, dejó una frase inmortal en su partido homenaje: “La pelota no se mancha”. Esa afirmación sigue vigente porque recuerda que el fútbol no pertenece a los burócratas, ni a los gobiernos, ni a los empresarios. El fútbol es del pueblo. Y cuando la violencia, el mercado o la represión lo manchan, lo que se pierde es mucho más que un partido: se pierde parte de nuestra identidad colectiva. 

Históricamente, el fútbol nació en los barrios obreros y en los puertos. Fue un refugio y un lenguaje de resistencia frente a las élites. Estudios como los de Archetti (1999) y Giulianotti (2002) muestran cómo el fútbol en América Latina se convirtió en un espacio de identidad popular y de construcción comunitaria. Sin embargo, en Chile ese espíritu fue muriendo lentamente con la llegada de las sociedades anónimas deportivas (SADP).

En nombre de la modernización, se privatizó a los clubes, se borró la memoria de las instituciones y se transformó a los hinchas en clientes. Colo Colo, la U, la UC y tantos otros equipos dejaron de ser de los socios y de los barrios para pasar a ser manejados como empresas. Esa lógica mercantil también es una forma de violencia, porque despoja al pueblo de su patrimonio cultural. Allí, en ese despojo, también anida el fascismo: en el vaciamiento de sentido, en la expulsión de la comunidad de su propio lugar de encuentro.

Frente a todo esto, la respuesta no puede ser el silencio ni la normalización. Debemos educar sin nacionalismos, sin odios, sin convertir al rival en enemigo, porque lo que está en juego no es solo un deporte, sino la convivencia democrática de nuestros pueblos. Lo que ocurrió en Argentina nos muestra que el fascismo no llega vestido de camisas negras, ni con discursos académicos: llega en forma de insulto, de golpe, de un joven caído en el estadio.

Por eso, como diría Galeano (1971), la memoria es un acto de resistencia. Recordar que el fútbol es patrimonio del pueblo, que la pelota no se mancha, es una forma de defender no sólo el deporte, sino también la dignidad de nuestras sociedades.

 El verdadero adversario en la cancha de la historia no es Colo Colo, la U, Alianza de Lima, Bolívar, River o Boca Juniors. El único rival que debemos enfrentar como familia futbolera es. el fascismo y la violencia organizada que se infiltra en algunas barras bravas y con ello no quiero generalizar a las hinchadas y su fervor popular que vibra toda la familia. A ese sí hay que marcarle goles, golearlo con solidaridad, derrotarlo con memoria, expulsarlo con dignidad. Porque sólo cuando entendamos que la pelota nos une y que “la pelota no se mancha” (Maradona, 2001), podremos decir que hemos jugado el partido más importante y lo hemos ganado como pueblos.

Pero no todo está perdido. Si el fútbol nació en los barrios obreros y en los puertos, también puede volver a ser espacio de encuentro, educación y comunidad. Las escuelas, los clubes de barrio, las hinchadas conscientes y los propios jugadores tienen la posibilidad de recuperar la esencia de este deporte: la fraternidad. Cuando el balón rueda en una pichanga improvisada en la tierra, entre niños que ríen sin importar la camiseta, recordamos que la pelota une más de lo que divide.

 La salida está en educar sin odio, construir memoria colectiva y devolver el fútbol al pueblo. Sólo así podremos decir, con Maradona, que “la pelota no se mancha”. Y entonces sí, habremos ganado el partido más importante: el de la dignidad y la esperanza compartida en nuestras canchas y en nuestras sociedades.

Por: Miguel Ángel Rojas Pizarro:. /  Psicólogo Educacional - Profesor de Historia - Psicopedagogo. /  @Soy_Profe_Feliz - www.miguelrojas.cl 

Referencias

  • Arendt, H. (1951). Los orígenes del totalitarismo. Nueva York: Harcourt Brace.
  • Archetti, E. (1999). Masculinities: Football, Polo and the Tango in Argentina. Oxford: Berg.
  • Cooperativa. (2020, 29 de enero). Hincha de Colo Colo murió atropellado por un carro de Carabineros tras partido en el Monumental. Radio Cooperativa. https://www.cooperativa.cl
  • Galeano, E. (1971). Las venas abiertas de América Latina. Montevideo: Siglo XXI Editores.
  • Gramsci, A. (1971). Selections from the Prison Notebooks. Nueva York: International Publishers.
  • Giulianotti, R. (2002). Supporters, Followers, Fans, and Flâneurs: A Taxonomy of Spectator Identities in Football. Journal of Sport & Social Issues, 26(1), 25–46.
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13696923064?profile=RESIZE_710xLa novela Guerra y Paz como espejo de nuestras elecciones, entre promesas vacías y la fuerza silenciosa de la ciudadanía. 

Por: Miguel Ángel Rojas Pizarro:. / Psicólogo Educacional - Profesor de Historia - Psicopedagogo. / @Soy_Profe_Feliz - www.miguelrojas.cl 

León Tolstói, en su magna obra Guerra y Paz, nos enseñó que la historia no la escriben los grandes generales ni los héroes de mármol, sino millones de pequeñas voluntades humanas que se entrelazan en medio de la incertidumbre. Napoleón, en su relato, es apenas un actor más, inflado por la soberbia, mientras el verdadero drama ocurre en los campos helados, donde hombres y mujeres anónimos sufren, aman, resisten y mueren.

Hoy, en Chile, en medio de campañas presidenciales y parlamentarias, no cuesta ver el mismo teatro en los debates y la prensa. Los candidatos aparecen como nuevos Napoleones: Iluminados en la pantalla, rodeados de frases y promesas grandilocuentes, convencidos de que su figura será la que mueva los hilos de la historia. Pero como escribió Tolstói en Guerra y Paz: ‘Los grandes hombres son siempre esclavos de la historia’. Es decir, no son ellos quienes deciden el destino, sino los pueblos que laten bajo la superficie.

Pero fuera del set de televisión y giras por todo el país, la vida política se juega en otro lado: En la madre que no logra pagar el arriendo o llegar a final de mes, en el joven que estudia endeudado, en la profesora agotada que sigue sosteniendo a sus estudiantes a pesar del cansancio, en el obrero que vuelve tarde a su casa con un sueldo que apenas alcanza.

Esa es nuestra batalla diaria., recordándonos que la verdadera historia se escribe desde abajo, en la lucha de quienes producen y sostienen el país. En estas nuevas campañas nos recuerdan que ninguna esperanza puede descansar en los hombros de un caudillo o de alguien que nunca ha vivido nuestra realidad, porque los pueblos solo se liberan a sí mismos cuando se organizan, cuando rompen con la obediencia ciega. Y la psicología humanista nos recuerda que nada de esto tiene sentido si olvidamos la dignidad, la esperanza y la búsqueda de sentido en cada vida concreta.

Pero no basta con la crítica. Como ciudadanos tenemos un deber: Mirar más allá de la sonrisa del afiche o el jingle radial. Debemos saber de nuestros candidatos a parlamentarios: ¿Cómo votaron en su período legislativo? ¿Cuál fue su nivel de asistencia?, ¿cuántas veces se abstuvieron y, sobre todo, si su discurso se condice con sus votaciones. Eso es un aporte real al distrito donde vivo y donde vives tú. Y también debemos exigir transparencia mínima: que en su publicidad señalen con claridad de qué partido provienen. No es válido disfrazarse de “independientes” mientras se ocupa el cupo de un partido; esa es una falta de honestidad que erosiona la confianza ciudadana.

La política chilena se ha convertido en un escenario de guerra simbólica, pero la paz verdadera no llegará de discursos ni promesas. Vendrá de las calles, de los cabildos, de los abrazos que nos damos cuando todo se derrumba, de las redes de solidaridad que nacen en la adversidad. Tolstói decía que la trascendencia no estaba en las conquistas militares, sino en cómo enfrentamos la vida con amor y sencillez. Quizás el futuro de Chile no dependa de los nombres en la papeleta, sino de lo que somos capaces de construir juntos, en silencio, desde abajo. “El hombre vive consciente para sí, pero sirve inconscientemente de instrumento para los fines históricos de la humanidad” — Tolstói, Guerra y Paz.

La historia de este país no se escribe en los sets televisivos iluminados de los candidatos, sino en las cocinas encendidas al amanecer, en las manos cansadas que igual siembran, en los ojos que sueñan con un mañana más digno.

Algún día, cuando todo este ruido electoral se haya apagado, quedará en pie lo que siempre sostiene a los pueblos: su capacidad de organizarse, de resistir y de amar. Entonces, quizá, podamos decir que nuestra guerra terminó… y que, por fin, empieza la paz. Porque, como escribió Tolstói en Guerra y Paz: "La vida no se detiene ni un instante, y la razón del hombre se revela no en comprender la historia, sino en vivirla’. El futuro está en nuestras manos".

Por eso, más allá de colores políticos o banderas partidarias, la invitación es clara: infórmate, revisa, contrasta, exige. Está en nuestras manos el destino de este país. El futuro no se decide en un afiche ni en un discurso vacío, sino en el voto consciente de ciudadanos y vecinos que saben por quién y por qué votan. Infórmate: el país que soñamos depende de nosotros. 

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13676288499?profile=RESIZE_710xPor: Miguel Ángel Rojas Pizarro:. / Psicólogo Educacional – Profesor de Historia – Psicopedagogo / @Soy_Profe_Feliz – psmiguel.rojas@hotmail.com 

"En un Chile silenciado por el miedo, Caszely pateaba el balón con la misma fuerza con la que pateaba la injusticia." — Crónica deportiva, 1988. 

Hace unos días, escuché a Francisco Orrego, panelista del programa Sin Filtros, referirse a Carlos Caszely como “ignorante”. Más allá de la discrepancia política o futbolística que cualquiera pueda tener, el calificativo no sólo es injusto: es históricamente miope. Porque la figura de Caszely no se entiende únicamente desde los números —aunque estos lo consagran como uno de los más grandes goleadores de nuestra historia—, sino desde el rol social y moral que encarnó en uno de los periodos más oscuros de Chile.

¿A quién le ha ganado Orrego? Esa pregunta que en el fútbol se lanza con ironía, aquí cobra un sentido literal: no basta con opinar desde la comodidad de un estudio y no ser reconocido por ninguna acción colectiva, como lo hizo Caszely que combatió desde su tribuna, a toda una dictadura militar en plena represión. No basta con sentenciar desde un silla de un live de internet sin haber arriesgado la carrera, la integridad personal y la seguridad de la propia familia por mantenerse fiel a las convicciones.

Y sí, Caszely era temperamental. Tenía esa picardía y desparpajo que enloquecía a los rivales y a veces a sus propios compañeros. Fue el hombre de los goles imposibles en Copa Libertadores, de las definiciones a un toque que levantaban estadios. Fue tricampeón de goleo en Chile, máximo artillero de la Libertadores 1973 y artífice de partidos que quedaron tatuados en la retina popular. Y, de paso, ostenta un récord único: fue el primer jugador expulsado en la historia de los mundiales bajo el sistema de tarjeta roja, en Alemania 1974. Un hito que sus detractores mencionan con sorna, pero que sus hinchas recuerdan como muestra de su carácter indomable: El mismo que le permitió no bajar la cabeza ante la injusticia, dentro y fuera de la cancha.

13676276867?profile=RESIZE_710xCarlos Humberto Caszely no sólo hizo historia por sus goles. Lo hizo por negarse a estrechar la mano del dictador Augusto Pinochet antes del Mundial de 1974, un gesto silencioso pero ensordecedor en un Chile donde el miedo era moneda del día a día. Lo hizo por denunciar públicamente la violencia que sufrió su madre a manos de agentes de la dictadura. Lo hizo por pararse, con voz clara, en la franja del “No” en 1988, cuando aún muchos dudaban en enfrentar al régimen.

En tiempos de censura, Caszely fue más que un delantero: fue una bandera de dignidad y resistencia. Mientras otros optaron por el silencio o la conveniencia, él se la jugó por sus ideales, y lo hizo sabiendo que eso podía costarle no sólo su carrera, sino su libertad. Por eso se ganó el clamor popular. No fue por carisma artificial ni por marketing: fue porque, en la cancha y fuera de ella, representó la alegría y el coraje de un pueblo herido.

Criticarlo hoy desde una comodidad televisiva, reduciéndolo a un adjetivo despectivo, es desconocer que su grandeza se mide en goles… pero sobre todo en gestos. Gestos que, en la memoria colectiva, pesan más que cualquier estadística: el gol que levantaba a un estadio entero, la sonrisa que devolvía esperanza en plena represión, la negativa a legitimar con un saludo a quien mantenía al país bajo el miedo.

Se puede discutir sobre jugadas, sobre estilos de juego, sobre el peso de sus participaciones en mundiales. Lo que no se puede hacer es borrar el valor histórico de un futbolista que se atrevió a poner sus principios por delante del poder. Esa valentía no se mide con el VAR ni con la tabla de posiciones; se mide con la memoria y el respeto.

Por eso, Sr. Orrego, la próxima vez que quiera evaluar a Caszely, recuerde que hay personas que han ganado algo mucho más importante que un debate televisivo: han ganado el derecho a ser recordadas como símbolos de coherencia, dignidad y alegría en un país que tantas veces ha carecido de ellas. Y, sobre todo, gracias, Don Carlos Humberto Caszely, por tantas alegrías en un Chile que sufría. Gracias por los goles que nos hicieron olvidar, aunque fuera por noventa minutos, el miedo y la oscuridad. Gracias por demostrar que, incluso en los tiempos más difíciles, todavía era posible sonreír.

Finalmente, y de forma amistosa, invito a Francisco Orrego a reflexionar y pedir disculpas a toda una generación que vivió junto a Caszely momentos imborrables. Porque nadie puede llamar ignorante a otro basándose en prejuicios o diferencias políticas. Más allá de los títulos que se cuelgan en una pared, un hombre se mide por sus acciones, y en ese terreno, Carlos Caszely ya ganó el partido hace mucho tiempo. 

Nunca fui un héroe, sólo un jugador que no quiso traicionarse a sí mismo." — Carlos Caszely. 

13676280077?profile=RESIZE_710xMiguel Ángel Rojas Pizarro Profesor de Historia, Psicólogo Educacional, Psicopedagogo, escritor chileno, columnista y académico universitario.

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Ya se ha hecho habitual en Chile que, en época electoral, algunos partidos apuesten por rostros faranduleros o vinculados al espectáculo y a otras áreas que poco tienen que ver con el ejercicio de un cargo público tan serio como es ser parlamentario representantes del pueblo. Y ahora, a pocos meses de renovar parte del Congreso, desde Chile Vamos han vuelto a dar una señal clara: insistirán en esta fórmula.

Si en su momento la UDI respaldó a Cathy Barriga para llegar a la alcaldía de Maipú con las consecuencias que todos conocemos, hoy Renovación Nacional (RN) apuesta por Marlen Olivarí actual participante del reality Mundos Opuestos y por Pablo Herrera, cantante devenido en comentarista político en programas como Sin Filtros. Ambos forman parte de la prenómina oficial que el partido, liderado por el senador Rodrigo Galilea, busca llevar a las elecciones parlamentarias del próximo 16 de noviembre.

El Parlamento no es un reality, es un trabajo con dedicación, con compromiso, que es pagado por todos los ciudadanos, la estrategia de RN es evidente: usar rostros con visibilidad para captar votos, sin una evaluación seria de competencias. Y advierte que este camino ya ha dejado malas experiencias —Pamela Jiles, María Luisa Cordero, Hotuiti— donde el resultado ha sido más daño que aporte a la política.

Aquí mi inquietud no es solo por quiénes se postulan, sino por el mensaje que se envía a las bases militantes. ¿Qué pensarán los miles de hombres y mujeres que llevan años trabajando por su partido, caminando bajo la lluvia para tocar puertas, organizando actividades comunitarias, defendiendo a sus vecinos sin cámaras ni micrófonos? ¿Qué sentirán al ver que la oportunidad de representar a su distrito se entrega a quienes jamás han participado en la vida partidaria ni en el que hacer público?

Y la pregunta de fondo de esta columna: ¿quién decide esto? ¿Se consultó a las bases o fue una decisión tomada en cuatro paredes? Porque cuando no hay democracia interna, la militancia se convierte en simple número para mantener la vigencia legal del partido ante el Servel, pero sin incidencia real en las decisiones.

Este fenómeno no es exclusivo de RN. Es transversal y revela una crisis política profunda en Chile. El Informe sobre desarrollo humano en Chile 2023 del PNUD advierte que la confianza en el Congreso y los partidos políticos está en mínimos históricos, con más de la mitad de la ciudadanía sintiéndose fuera del sistema (PNUD, 2023). Seguir apostando por la popularidad por sobre la coherencia no hará más que agrandar esa brecha.

Por eso, RN se transforma en un ejemplo claro de lo que no hay que hacer, y el mensaje debería ser escuchado por todos los partidos, sin importar su color. Si las cúpulas siguen imponiendo candidatos por visibilidad y no por mérito, compromiso o trayectoria, ¿para qué militar? ¿Para qué dedicar años a sostener una orgánica que, al final, no escucha a sus bases?

A los militantes de RN y de cualquier partido les digo: impónganse a sus parlamentarios y presidentes regionales, exijan respeto y participación real en las decisiones. No olviden que ustedes, las bases, son quienes sostienen el verdadero corazón de un partido. Sin su trabajo silencioso, sin su tiempo, sin su sacrificio personal y familiar, las cúpulas no serían nada más que un grupo reducido de personas hablando entre sí, sin legitimidad ni sustento. Ustedes son quienes levantan banderas, organizan reuniones, tocan puertas y defienden causas en la calle; son quienes transforman las ideas en acción y las promesas en trabajo real.

Si hoy no se hacen escuchar, si no ponen límites y condiciones, mañana verán cómo sus propios partidos se convierten en estructuras vacías, controladas por unos pocos que deciden a espaldas de todos. No permitan que los utilicen solo para engrosar padrones o cumplir con requisitos legales ante el Servel. La política, sin ustedes, pierde su alma. Impónganse ahora, porque si esperan demasiado, lo que estará en juego no será solo su tiempo o su energía… será la esencia misma de la militancia y, con ella, la fe en que la política puede servir para cambiar las cosas. Y si eso se pierde, entonces, todo estará perdido.

 

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Por: Miguel Ángel Rojas Pizarro Profesor de Historia, Psicólogo Educacional y Psicopedagogo.

@Soy_profe_feliz – psmiguel.rojas@hotmail.com

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Por Miguel Ángel Rojas Pizarro:. / Psicólogo Educacional – Profesor de Historia – Psicopedagogo / @Soy_Profe_Feliz – psmiguel.rojas@hotmail.com 

En un país donde los profesores son empujados a sostener realidades imposibles, donde se les exige todo sin garantizar lo mínimo, lo ocurrido en la ciudad de Limache no puede abordarse únicamente desde la óptica del escándalo viral o la condena fácil. Sí, el grito fue desmedido. Sí, hay protocolos que proteger. Pero también hay una verdad más profunda que debemos sostener: ese profesor y colega no está solo.

De acuerdo con el Marco para la Buena Enseñanza (Mineduc, 2021), el docente tiene el deber profesional de “mantener un clima de aula respetuoso y seguro, regulando sus propias emociones para favorecer el aprendizaje”. Asimismo, el Reglamento Interno de Convivencia Escolar de cada establecimiento, en concordancia con el Decreto 67/2018, establece que las reacciones del adulto frente a conductas disruptivas deben ser formativas y proporcionales, evitando expresiones que puedan interpretarse como maltrato verbal. En este sentido, el grito emitido por el profesor de Limache, aunque comprensible desde un punto de vista humano, constituye una vulneración a estos principios normativos y exige un reconocimiento del error. Sin embargo, reconocer la falta no significa abandonar al docente: el mismo cuerpo normativo reconoce la importancia de resguardar su bienestar emocional y de proveerle apoyo para prevenir nuevas situaciones de desbordamiento.

La reacción visceral del docente que perdió la calma ante una defensa explícita de Augusto Pinochet por parte de una estudiante ha sido ampliamente condenada por autoridades, medios y redes sociales. Pero pocos han preguntado: ¿cómo está ese profesor? ¿Qué cargas emocionales llevaba acumuladas? ¿Qué apoyo recibió antes de ese día?

¿Una escuela que enferma a quienes la sostienen? Chile vive una crisis estructural de salud mental docente. El síndrome de agotamiento profesional (burnout) afecta a más del 50% de los profesores del sistema público, según datos del Colegio de Profesores y del Ministerio de Salud (Minsal, 2023). Las aulas se han transformado en espacios de tensión permanente, con episodios crecientes de violencia verbal, amenazas y desregulación emocional tanto de estudiantes como de adultos (Valdés & Hirmas, 2022).

El grito en Limache no es un acto heroico, el colega debe aprender de su error, pero tampoco es un crimen: es un síntoma. Como lo ha señalado la literatura internacional, cuando los profesionales de la educación no cuentan con espacios de autocuidado, apoyo psicológico ni reconocimiento social, es el cuerpo el que grita lo que la razón ya no puede sostener (Dubet, 2006).

¿Qué hacer? Soluciones reales desde el DSM-5, la APA y las normativas Mineduc

Este hecho no solo debe indignarnos o dividirnos: debe movilizarnos. Existen múltiples herramientas que permiten prevenir, contener y reparar este tipo de situaciones sin criminalizar a los docentes.

Desde la psicología clínica y educacional (APA y DSM-5):

  • El síndrome de burnout puede conceptualizarse como parte del Trastorno de adaptación (F43.2) según el DSM-5, que describe reacciones emocionales desproporcionadas frente a factores estresores laborales, con síntomas como irritabilidad, llanto fácil, ansiedad o estallidos de ira (APA, 2013).
  • En casos más agudos, puede derivar en un Trastorno de estrés agudo o Trastorno de estrés postraumático (TEPT) si el profesional ha sido víctima de hostigamiento, amenazas o violencia laboral, condiciones presentes en muchas escuelas del sistema.
  • La American Psychological Association (2019) recomienda intervenciones tempranas en contextos de riesgo psicosocial, promoviendo protocolos de autocuidado, espacios de supervisión emocional y acompañamiento terapéutico para prevenir desbordes y preservar la dignidad profesional.

Desde las normativas del Mineduc y políticas nacionales: 

  • Activar lo señalado en el Marco para la Buena Enseñanza (MBE, 2021), que exige generar climas de aula favorables, proteger el bienestar emocional del docente y gestionar los conflictos de forma pedagógica.
  • Fortalecer el rol del equipo de convivencia escolar, según lo establecido en el Decreto 67/2018, que propone medidas formativas ante hechos disruptivos, no sólo sancionadoras.
  • Incorporar el enfoque del Decreto 83/2015, que permite ajustes razonables en la práctica pedagógica, incluyendo apoyo emocional, adaptaciones en la jornada laboral y asesoramiento psicopedagógico para docentes bajo presión.
  • Activar estrategias del Plan Nacional de Salud Mental Escolar (Mineduc, 2021), priorizando la salud mental como un derecho para toda la comunidad educativa. 

13675349055?profile=RESIZE_710xEstos enfoques no sólo resguardan a los estudiantes: resguardan a quienes los educan.

¿Y qué hacemos con la Formación Cívica? Que un estudiante exprese una defensa acrítica al dictador Augusto Pinochet en un aula en 2025 también debe preocuparnos. Esto no es un “error adolescente” sin consecuencias: es una señal de alarma sobre el fracaso de nuestra formación ciudadana. Según el Estudio Nacional de Formación Cívica (Mineduc, 2022), más del 60% de los estudiantes no logra distinguir entre dictadura y democracia, y un 30% considera justificable la represión estatal “si es por el bien del país”. Por eso, como he sostenido en mi último libro: Aún Tenemos Pedagogía, Ciudadanos (Rojas Pizarro, 2023), el aula no puede ser un espacio neutro. La historia no puede enseñarse como un relato “objetivo” desprovisto de ética. El negacionismo no es una opinión: es una forma de violencia simbólica. 

Un llamado necesario a la Diputada Camila Flores. Frente a este hecho, la Diputada Camila Flores ha optado por el camino del populismo punitivo, exigiendo sanciones y querellas, posicionándose mediáticamente sin considerar el contexto ni la salud mental del docente.13675349073?profile=RESIZE_710x

En su ambición populista y desesperada búsqueda de visibilidad electoral, ha decidido intervenir en una situación educativa para revivir la figura de un dictador condenado por la historia y defender el negacionismo bajo el disfraz de la libertad de expresión. Me hubiese encantado verla, en su rol de parlamentaria, levantando proyectos de ley que fortalezcan la educación pública, que protejan la salud mental docente o que garanticen espacios reales de Formación Cívica crítica. Pero no. Ha preferido la tribuna fácil, el titular vacío y el oportunismo de la coyuntura.

No justifico el grito. Pero lo entiendo. Lo veo como síntoma de un sistema que no cuida a quienes cuidan, que no sostiene a quienes enseñan, y que pretende formar ciudadanos sin ofrecer condiciones mínimas de respeto a sus formadores.

Solo puedo decirle a ese profesor: Colega usted no está sólo. Porque si lo dejamos sólo a él, mañana cualquier otro de nosotros puede ser el siguiente en desbordarse, en gritar, en quebrarse. Y nadie debiera caer por atreverse a enseñar. 

Referencias

  • American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (5th ed.) – DSM-5. Arlington, VA: American Psychiatric Publishing.
  • American Psychological Association. (2019). Stress in America: Stress and current events. https://www.apa.org/news/press/releases/stress
  • Dubet, F. (2006). El declive de la institución. Editorial Gedisa.
  • Hirmas, M., & Raczynski, D. (2021). Bienestar docente: una condición para el aprendizaje escolar. Unesco – OREALC.
  • Ministerio de Educación de Chile. (2021). Plan Nacional de Salud Mental Escolar. División de Educación General.
  • Ministerio de Educación de Chile. (2022). Informe Nacional sobre Formación Ciudadana. División de Educación General.
  • Ministerio de Educación de Chile. (2021). Marco para la Buena Enseñanza.
  • Rojas Pizarro, M. A. (2023). Aún Tenemos Pedagogía, Ciudadanos. Ediciones Tehuelche.
  • Valdés, A., & Hirmas, M. (2022). La escuela chilena en crisis: violencia, contención y convivencia. Revista Enfoques Educacionales, 24(1), 67-91.
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13674904681?profile=RESIZE_710xPor: Miguel Angel Rojas Pizarro / Psicólogo Educacional – Profesor de Historia – Psicopedagogo. @Soy_Profe_Feliz 

El reciente accidente en la mina El Teniente, donde seis trabajadores fallecieron mientras desarrollaban labores subterráneas, representa mucho más que una tragedia puntual. Refleja un patrón histórico, social y estructural que sigue vigente en Chile: El sacrificio permanente del mundo del trabajo en beneficio del capital. En primer lugar, resulta imposible analizar esta tragedia sin recordar cómo se construyó el modelo extractivista chileno. El lujoso Palacio Cousiño, ícono de la aristocracia del siglo XIX fue financiado con las riquezas provenientes de la minería del carbón en Lota, donde miles de trabajadores vivieron y murieron en condiciones miserables. Mientras los propietarios dormían sobre terciopelo, los obreros, algunos niños, enfrentaban jornadas inhumanas, enfermedades respiratorias y muerte prematura.

Durante la denominada “cuestión social” de inicios del siglo XX, surgieron expresiones literarias como Subterra (1904) de Baldomero Lillo, que retratan la crudeza de la vida minera. Obras como El Chiflón del Diablo mostraron cómo el sufrimiento de los trabajadores era funcional al enriquecimiento de una élite económica, sin que existieran mecanismos reales de protección o reparación.

Hoy, más de un siglo después, se repiten las mismas estructuras bajo nuevos lenguajes. El uso de términos como “colaboradores” ha reemplazado al concepto clásico del trabajador, diluyendo la relación laboral y disfrazando las condiciones de subordinación. Esta semántica empresarial oculta la profunda desigualdad entre quienes están contratados directamente por empresas como Codelco y quienes lo están por vía de subcontratación. Los seis trabajadores fallecidos no eran parte de la planta de Codelco: eran contratistas, expuestos a mayores riesgos y condiciones laborales más precarias.

En este contexto, preocupa la manera en que ciertos sectores políticos, particularmente de la derecha, han intentado instrumentalizar esta tragedia para revivir figuras del pasado reciente, como la del presidente Sebastián Piñera durante el rescate de los 33 mineros en 2010. Este tipo de maniobras busca construir una narrativa épica, centrada en el "líder salvador", que apela más a la emocionalidad de la audiencia que a la verdad estructural del conflicto.

Desde la teoría de la comunicación, esta operación puede leerse como un ejemplo de agenda setting, donde los medios y actores políticos eligen deliberadamente qué aspectos enfatizar (el heroísmo del rescate) y cuáles omitir (la precariedad laboral estructural). Según McCombs y Shaw (1972), los medios no nos dicen qué pensar, pero sí sobre qué pensar. En este caso, la visibilización de un rescate exitoso pasado es utilizada para encubrir la negligencia del presente.

Hannah Arendt nos advierte que el peligro del poder moderno radica no solo en su capacidad para reprimir, sino en su habilidad para manipular la opinión pública mediante narrativas que vacían los hechos de contenido moral (Arendt, 1958). La política convertida en espectáculo genera una despolitización de la ciudadanía, anestesiada por imágenes y relatos emocionales que sustituyen el análisis por la sensación.

Esta instrumentalización del dolor, entonces, no solo es ofensiva para las víctimas y sus familias: es profundamente antidemocrática. Porque reemplaza el deber de justicia por la rentabilidad simbólica; y porque transforma la tragedia en una escena de marketing político, no en una lección ética ni en un punto de inflexión social. ¿Que Aprendimos del desastre minero del 2010? ¿Cuántas Leyes se han generado en el parlamento para colocar fin a esta problemática?

Desde la perspectiva del pensamiento crítico, el trabajador se encuentra alienado no solo del producto de su trabajo, sino también de sí mismo y de los otros. Esta alienación es patente cuando la vida y la muerte del trabajador son vistas como meros costos operativos. En El capital, Marx (1867) denuncia cómo la búsqueda incesante de plusvalía empuja al capital a precarizar al máximo las condiciones laborales. En este caso, la externalización del riesgo por medio de los contratistas es un claro ejemplo.

Desde una perspectiva marxista, el Estado capitalista no actúa como un ente neutral, sino como un aparato que garantiza las condiciones generales de reproducción del capital (Marx, 1867). En el caso chileno, esto se manifiesta crudamente en el sector minero, donde las políticas públicas han tendido a flexibilizar, en vez de fortalecer, la fiscalización y protección del trabajo. El resultado es un marco normativo que naturaliza la subcontratación y externaliza el riesgo humano.

¿Qué leyes han fallado o no se han actualizado? ¿Dónde está la omisión estructural del Estado? 

  • Ley de Subcontratación (Nº 20.123): Si bien esta ley fue un avance en su momento (2006), hoy resulta insuficiente frente al poder de grandes corporaciones. La ley permite que empresas principales se desentiendan de los riesgos laborales, delegándolos a empresas contratistas con menor fiscalización, escasa organización sindical y mayor precarización. No existe un sistema robusto de responsabilidad solidaria y directa en accidentes fatales. Se requiere actualizar la ley para prohibir la subcontratación en labores de alto riesgo o establecer una responsabilidad integral de la empresa mandante.
  • Código del Trabajo, Título I del Libro II (Condiciones de Higiene y Seguridad): El reglamento actual está disperso, poco actualizado y carece de protocolos obligatorios frente a faenas subterráneas de alta peligrosidad. La normativa depende excesivamente de reglamentos internos y de la voluntad empresarial, en lugar de tener estándares estatales mínimos universales que sean fiscalizados en terreno de forma permanente.
  • Ley 16.744 sobre Accidentes del Trabajo y Enfermedades Profesionales: Esta ley, promulgada en 1968, aún regula el seguro contra accidentes laborales. Si bien establece obligaciones de prevención y reparación, en la práctica muchas veces las mutuales operan como aseguradoras privadas más interesadas en limitar costos que en garantizar reparación integral, y el foco preventivo ha sido sustituido por la gestión del daño.
  • Falta de una Ley General de Minería que centre los derechos humanos y laborales. Chile aún no cuenta con una ley marco moderna que regule la minería desde una perspectiva que articule productividad con derechos laborales, protección ambiental y desarrollo territorial. El Estado opera más como un facilitador del negocio extractivista que como un garante del bienestar de sus trabajadores y comunidades. (Contraloría General de la República. (2022). Informe de fiscalización sobre cumplimiento de la Ley 16.744 en faenas subcontratadas del sector minero)
  • Débil implementación de los Convenios de la OIT ratificados por Chile: Pese a haber ratificado convenios clave como el n.º 176 sobre seguridad y salud en las minas, su aplicación efectiva ha sido mínima. No se exige su cumplimiento como condición para operar, y no hay sanciones proporcionales al incumplimiento sistemático. nforme Contraloría N.º 535-2023

En este informe se detectaron deficiencias graves en la fiscalización de las condiciones laborales en faenas mineras subcontratadas, especialmente en el uso de procedimientos de seguridad y en la validación de los registros de inducción y capacitación. (Contraloría General de la República. (2023). Informe de auditoría a fiscalizaciones laborales del sector minero. Santiago: (CGR) 

Desde el punto de vista marxista, esta ausencia de fortalecer el sistema de la subcontratación no es casual ni técnica: es funcional al sistema. Permite maximizar la plusvalía, mantener al trabajador desorganizado, y transferir los costos de seguridad al propio cuerpo del obrero. Como advertía Marx, el capital no puede existir sin desgastar simultáneamente las fuerzas físicas, mentales y morales de los trabajadores (Marx, 1867).

Así, el Estado chileno, lejos de cumplir un rol protector, se ha transformado en un gestor miserable del dolor laboral estructural, en donde la vida de un contratista vale menos que un informe técnico, y donde la muerte no genera reformas, sino comunicados de prensa.

No obstante, y pese a este panorama desolador, es fundamental avanzar hacia una conciencia de clase activa. Como señalaba Paulo Freire, “la verdadera educación se realiza en comunión, y nadie se libera solo” (Freire, 1970, p. 89). La división entre trabajadores directos y subcontratados solo beneficia a quienes controlan el poder económico. La organización, la articulación intersindical y la defensa colectiva de los derechos laborales son claves para revertir este escenario.

Albert Camus advertía que incluso en medio del absurdo, el ser humano tiene la capacidad de rebelarse éticamente (Camus, 1951). Esa rebelión debe tomar la forma de organización, exigencia política y resistencia cultural. No basta con indignarse; es necesario actuar, desde los territorios, los sindicatos y los espacios educativos.

Finalmente, no puedo terminar este texto sin expresar mis más sinceras condolencias a las familias de los seis trabajadores fallecidos. Su pérdida no puede ser reducida a una cifra en los informes técnicos. Cada uno de ellos representa una historia interrumpida, una comunidad afectada, una red de afectos y emociones rota. A sus hijos, a sus parejas, a sus colegas: toda mi solidaridad.

En memoria de ellos, es nuestra obligación moral exigir verdad, justicia y condiciones laborales dignas. Porque ningún país que pretenda llamarse democrático y desarrollado puede tolerar que su riqueza se siga construyendo sobre la precariedad y la muerte de su pueblo trabajador para beneficio de unos pocos capitales extranjeros y algunas familias herederas de la dictadura militar.

 Referencias

  • Baldomero Lillo. (1904). Subterra. Santiago: Editorial Universitaria.
  • Camus, A. (1951). El hombre rebelde. Editorial Losada.
  • Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
  • Marx, K. (2007). Manuscritos económico-filosóficos de 1844 (J. L. López Aranguren, Trad.). Madrid: Alianza Editorial. (Original publicado en 1844)
  • Marx, K. (2013). El capital. Crítica de la economía política. Tomo I. Fondo de Cultura Económica. (Original publicado en 1867)
  • (2025). Informe preliminar accidente mina El Teniente. Gobierno de Chile.}
  • Arendt, H. (1958). La condición humana. Barcelona: Paidós.
  • McCombs, M., & Shaw, D. L. (1972). The agenda-setting function of mass media. Public Opinion Quarterly, 36(2), 176–187.
  • Leiva Gómez, S. (2009). La subcontratación en la minería en Chile: elementos estructurales y conflictos laborales. Revista Polis, 8(3), 89–110.
  • Bustos Moya, S. A. (2024). Externalización de personal en proyectos de la gran minería. Tesis Universidad de Chile
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13672463675?profile=RESIZE_584xA 52 años del asesinato del comandante Arturo Araya Peeters.
No todos los héroes caen en Iquique. 

Por: Miguel Angel Rojas Pizarro:. Psicólogo Educacional – Profesor de Historia – Psicopedagogo. @Soy_Profe_Feliz – www.miguelrojas.cl 

                                      En los libros de historia oficiales hay nombres que brillan por su ausencia. Nombres que incomodan, que no calzan con la narrativa del vencedor, que perturban el relato de quienes decidieron que patria y poder solo para algunos eran lo mismo. Uno de esos nombres es Arturo Araya Peeters, capitán de navío y edecán naval del presidente Salvador Allende.

A 52 años de su asesinato, ocurrido el 27 de julio de 1973, Araya sigue sin ser reconocido como corresponde por la institución a la que sirvió con lealtad: la Armada de Chile. Solo realizo un tibio homenaje en 2006. No hay salas con su nombre. No hay honores, ni gestos simbólicos. No hay cadetes o marineros que estudien su historia como parte de una ética militar comprometida con la República. Solo hay silencio. Un silencio espeso, incómodo, culpable.

13672002657?profile=RESIZE_710xPorque nombrar a Araya es también nombrar la posibilidad de otra historia. Una donde las armas no se vuelven contra el pueblo, donde la obediencia no reemplaza la conciencia, donde la lealtad a la Constitución vale más que las órdenes de un almirante o generales conspiradores.

Un marino leal en tiempos de traición. Arturo Araya no fue un revolucionario. No pegaba panfletos en las calles ni arengaba multitudes en sedes políticas. Era, como tantos otros, un hombre de uniforme que creía que su juramento era con el pueblo y la ley, no con la ideología ni con la ambición de poder personal, ni con la elite empresarial. Su rol como edecán naval lo colocaba en una posición estratégica: era el puente entre la Armada y el presidente Allende, un interlocutor respetado, sereno, capaz de mantener abiertas las vías de comunicación en un país que se deshacía por la desconfianza y el fanatismo político.

Pero su figura representaba un problema. No era golpista, pero tenía influencia. No era subversivo, pero tenía convicciones. No obedecía al miedo, sino a su deber de vencer o morir por su patria e institución. Por eso, para quienes tramaban el golpe, su sola existencia era una amenaza.

El 27 de julio de 1973 fue asesinado frente a su domicilio, a plena luz de la madrugada. Las primeras versiones culparon a extremistas de izquierda, pero las investigaciones de la periodista Mónica González y las pericias judiciales revelaron una verdad más incómoda: el crimen fue ejecutado por miembros de la ultraderecha, con apoyo desde dentro de la Armada (González, 1984; CIPER, 2023).

Su muerte fue política. Fue estratégica. Fue una advertencia para los oficiales que aún creían en la legalidad democrática. El mensaje era claro: “quien no se alinea con nosotros, será eliminado”.

La dictadura cívico-militar que se instauró semanas después borró cuidadosamente su nombre de los relatos oficiales. La Armada de Chile no reivindicó su figura. No solo no honró su memoria: la negó. Porque recordarlo implicaba aceptar que hubo oficiales leales a la democracia, y eso desmontaba el discurso fundacional de la “salvación nacional”.

A 52 años, ese silencio persiste. La Armada de Chile sigue sin pronunciar su nombre. Sin embargo, no hay olvido que dure más de cien años. Desde la sociedad civil, desde las aulas, desde la memoria popular, el comandante Arturo Araya empieza a ser recuperado como lo que fue: un mártir republicano. No murió por un partido político. No murió por una ideología. Murió por un principio. Y eso lo convierte en una figura profundamente ética y transversal. Un símbolo de lo que Chile pudo ser, y no fue.

La historia nos ha enseñado que las estructuras reproducen ideología, y que todas las sociedades hasta hoy son, en palabras de Marx, la historia de la lucha de clases. Esta lucha no se da solo en las fábricas o en los parlamentos, sino también en las instituciones armadas, donde la obediencia puede convertirse en una herramienta para consolidar el poder de una clase dominante sobre otra.

En ese marco, Arturo Araya representa una anomalía histórica. Era un oficial que se negó a actuar como un instrumento del poder de clase. No se subordinó al mandato de la oligarquía, ni obedeció ciegamente a los intereses de los sectores que veían en el gobierno de Allende una amenaza para sus privilegios económicos y políticos. Araya encarnó una lealtad superior: no hacia una persona o ideología, sino hacia el pueblo soberano y el marco constitucional.

Su asesinato fue, por tanto, más que un crimen político: fue un acto de disciplinamiento de clase dentro de las Fuerzas Armadas. Se eliminó a un símbolo que demostraba que era posible otra forma de ser militar, uno que no sirviera como brazo armado de la élite, sino como garante del orden democrático y la justicia republicana.

13671971884?profile=RESIZE_710xLa lucha de clases se expresó, en su caso, en forma de bala. Porque su sola existencia desmentía la narrativa que justificó el golpe como “necesario” para salvar a la patria. El comandante Araya era la prueba viviente de que dentro de la propia oficialidad naval existían voces comprometidas con la legalidad y la ética republicana. Y por eso fue silenciado.

Una figura pedagógica para Chile: en las aulas, en la historia, en las Fuerzas Armadas. La memoria de Arturo Araya no solo interpela al poder político o a la Armada de Chile; también representa una oportunidad pedagógica urgente. Su historia debería formar parte del currículo escolar, universitario y militar como ejemplo de ética pública, compromiso republicano y conciencia crítica frente a las estructuras de dominación.

En las aulas escolares, hablar del comandante Araya es formar en ciudadanía, en el valor de la conciencia frente a la obediencia ciega, y en la capacidad de resistir incluso desde dentro de los aparatos institucionales. Su figura permite enseñar que la historia no es solo una cronología de hechos, sino también un campo de disputa simbólica sobre lo justo, lo heroico y lo verdadero.

En la formación universitaria especialmente en pedagogía, ciencias sociales y derecho, el caso de Araya es un insumo valioso para comprender cómo los sujetos históricos encarnan dilemas morales complejos, y cómo las decisiones individuales pueden alterar, aunque sea mínimamente, el curso de los acontecimientos. Tal como señala Paulo Freire (1970), la educación auténtica es siempre una praxis liberadora, y solo es posible cuando el sujeto se reconoce como actor de su tiempo y no como objeto del discurso del poder.

Pero quizás donde más urge su enseñanza es dentro de las propias Fuerzas Armadas. Allí, la historia de Araya puede ser una guía para repensar el rol del militar no como ejecutor automático de órdenes, sino como ciudadano con derechos y deberes ante la Constitución y el pueblo. Tal como ha advertido Aguayo (2016), la formación ética en las instituciones armadas en América Latina sigue siendo una deuda pendiente, especialmente en contextos donde el autoritarismo aún deja huellas culturales profundas.

Recuperar a Arturo Araya como figura pedagógica es, en suma, sembrar valores de dignidad, coraje civil y lealtad democrática. Es enseñar que la conciencia de clase no es enemiga de la institucionalidad, sino su garantía más profunda cuando esta se pone al servicio del pueblo y no de las élites.

Un llamado a la Armada de Chile. En 2023, el presidente Gabriel Boric rindió un homenaje solemne a Arturo Araya en La Moneda, inaugurando una sala en su memoria. El gesto fue republicano, necesario, valiente. Pero también incompleto. Porque la Armada de Chile sigue pendiente de un acto de justicia interna, de un gesto institucional que no solo reconozca la figura del comandante Araya, sino que pida perdón por haber permitido por acción u omisión su asesinato.

Por ello, esta columna no busca solamente conmemorar, sino también reparar. Porque recordar al comandante Araya no es una tarea nostálgica, sino un deber político y pedagógico. Es una forma de contribuir a la construcción de una memoria republicana más íntegra; una que no seleccione a sus héroes según el bando que venció, sino según la dignidad de sus acciones.

Esta columna es, por tanto, un homenaje explícito al comandante Arturo Araya y a todos los marinos que, enfrentados a la tentación del poder absoluto, dijeron NO.  No al golpe. No al terror. No a la traición del juramento institucional. 

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Referencias / Aguayo, S. (2016). Militares y democracia en América Latina: desafíos para una ética institucional. FLACSO-Chile.

  • CIPER. (2023, julio 28). A 50 años del asesinato de Arturo Araya. https://www.ciperchile.cl
  • Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
  • González, M. (1984). Los secretos del Comando Conjunto. Editorial Emisión.
  • Magasich J. 2008. Los que dijeron que “No”: Historia del movimiento de los marinos antigolpistas de 1973. Volúmenes 1 y 2.
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¿Soldado, Mercenario o Traidor?

13660870679?profile=RESIZE_710x¿Por qué traicionaste al pueblo por dinero? ¿Qué más necesitabas si lo tenías todo? Cuando el uniforme sirve al narco y no al pueblo, la patria ya no se defiende: Se vende. 

Por: Miguel Angel Rojas Pizarro. Psicólogo Educacional – Profesor de Historia – Psicopedagogo. Ex Cadete Naval. @Soy_profe_feliz - miguelrojas.cl 

Hay momentos en que no basta con desfilar, jurar a la bandera y obedecer. Necesitamos momentos en que la patria exige más que sumisión y obediencia: Exige conciencia. El ingreso del narcotráfico a las filas de nuestras Fuerzas Armadas no es sólo un escándalo: Es una fractura ética, una herida al alma institucional y al contrato firmado con el pueblo.

En la última década, Chile ha visto cómo esta amenaza avanza, con cifras tan frías como alarmantes: Entre 2015 y 2019, más de 1.000 uniformados (FFAA y policías) dieron positivo a consumo de drogas (CIPER, 2020). Junio 2025: seis suboficiales del Ejército son detenidos por transportar 192 kg de cocaína (equivalente a 500.000 dosis). Julio 2025: cinco suboficiales de la Fuerza Aérea son formalizados por intentar trasladar 4 kg de ketamina en un vuelo institucional.

Estos no son sólo casos aislados. Son grietas profundas que reflejan algo más que corrupción individual: Una estructura debilitada desde su moral, su falta de sentido de justicia y su desconexión con el pueblo.

Las Fuerzas Armadas como única vía de ascenso social. Durante décadas, las Fuerzas Armadas han sido una de las pocas vías reales de movilidad social vertical para sectores populares en Chile (Cadem, 2018; Mönckeberg, 2001). Muchos jóvenes sin acceso a la educación superior, especialmente en zonas extremas, ven en el uniforme una promesa: sueldo estable, salud, previsión y respeto social.

Sin embargo, como advierte Garretón (2003), cuando las estructuras de ascenso están rígidamente jerarquizadas y el mérito no basta, la desigualdad al interior de la institución se vuelve una trampa. El riesgo es enorme: si se vulnera el sentido de pertenencia, los soldados no defienden a la patria, sino al sistema que los oprime o los margina. 

¿Por qué lo hiciste? ¿Qué más necesitabas?

Tienes una pensión privilegiada a partir de tan sólo 20 años de servicio.
El mejor sistema de salud del país.
El Estado te viste, alimenta y cuida a tu familia.
Tienes un sueldo vital estable y altísimo en comparación con la mayoría de los trabajadores.
En un país que no ha tenido guerra en más de 100 años…
¿Qué más querías? ¿Por qué lo hiciste?
¿Por qué vendiste tu juramento por unos billetes manchados con la sangre de niños envenenados por pasta base?
¿Por qué traicionaste al pueblo por plata?
¿Por qué te convertiste en chofer de los narcos, en custodio armado de un crimen que no respeta ni a tus propios hijos?

Tú que marchaste con la bandera.
Tú que gritaste “vencer o morir”.
Tú que llevaste el uniforme como símbolo de honor.
¿En qué momento cruzaste la línea y decidiste no proteger, sino aprovecharte?

¿Qué te faltó que no se te dio?
No luchaste en ninguna guerra.
Nunca te faltó un techo ni una ración.
Tu hija pudo ir al hospital militar cuando la de otra espera meses en un consultorio.
Tu hijo estudió con beca o considerables descuentos gracias al sistema que tú ayudaste a sostener.

*

¿Fue codicia? ¿Fue desesperanza? ¿Fue desarraigo?
O simplemente te cansaste de creer, y te dejaste arrastrar por lo que tanto decías combatir.

Pero hay algo más doloroso aún: Traicionaste a tus propios compañeros y a la gente bajo tu mando. A ese conscripto que sí cree en el valor de la palabra empeñada. A ese cabo que limpia su fusil cada mañana, no para delinquir, sino para servir.

A ese sargento que viene de la tierra, de la pobreza, y que aún enseña con orgullo que la lealtad al pueblo está por encima del miedo o del dinero. Traicionaste a tu historia, a tu abuelo obrero o campesino, a tu madre que te veía desfilar desde la vereda con lágrimas de orgullo. Y traicionaste a todos los niños que aún creen que el soldado cuida, que el militar es un héroe, que el uniforme es un abrigo y no una amenaza.

Has cambiado la espada del líder por el maletín de billete, la defensa de la patria por el negocio privado, el honor por la ganancia. Has dejado de ser soldado. Eres solo un mercenario. Y no cualquier mercenario: Uno que porta los símbolos de la nación mientras sirve al crimen organizado. Han dejado de ser soldados. Se han convertido además en mercenarios del narco y guardianes armados de las élites.

Y lo que es peor: Históricamente se ha tolerado un sistema de castas silencioso al interior de las propias FFAA. Un caso brutalmente revelador es el de los Oficiales de Mar en la Armada: marineros destacados que, tras una durísima selección, ascienden a un rango que los ubica por encima de sus compañeros… pero jamás al nivel de los oficiales de la Escuela Naval. Un nombre distinto, una jerarquía aparte. Siempre cerca, pero nunca iguales. 

Es un clasismo institucionalizado. Un recordatorio cruel de que puedes tener mérito, pero nunca pertenencia. Que, aunque seas mejor, siempre habrá uno por linaje que estará por encima. No olvidemos que Arturo Prat fue un joven de origen humilde, becado por el Estado, no hijo de la aristocracia. Y, sin embargo, es el símbolo máximo del honor militar. Esta fractura moral no es espontánea: nace de un sistema desigual que recompensa la cuna más que el mérito".

13660863897?profile=RESIZE_710xLa oficialidad de las Fuerzas Armadas debería estar formadas por los mejores chilenos, no solo por quienes pueden pagar. Si los verdaderos líderes naturales del pueblo son marginados, no será raro que muchos caigan en la frustración, en el abandono moral, o en la tentación del dinero fácil.

Alejandro Jodorowsky lo resumió con poesía: “La verdadera patria no es un territorio, sino un estado del alma”. Desde la psicología humanista, Carl Rogers, Maslow y Víctor Frankl coinciden: todo ser humano necesita sentido, pertenencia y coherencia vital. La patria, entonces, no es un lugar que se defiende porque lo ordena un superior, sino porque se ama, se comprende y se construye.

Y si el alma del soldado se quiebra, si su misión se desvía de la justicia hacia la obediencia ciega o la codicia, la patria misma se convierte en una tierra vacía.

No necesitamos repetir consignas o himnos de glorias pasadas. Necesitamos recuperar el alma de esos cantos, hacerlo carne con nuestras acciones diarias. Que la carrera militar vuelva a ser dignidad del país de todos. Que la lealtad se dirija al pueblo, no a los privilegios.

A los nuevos oficiales y soldados: rompan filas. Con la históricas de traiciones al pueblo como la matanza de santa maría, seguro obrero entre tantas masacres que han manchado nuestra historia con sangre.

A ustedes, nuevas generaciones de soldados y oficiales, les hablo con respeto y esperanza: No están condenados a repetir la historia. Pueden romper con la lógica de las masacres, con la subordinación ciega, con el elitismo que ha corrompido la esencia de las Fuerzas Armadas como fue en la Guerra Civil 1891, en la que falleció más gente que en la guerra del Pacifico. El uniforme no los separa del pueblo: los compromete más con él. 

No más fusiles contra estudiantes.
No más tanquetas en poblaciones.
No más lealtad al capital y el poder.

Sean soldados del pueblo, no sus carceleros.
Sean guardianes de la justicia, no de los privilegios.
Sean el comienzo de una nueva historia: Una donde el uniforme no dé miedo, sino un faro de esperanza.

Chile está cruzando un umbral. Si no se detiene la infiltración narco, si no se combate el clasismo interno, si no se restituye el vínculo moral con el pueblo, la institucionalidad caerá, no por balas enemigas y naciones extranjeras, sino por pudrición interna. Pero aún hay tiempo. Con coraje, ética, conciencia de clases y compromiso, podemos recuperar la esencia de lo militar como servicio, no como poder.

Y entonces surge la pregunta inevitable: ¿Qué hacemos con los traidores? ¿Abrimos el debate sobre la pena de muerte? ¿O basta con condenarlos a prisión? Los traidores ya están muertos en vida. Han perdido lo único que da sentido al uniforme: el respeto del pueblo y de sus propios compañeros.

Han quedado fuera de la historia, expulsados del legado de los verdaderos héroes. Han sido despojados del honor por los mismos nombres que alguna vez gritaron con orgullo. Y en cada cuartel, en cada ceremonia, en cada aula donde se forma un nuevo soldado, su nombre será el que no se debe pronunciar, porque representa lo que no se debe ser.

No estarán muertos por un fusilamiento.
Están muertos por vergüenza.
Y el desprecio del pueblo será su verdadera condena, además de la cárcel.
 

 

Referencias 

  • (2018). Confianza en las instituciones en Chile. Estudio de Opinión Pública.
  • (2020). Radiografía al consumo de drogas en las Fuerzas Armadas y las Policías. Recuperado de
  • Garretón, M. A. (2003). Incompletas transiciones: política y sociedad en Chile. Santiago: LOM Ediciones.
  • Jodorowsky, A. (s.f.). Frases y reflexiones
  • Mönckeberg, M. O. (2001). El negocio de las Fuerzas Armadas en democracia. Santiago: Ediciones B.
  • Rogers, C. R. (1961). On becoming a person: A therapist’s view of psychotherapy. Boston: Houghton Mifflin.
  • Maslow, A. H. (1943). A theory of human motivation. Psychological Review, 50(4), 370–396.
  • Frankl, V. E. (1946). El hombre en busca de sentido. Herder Editorial.

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Del Autor: Miguel Angel Rojas Pizarro:. 

Papá, Psicólogo Educacional, Profesor de Historia y Ciencias Políticas, y Psicopedagogo. Posee un Postítulo en Orientación Vocacional, estudios de Doctorado, y un Magíster en Educación y Convivencia Escolar. Es además Bombero e Instructor de la ANB, y se desempeña como Académico Colaborativo en la Escuela de Psicología de la Universidad de Aysén. Columnista en diversos medios chilenos, articula su quehacer profesional con una mirada crítica, humanista y comprometida con el bienestar de las comunidades educativas y sociales. Libre pensador, integra sus saberes desde la pedagogía, la psicología y la historia para contribuir a una sociedad más justa y consciente.

 

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13650314099?profile=RESIZE_400xPor Miguel Ángel Rojas Pizarro:. Profesor de Historia, Psicólogo Educacional y Psicopedagogo. @Soy_Profe_feliz – miguelrojas.cl 

En un momento clave de la novela Crimen y castigo (1866), Raskólnikov, el joven protagonista, justifica el asesinato de una Sra. Prestamista (usurera) afirmando que su crimen estaría al servicio de un fin superior. Esta mujer vieja y “parásita por medio de la usura y desesperación de los pobres”, según él, impedía el desarrollo de vidas más valiosas, por lo que su muerte sería una forma de “liberar” recursos para la humanidad. La novela de Fiódor Dostoyevski no solo relata las consecuencias de ese acto, sino que destruye éticamente la idea de que hay personas sacrificables en nombre del “bien común”.

La historia y la literatura nos advierten, una y otra vez, sobre los peligros de esas ideas. Por eso, resulta alarmante, aunque no sorprendente escuchar a figuras políticas como Johannes Kaiser justificar el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 como un acto necesario para “salvar a Chile del comunismo”, relativizando o incluso negando los crímenes cometidos durante la dictadura militar. En el fondo, Kaiser comparte con Raskólnikov la misma lógica perversa: La creencia de que el fin justifica los medios, incluso si esos medios implican matar, reprimir o anular al otro.

13650332897?profile=RESIZE_584xEn un artículo que antecede al crimen, Raskólnikov como estudiante de filosofía, sostiene una teoría moral perturbadora: La humanidad se divide entre “personas ordinarias”, que deben obedecer las leyes, y “personas extraordinarias”, que están por encima de la moral común y pueden transgredirla si su objetivo lo justifica. Él se ve a sí mismo como uno de esos hombres superiores, como un nuevo Napoleón capaz de matar por una causa histórica. 

Sin embargo, tras asesinar a la Sra. usurera, su alma se fractura. El castigo no llega del sistema judicial, sino de su propia conciencia, que lo consume con culpa, angustia y delirio. Dostoyevski no exalta su teoría, la demuele psicológicamente: La verdadera redención no viene del poder ni de las ideas abstractas, sino del amor y el sufrimiento compartido, encarnado en la figura humilde de Sonia, quien representa el camino de la compasión y la dignidad en la novela.

El discurso de Kaiser y otros sectores de extrema derecha retoma, bajo ropajes contemporáneos, esa vieja idea del “hombre extraordinario”. Justifican la interrupción violenta de la democracia en 1973 bajo el argumento de que el país enfrentaba una amenaza “mayor”, y que Pinochet —como Raskólnikov— debía mancharse las manos para “salvar la nación”.

Pero como nos muestra Crimen y castigo, no hay justificación posible para el crimen cuando se pierde el respeto por la vida humana. La dictadura chilena no fue una “corrección necesaria del rumbo nacional”, como pretende ese discurso, sino un proyecto de exterminio político, económico y cultural que dejó más de 3.000 muertos y decenas de miles de torturados, exiliados y perseguidos (Rettig, 1991; Valech, 2004).

Kaiser niega o relativiza esos hechos. Su discurso no es una diferencia de opinión; es un retroceso civilizatorio. Implica validar el asesinato del otro como instrumento político. Implica, como Raskólnikov, desconectarse de la empatía, de la conciencia y de la historia.

Desde la psicología humanista, como la de Carl Rogers o Viktor Frankl, sabemos que el desarrollo pleno del ser humano se da en el encuentro con el otro, no en su negación. El verdadero liderazgo no surge del desprecio a la vida, sino del respeto, la autenticidad y la compasión. El protagonista de la novela Crimen y Castigo: Raskólnikov fracasa no porque lo descubran, sino porque su alma colapsa ante el peso de haber negado su humanidad y la del otro.

En ese sentido, el negacionismo contemporáneo no sólo es peligroso políticamente, sino destructivo psicológicamente. Una sociedad que justifica la muerte de sus disidentes, de sus “enemigos ideológicos”, es una sociedad enferma, incapaz de construir vínculos sanos, justicia reparadora o memoria colectiva.

El verdadero castigo: La historia no olvida. Al final de la novela, Raskólnikov, devastado, se entrega a la justicia y con una condena en la cárcel comienza un camino de redención desde la humildad. ¿Tendrá Chile esa misma valentía? ¿Tendrán los herederos de la dictadura el coraje de mirar el horror y decir “nunca más desde el alma y a los ojos”?

El problema no es que Kaiser “opine distinto”. El problema es que su discurso legitima el crimen como método, tal como lo hizo Raskólnikov. Y si la historia —o la literatura— nos enseñan algo, es que toda teoría que olvida al ser humano termina por destruirse a sí misma.

No basta con leer a Dostoyevski. Hay que escucharlo. Porque, como bien dice Viktor Frankl (2004), “el ser humano está llamado no a ser feliz, sino a encontrar sentido”. Y ese sentido no se encuentra en el poder, ni en la violencia, ni en el cinismo. Se encuentra en el respeto por la vida, incluso la más frágil.

No puedo terminar esta columna sin dirigirme a Ud. Sr. Johannes Kaiser, no te hablo como adversario político, ni como intelectual que busca derrotar tus ideas. Te hablo como padre. También como excadete, Como hombre que también ha sentido rabia, miedo y frustración con este país. Pero que ha aprendido a través del dolor, la historia y la psicología que el camino del odio nunca deja frutos sólo herencias de trauma y dolor.

Te invito, con sinceridad, a mirar con otros ojos el pasado. No como campo de batalla ideológico, sino como memoria viva de miles de familias chilenas que aún lloran a sus desaparecidos. No es debilidad pedir perdón o reconocer errores históricos. Al contrario: Es el acto más valiente que puede tener un líder.

 Así como Raskólnikov encontró su redención cuando dejó de defender su crimen y se atrevió a amar, a sufrir y a mirar al otro a los ojos, deseo de corazón que tu camino no sea el del desprecio, sino el del encuentro. Que no sigas justificando muertes ni dictaduras en nombre de un país ideal, sino que desde tu vereda que es distinta a la mía. Construyas un país real, con todos y todas dentro.

Porque al final del día, no somos políticos, ni ideologías. Somos padres, hijos, hermanos, tíos, compañeros, amigos. Y yo, como tú, quiero un Chile donde mi hija pueda vivir sin miedo, sin odio, y sin repetir las sombras que aún duelen. Ojalá que tus palabras, tus actos y tus convicciones nazcan, algún día, no del resentimiento, sino del amor.  

SOBRE EL AUTOR

13650314866?profile=RESIZE_710xMiguel Ángel Rojas Pizarro (Valparaíso, 1983) es un académico chileno multidisciplinario cuya trayectoria articula la pedagogía crítica, la psicología educacional y la historia social. Psicólogo educacional, psicopedagogo y profesor de Historia, Rojas ha desarrollado una labor sostenida tanto en el sistema escolar como en la formación docente universitaria. 

Destaca especialmente su producción de pensamiento crítico a través de una nutrida labor como columnista en medios regionales y nacionales, donde ha abordado temas como el estallido social, la justicia educativa, el rol del Estado docente y la salud mental de los trabajadores de la educación. En sus columnas publicadas en medios como El Ciudadano, CIPER Académico y Prensamérica, Rojas combina análisis histórico, perspectiva freiriana y un enfoque humanista que interpela tanto a las estructuras institucionales como a los sujetos que las habitan. Sus textos suelen entrelazar reflexiones pedagógicas con memoria histórica y crítica política, destacando títulos como: “El PME como acto ético” y “Para que nunca más se apague la voz de una profesora: el caso de Katherine Yoma”.

Rojas Pizarro también ha publicado libros como Voyager 1: Viaje al corazón. Guía práctica para trabajar la autoestima (2023) y Desperté: encrucijada por la dignidad, un ensayo testimonial-político surgido en el contexto del estallido social chileno, donde explora las dimensiones emocionales y colectivas de la revuelta ciudadana. Su trabajo se enmarca en una praxis comprometida con la transformación educativa y social desde el sur austral de Chile, integrando saberes disciplinares con vivencias personales, experiencias territoriales y un permanente llamado a humanizar la educación como acto de justicia, memoria y reparación.  

contacto: psmiguel.rojas@hotmail.com  

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13645408697?profile=RESIZE_400xDe La Esmeralda al aula obrera: “Cuando un marino eligió la justicia antes que la metralla". 

Por Miguel Ángel Rojas Pizarro / Profesor de Historia, Psicólogo Educacional y Psicopedagogo / @Soy_profe_feliz – miguelrojas.cl 

A veces, la historia nos deja héroes, nombres que se graban en bronce. Otros, en cambio, se graban en el alma del pueblo. El almirante Arturo Fernández Vial pertenece a esa segunda categoría.

Fue marino, sí. Participó en la Guerra del Pacífico, combatió en el combate naval de Iquique, sobrevivió al hundimiento de la Esmeralda y fue prisionero en Perú. Pero cuando uno escucha su nombre en boca de una hinchada popular, no lo recuerda por sus brillantes medallas y galones, sino por algo mucho más grande: por haber elegido el camino de la justicia y la empatía cuando tenía todo el poder para reprimir y generar una masacre de sangre, como la ocurrida en la Escuela Santa María de Iquique.

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Corría el año 1903. El puerto de Valparaíso hervía entre grúas, silbatos, frío, cansancio y el grito desesperado de los trabajadores portuarios y ferroviarios. Habían decidido parar todas las faenas. Exigir lo justo. Salarios dignos. Un poco de humanidad en las condiciones laborales más básicas. La chispa se encendió a raíz de un conflicto entre la Compañía Sudamericana de Vapores y sus estibadores, que venían denunciando extensas jornadas laborales de hasta catorce horas, sin descansos adecuados ni medidas mínimas de seguridad. A esta protesta se sumaron los cargadores, fogoneros y trabajadores ferroviarios, paralizando la actividad económica del principal puerto del país. Las tensiones aumentaron, y el gobierno temía que se repitieran hechos violentos como los de 1902 en Iquique.

“A diferencia de lo ocurrido en la Escuela Santa María de Iquique en 1907, donde la represión fue brutal, Vial evitó que Valparaíso terminara teñido de sangre”.

El gobierno de la época, muy nervioso, liderado por el presidente Germán Riesco, envió al contraalmirante Fernández Vial a controlar la situación. Pero Vial no llegó con sable ni bayoneta. Llegó con su mejor arma: el oído. Escuchó a los obreros. Caminó entre ellos. Preguntó antes de ordenar. Propuso diálogo en lugar de represión. Y promovió un tribunal arbitral que puso fin al conflicto sin derramar una sola gota de sangre.

Archivo:1903, Valparaíso, Huelga Portuaria - Frente a la Intendencia. 

Ese gesto, sencillo pero gigantesco, le cambió la vida al pueblo y al oficial de marina. Porque a veces, el verdadero combate no ocurre en la guerra, sino en la conciencia.

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El gesto de Vial no sólo evitó una masacre, sino que dejó una huella indeleble entre los trabajadores. Fue tal el impacto que, ese mismo año, el 15 de junio de 1903, los integrantes del club International F.C., conformado mayoritariamente por obreros del ferrocarril en Concepción, decidieron rebautizar su equipo como Club Deportivo Ferroviario Almirante Arturo Fernández Vial. No fue una decisión simbólica tomada a la ligera, sino un acto profundamente político y emotivo. Vieron en ese marino a un defensor genuino del pueblo trabajador, un oficial que, en vez de reprimir, escuchó. 

En un Chile marcado por la represión a las huelgas y el desprecio por las clases populares, que un club obrero llevara el nombre de un almirante era un acto contraintuitivo, casi revolucionario. Pero Vial, a diferencia de muchos de sus pares, había elegido estar con ellos. Así, el club no sólo se convirtió en equipo de fútbol, sino también en estandarte de memoria viva, de gratitud popular y de la posibilidad de una patria más justa. Y así, en cada partido jugado en tierra penquista, en cada camiseta negra y amarilla sudada en la cancha, vive un poco de aquel gesto del almirante que prefirió ser humano antes que verdugo. 

Ya retirado de la vida militar, Fernández Vial no se dedicó al silencio ni al confort del reconocimiento. Optó por un camino aún más revolucionario: la educación popular. Fundó más de una docena de escuelas nocturnas para obreros, convencido de que el saber debía dejar de ser privilegio y convertirse en derecho. Estas iniciativas permitieron a centenares de trabajadores alfabetizarse, aprender oficios, y desarrollar pensamiento crítico en una época donde el acceso a la instrucción era casi exclusivo para las élites. No lo hizo desde una lógica asistencialista, sino desde una visión republicana: formar ciudadanos libres, conscientes y activos. Además, impulsó círculos de lectura, actividades deportivas y asociaciones de ayuda mutua, entendiendo que la patria también se construye en el aula, en el taller y en la conversación colectiva. Como señala Salazar (2011), Fernández Vial fue uno de los pocos miembros de la oficialidad chilena de su época que comprendió que la educación del pueblo era un deber moral del Estado y de sus servidores públicos.

Hoy cuesta encontrar oficiales así en nuestras Fuerzas Armadas. No porque no existan, sino porque el sistema los empuja a mirar desde lejos, a obedecer sin pensar, a vivir en burbujas de privilegio que los separan del Chile que madruga, que se sube al micro o al metro, que transita horas para ir a trabajar, que hace milagros para llegar a fin de mes. Escribo estas líneas con la esperanza de que algún joven cadete naval, algún futuro oficial de nuestras FF.AA., las lea y se haga una pregunta incómoda pero hermosa:

¿Y si yo también puedo ser como el almirante Arturo Fernández Vial? ¿Y si el honor no está en las medallas, sino en la coherencia de mis actos? ¿Y si el deber no es defender órdenes ciegas, sino proteger la dignidad del pueblo y de la república? ¿Y si el verdadero servicio a la patria es estar al lado de quienes sufren, no por encima de ellos?

Porque este país no necesita más trajes de seda planchados ni sables relucientes sin ningún uso. Chile necesita oficiales que se agachen a levantar al herido, que escuchen a la madre que exige justicia, que entiendan que la patria está hecha de carne y hueso, de lágrimas y esperanza.

El almirante Arturo Fernández Vial lo entendió. Y por eso, más de un siglo después, su nombre aún se canta en las tribunas y galerías, no como un héroe lejano, sino como un compañero.

Atrás quedaron las valientes jornadas de la Guerra del Pacífico,
cuando jóvenes cruzaban bajo arcos triunfales,
tras de sus bravos generales,
con sus banderas desgarradas por las balas
y sus estrellas mostrando cicatrices de guerra.
Volvieron invictos.

Pero hoy las batallas son otras. Ya no marchamos hacia el desierto ni saltamos al abordaje como Prat. Hoy el enemigo viste de indiferencia, se esconde en la desigualdad, en la pobreza, en el narcotráfico, en el abandono de las poblaciones, en el llanto de los niños sin escuela, con hambre y frío, en la rabia de los trabajadores sin derechos. Y por eso, Chile no necesita soldados que repitan glorias pasadas. 

13645395284?profile=RESIZE_710xY mientras evocamos la figura del almirante Fernández Vial como paradigma de integridad y compromiso, no podemos ignorar la vergonzosa realidad que ha afectado a nuestra institución castrense en las últimas décadas. Los últimos comandantes en jefe del Ejército de Chile: Fuente-Alba, Humberto Oviedo, Ricardo Martínez y Javier Iturriaga han sido investigados por fraude al fisco o por responsabilidades administrativas y éticas que manchan el honor de la institución. No se trata de ensañamiento ni de prejuicio, sino de constatar un hecho doloroso: Igualmente en Carabineros gran parte de la alta oficialidad ha sido arrastrada a escándalos que distan profundamente del espíritu republicano que alguna vez encarnaron figuras como Vial, Condell o Prat. ¿En qué momento el sable se convirtió en chequera? ¿Cuándo se dejó de servir al pueblo para servirse de él?

Porque en tiempos donde el uniforme suele confundirse con el privilegio, donde el mando a veces se ejerce desde la soberbia y no desde la empatía, Chile necesita algo distinto. Necesita oficiales que vistan el uniforme no como símbolo de poder, sino como compromiso con el pueblo. Que comprendan que la autoridad no se impone: se gana en la calle, en la escucha, en la coherencia.  Sean como el almirante Fernández Vial. No para repetir la historia. Sino para transformarla. Hoy no necesitamos más comandantes Crespo. Hoy necesitamos más almirantes Fernández Vial. 

Quizás por eso, cuando la camiseta aurinegra entra a la cancha, no sólo se juega fútbol. También se honra un gesto, una esperanza, una posibilidad de país distinto”. 

Corolario Final 

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 Carta abierta a los futuros Oficiales de nuestras FFAA y Carabineros

A ti, joven cadete aspirante a oficial que recién comienza el camino en las escuelas matrices.
A ti, que miras con admiración el uniforme y sueñas con servir a la patria.

No dejes nunca que te convenzan de que servir significa callar.
No creas que la obediencia ciega es más valiosa que la conciencia limpia y el uso de la razón
No te acostumbres a mirar al pueblo desde arriba.
No confundas el mando con el abuso, ni la jerarquía con la impunidad.

Haz de tu espada un símbolo de justicia, no de amenaza.
Haz de tus botas el puente entre la institución y el pueblo, no el muro impenetrable.
Haz del silencio que te enseñan una pausa para pensar, no para encubrir.

Recuerda a Vial. Al almirante que no necesitó disparar para hacer historia.
Al oficial que entendió que el verdadero enemigo era la injusticia.
Al marino que prefirió educar al obrero antes que dominarlo.

La patria no necesita más trajes planchados ni medallas sin honores
Chile necesita oficiales que escuchen.
Que caminen entre el pueblo.
Que no teman arrodillarse para levantar al caído.
Que entiendan que el uniforme se honra con humanidad, no con distancia.

Si aún crees que el uniforme puede ser un acto de amor a la patria,
si aún crees que se puede servir sin humillar,
si aún crees que hay espacio para la empatía en los cuarteles,
entonces, cadete, nunca estarás solo.

Porque mientras haya uno como tú,
mientras haya un alma que recuerde al Almirante Vial, y tantos otros que dieron la vida en nombre del pueblo y los derechos humanos.
la esperanza seguirá marchando, paso firme, junto al pueblo. 

Miguel Angel Rojas Pizarro

Ex Cadete Naval 

 

Referencias

  • Salazar, G. (2011). Labradores, peones y proletarios: Formación y crisis de la sociedad popular chilena del siglo XIX. Santiago: LOM Ediciones.
  • Collier, S., & Sater, W. F. (2004). Historia de Chile, 1808-2002. Santiago: Cambridge University Press / Editorial Universitaria.
  • Pinto, J. (2007). Trabajadores y movimiento sindical en Chile. Santiago: LOM Ediciones.
  • Gazmuri, C. (2010). El Chile liberal (1861-1891). Santiago: Ediciones UC.
  • Grez Toso, S. (2000). Los anarquistas y el movimiento obrero en Chile. Santiago: DIBAM / LOM.
  • Cavallo, A. (2015). Militares y política en Chile. Santiago: RIL Editores. 
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Miguel Ángel Rojas Pizarro:. / Psicólogo Educacional – Profesor de Historia – Psicopedagogo:. / @Soy_Profe_Feliz | www.miguelrojas.cl 

“Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada...” — Eduardo Galeano. 

Como él, hay muchos.

Un Abuelo o Abuela durmiendo con el celular en la mano.

Un conserje, Un obrero o una trabajadora de casa particular

 del barrio alto que cruza la ciudad entera cada noche,

cansados, para llegar a su población,

comer algo, saludar a la vieja, a los nietos

sacarse los bototos de seguridad y estirar los huesos que ya no dan más.

Con la mochila rota,

la lonchera con sobras frías,

y los cristales quebrados de los lentes que ya no alcanza a cambiar.

Es tu abuelo.

Es mi abuela.

Es el papá de tu papá.

Porque cuando hablamos de conciencia de clases,

nos referimos a esto:

a los que madrugan para que otros duerman tranquilos,

a los que barren oficinas vacías,

a los que construyen ciudades donde no pueden vivir.

Él es uno de los nuestros:

un obrero que aún debe salir a ganarse el pan,

no se puede enfermar,

cumpliendo diez, doce horas laborales..

hasta que los pulmones, el corazón o el alma aguanten.

Pero son grandes, viejos

Y compartimos humildemente estas palabras

porque tú no eres de allá,

de donde te miran desde arriba,

de donde te usan, pero no te reconocen,

donde se creen dueños del tiempo, del país y de la dignidad.

Tú no eres parte del neocapitalismo que nos promete libertad

y nos da esclavitud disfrazada de oportunidades.

Ese modelo económico que privatiza la vida,

que transforma la salud, la vejez y el agua en mercancía,

y convierte la esperanza en crédito.

Descansen, viejos lindos.

Alivia tu alma, aunque sea un rato.

Porque eso es la libertad bajo el neocapitalismo:

trabajar hasta tus últimos días

para que otros vivan sus primeros

sin saber lo que cuesta el pan.

Su hijo también madruga.

Su nieto también estudia cansado.

Porque nadie rompe la rueda sin pagar un precio.

¿Y cambiará algo con las elecciones primarias de este domingo?

Quizás alguien prometa un país más justo, un sistema más humano, un trabajo más digno.

Pero ustedes ya no comen promesas, viejos lindos.

Tú sabes que ningún voto te devuelve la salud, ni el tiempo con los tuyos, ni el descanso merecido.

Porque mientras ellos se reparten el poder como si fuera botín, tú sigues cruzando la ciudad con la mochila rota y el alma cansada. 

Y nosotros seguimos preguntándonos, desde nuestra trinchera cotidiana,

si de verdad algo va a cambiar…

o si solo cambiarán los nombres de los que seguirán viviendo

sin saber cuánto cuesta el pan. 

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13640295654?profile=RESIZE_710xPor Miguel Ángel Rojas Pizarro / Psicólogo Educacional – Profesor de Historia – Psicopedagogo / @Soy_Profe_Feliz | www.miguelrojas.cl 

“Cuando Aladino pidió riquezas al genio de la lámpara, jamás imaginó que quedaría atrapado en el palacio que deseaba conquistar”. 

Como en los mitos árabes, donde los deseos concedidos por genios traen consigo trampas invisibles, Chile vive atrapado en una democracia hechizada. Nos han hecho creer que votar es sinónimo de libertad, pero cada elección, cada primaria, cada papel en la urna, termina reforzando el sistema que nos explota. Como Aladino, el pueblo chileno pidió justicia, pidió dignidad… y recibió espejismos. Esta columna es una llamada a abrir los ojos, a romper el hechizo y a comenzar la verdadera liberación desde abajo, desde el barrio, desde la memoria y la organización popular.

¿Para qué votar en unas primarias que solo reproducen la lógica del sistema que nos empobrece? ¿De qué sirven las papeletas si las decisiones ya están tomadas por los grandes grupos económicos, los partidos cooptados y los medios de comunicación masiva?

Nos dicen que, si no votamos por la Concertación, el Frente Amplio o algún progresismo domesticado, ganará la derecha. ¿Pero qué derecha, si lo que tenemos es una oligarquía reciclada, que viste distintos colores, pero que jamás ha cuestionado el corazón del problema: el modelo neoliberal chileno? 

Hoy no tenemos salud, sino seguros privados. No tenemos educación pública de calidad, sino negocios disfrazados de escuelas. No tenemos jubilaciones, sino pensiones de miseria gestionadas por las AFP. No tenemos soberanía sobre el litio, el cobre o el agua, sino concesiones a transnacionales y por el yerno del Dictador Pinochet por 30 años. Chile no es una república: Es una colonia del capital global, administrada por tecnócratas locales o mejor dicho Capataz de esta larga franja de tierra.

Hace más de un siglo, el presidente José Manuel Balmaceda intentó recuperar para el Estado chileno las riquezas del norte, en especial el salitre, que en ese momento era la principal fuente de ingresos del país. Su proyecto era invertir las rentas salitreras en educación pública, ferrocarriles, salud y dignidad popular. La respuesta fue brutal:  el Diputado Carlos Walker Martínez, al servicio de los intereses salitreros, y el diputado Julio Zegers, desde la prensa conservadora, lideraron una campaña de desprestigio y sabotaje que no solo envenenó la opinión pública, sino que preparó las condiciones para el golpe parlamentario de 1891. Así se derrumbó el primer gran intento de soberanía económica chilena.

13640293489?profile=RESIZE_710xEl día que Chile perdió su destino de potencia mundial. La Guerra Civil de 1891 no fue solo una crisis institucional: Fue una contrarrevolución oligárquica. Chile perdió su oportunidad de convertirse en una potencia regional, de construir un Estado soberano, industrial y social. La oligarquía financiera y la influencia británica aplastaron el proyecto nacional-popular de Balmaceda, y el país quedó atrapado en un modelo exportador dependiente y desigual (Collier & Sater, 2004; Gazmuri, 1991).

Años después, en 1938, la historia ofreció una nueva oportunidad. El Frente Popular, con Pedro Aguirre Cerda a la cabeza, inició una inédita expansión del Estado docente, promovió la industrialización a través de la CORFO, impulsó la educación técnica y dignificó el rol del pueblo. "Gobernar es educar" fue mucho más que un lema: fue una hoja de ruta (Salazar, 2005). Esa experiencia nos recuerda que sí se puede construir un país distinto desde el Estado, cuando hay voluntad política y proyecto de justicia.

En este escenario, votar nulo no es rendirse. Es rebelarse con conciencia. Mientras el voto sea obligatorio, el nulo consciente es una forma legítima de deslegitimar el sistema. No basta con abstenerse en silencio. Debemos hacer del voto nulo una señal política clara, articulada con organización, cabildos y acción directa no violenta. 

Eduardo Artés sigue siendo el único candidato que plantea con claridad una ruptura total con el neoliberalismo: habla de nacionalización, asamblea constituyente popular, salud universal y fin de las AFP. Sin embargo, su figura continúa marginada del debate público, en parte por su discurso radical —que defiende regímenes como Corea del Norte y Venezuela—, pero también por la falta de alianzas territoriales y cobertura mediática. Por su parte, Daniel Jadue, quien representó una esperanza para sectores populares, hoy se encuentra en arresto domiciliario por el caso de las farmacias populares. La decisión del Partido Comunista de reemplazarlo por Jeannette Jara como carta presidencial, y el explícito rechazo de esta última a incluir a Jadue en su comando, solo evidencian la fractura y la domesticación progresiva de la izquierda institucional. ¿Qué pasaría si en lugar de egos y disputas palaciegas, Artés, Jadue y Meo se unieran en un nuevo frente popular desde las bases, con programa común, sin cálculos electorales, sino con horizonte de justicia social? “Porque el poder real no se conquista en la urna, sino en la plaza, en la olla común, en la decisión colectiva de dejar de obedecer.”

Las condiciones del estallido de 2019 no han mejorado; se han agudizado: precariedad laboral, AFP, salud mercantilizada, despojo territorial y represión. Un nuevo estallido puede ocurrir, pero si no construimos poder organizativo desde ya, será otro grito ahogado en lacrimógena. Cabildos territoriales permanentes con capacidad de autogestión, planificación y defensa colectiva.

Mientras tú haces fila para votar, tu madre sigue esperando una hora médica que no llega, y tu hijo se endeuda por estudiar en un sistema que premia al banco antes que al esfuerzo. Los mismos parlamentarios que se jactan de defender la educación pública tienen a sus hijos en colegios privados de élite, y jamás han pisado un hospital público más que para la foto. ¿De verdad crees que estás decidiendo algo? Votar sin poder transformar, sin poder exigir, sin poder soñar, no es participación: es sumisión ritualizada.  “Y mientras marcas una línea en la papeleta, te preguntas si alguna vez tu voto logró cambiar algo más que tu propia esperanza herida.”

Este domingo no hay primarias. Hay una farsa. Este domingo no se juega el futuro de Chile. Se escenifica un rito vacío. Las AFP seguirán. El litio seguirá en manos extranjeras. El agua no volverá al pueblo. Las primarias no son una fiesta democrática, son el recordatorio de que la democracia fue secuestrada.

Porque la única primaria que vale la pena es aquella donde el pueblo elige dejar de obedecer. Como Aladino atrapado en su palacio encantado, solo rompiendo la lámpara que nos encandila podremos salir de esta prisión dorada llamada democracia neoliberal. El deseo fue justicia, lo que recibimos fue una ilusión. La verdadera liberación no está en las urnas, sino en la calle, en el barrio, en el cabildo que se organiza, resiste y crea otro futuro. 

“Y quizás, como Aladino al romper su lámpara, tengamos que aceptar que solo en la oscuridad de la noche real se encienden las verdaderas llamas de la rebelión”. 

 Referencias (APA)

  • Collier, S., & Sater, W. F. (2004). A History of Chile, 1808–2002. Cambridge University Press.
  • Salazar, G. (2005). Labradores, peones y proletarios: formación y crisis de la sociedad popular chilena del siglo XIX. LOM Ediciones.
  • Moulian, T. (1997). Chile actual: anatomía de un mito. LOM Ediciones.
  • Gazmuri, C. (1991). El concepto de Estado en el pensamiento político de Balmaceda. Revista de Ciencia Política, 13(1), 75–96.
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Por: Miguel Ángel Rojas Pizarro:. / Psicólogo Educacional – Profesor de Historia – Psicopedagogo. / @Soy_Profe_Feliz - www.miguelrojas.cl 

          Hace una década, Chile celebraba en la Plaza Dignidad. Alexis levantaba la Copa América en 2015 y un año después lo haría otra vez, en suelo estadounidense. Eran tiempos de gloria, de identidad, de una generación que jugaba con el alma. La Generación Dorada no solo conquistó títulos: Nos hizo creer que el fútbol podía ser una bandera de dignidad y orgullo nacional. Ícaro, en la mitología griega representa al joven que, deslumbrado por su ascenso, vuela demasiado cerca del sol, desobedeciendo las advertencias, hasta que sus alas de cera se derriten y cae al mar. La Generación Dorada y el fútbol chileno le sucedió lo mismo: Volamos alto sin construir alas verdaderas, y terminamos cayendo por soberbia, mala planificación y olvido del origen.

Hoy, en 2025, esa misma Selección marcha última en las clasificatorias sudamericanas, con un equipo envejecido, sin recambio real, y con una hinchada que ya no canta, sino que se resigna. ¿Qué nos pasó?

13581381256?profile=RESIZE_710xVidal, Bravo, Isla, Medel y Alexis, entre otros marcaron una época. Pero no supimos preparar la posta. En vez de sembrar, nos dedicamos a aplaudir. Mientras ellos jugaban partidos heroicos, las divisiones inferiores se desmoronaban. La Sub-20 no clasifica a nada hace años. No hay Sub-17s en clubes grandes. No hay un Alexis nuevo ni un Vidal en camino. Como señalo el DT Marcelo Bielsa: “Lo que no se planifica, fracasa. Y Chile, futbolísticamente, abandonó la planificación tras el último grito de campeón”.

En este presente gris, aún resuenan en el alma los análisis de Eduardo Bonvallet, el "Gurú", quien con su voz aguda nos invitó a soñar que podíamos ser campeones del mundo. Ridiculizado por muchos, hoy su voz parece más vigente que nunca: La autocrítica, el amor por la camiseta, la idea de que no bastaba con talento, que había que tener huevos, hambre y honor. Como dijo el propio Bonvallet: “A mí no me importan los jugadores lindos, me importan los que juegan con el alma”.

Zamorano no llegó a ser uno de los mejores del mundo por sus condiciones técnicas. Llegó por su garra, por su disciplina, por su espíritu incansable de lucha. Fue un obrero del gol. Y esa cultura del esfuerzo es justamente la que hemos perdido.

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La decadencia de nuestra Selección es el espejo de una liga nacional sin alma. Equipos históricos convertidos en empresas frías, hinchas reducidos a consumidores, dirigentes preocupados más del balance que del balón. Hoy el fútbol chileno es eso: dirigentes sin proyectos, técnicos sin respaldo, y clubes que sobreviven con extranjeros desconocidos en su país y juveniles sin minutos.

El modelo de Sociedades Anónimas Deportivas Profesionales (SADP) prometía profesionalización. Pero trajo lo contrario: mercantilización, cortoplacismo y desconexión social. ¿Cómo puede un club formar identidad si su único objetivo es vender al próximo Sub-17 para cuadrar las finanzas? La Generación Dorada no nació bajo este modelo. Creció en clubes populares, en canchas con barro, con técnicos que educaban, no que solo hacían rendir. Hoy ese fútbol está muerto, privatizado y olvidado.

13581382491?profile=RESIZE_710xHoy nos preguntamos, con tristeza, pero también con coraje: ¿Cuáles son los sueños de los dirigentes de la ANFP? ¿Anhelan una Roja competitiva o simplemente rentable? ¿Sueñan con estadios llenos de niños con sueños en el corazón o con cuentas bancarias llenas de silencio? ¿Les importa la camiseta o solo la marca que la estampa? Porque mientras los niños juegan en potreros sin luz, mientras las escuelas ya no tienen torneos Inter escolares, y mientras los clubes formadores se caen a pedazos en las oficinas de las Sociedades Anónimas y en la ANFP los directivos siguen mirando Excel, no estadios. Plantillas contables, no corazones. 13581383860?profile=RESIZE_400xLa competitividad no la da el pasaporte ni la camiseta de club europeo, sino el proyecto formativo, el arraigo, el carácter y la pasión. Para las clasificatorias para el Mundial de Francia 98 teníamos una identidad táctica, cultural y emocional. Aunque muchos jugaban solo en Chile, tenían carácter, oficio, y una liga que los preparaba para el combate. Hoy, pese a estar "afuera", muchos no juegan, no lideran, y no se identifican con la historia de la camiseta. Zamorano, Margas o Nelson Tapia eran tipos forjados en barro, con hambre, liderazgo y orgullo. Hoy muchos jugadores jóvenes no han sido preparados psicológicamente para el fracaso, la presión, ni para liderar. La resiliencia, el amor por la camiseta y el carácter competitivo ya no se enseñan. 

Soñamos con una Roja que vuelva a ser del pueblo, que rescate la identidad de barrio, de lucha, de historia. Una Roja que nazca de los liceos, de los clubes chicos o de la liga nacional, de los sueños colectivos y no del lobby empresarial. Porque si no soñamos con eso… entonces ¿Para qué jugamos o aspiramos ir a un mundial?

 

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¡Presente, Psicopedagogía!: Una Profesión en Lucha por Dignidad y Reconocimiento”

¿Podemos hablar de inclusión educativa sin incluir a los Psicopedagogos/as?

 

Por Miguel Ángel Rojas Pizarro:.

Psicopedagogo- Psicólogo Educacional - Profesor de Historia

@Soy_Profe_Feliz

 

En las escuelas chilenas, el psicopedagogo/a cumple un rol silencioso pero esencial. Su labor va mucho más allá del refuerzo escolar: Se trata de diagnosticar, orientar, intervenir y acompañar los procesos de aprendizaje de estudiantes que presentan Necesidades Educativas Especiales (NEE), tanto transitorias como permanentes. En el marco del Programa de Integración Escolar (PIE), el psicopedagogo/a diseña e implementa Planes de Apoyo Individual (PAI), trabaja directamente con estudiantes, asesora a los docentes, articula con otros profesionales y fortalece la relación entre escuela y familia.

Todo ello con el fin último de garantizar que nadie quede fuera del proceso educativo por razones cognitivas, emocionales, sociales o contextuales. Sin embargo, paradójicamente, quien se especializa en inclusión ha sido sistemáticamente excluido del corazón de la política educativa.

La Invisibilizacion profesional y confusión de roles pese a su aporte pedagógico y humano, el rol del psicopedagogo sigue siendo poco comprendido y, en muchos casos, reemplazado por educadores diferenciales, como si fueran funciones intercambiables. Esta confusión no sólo empobrece la respuesta educativa hacia los estudiantes con NEE, sino que además precariza la labor psicopedagógica, reduciéndola a un simple “apoyo extra” y prescindible, en lugar de reconocerla como una disciplina científica y profesional clave en el trabajo multidisciplinario escolar.

La falta de una ley robusta que regule el ejercicio profesional del psicopedagogo/a como sí ocurre con otras carreras de pedagogía ha provocado que muchos de estos profesionales sean contratados a honorarios, por horas, sin protección laboral y con sueldos considerablemente inferiores a los de sus pares docentes. A esto se suma la escasa oferta laboral formal, especialmente en regiones y comunas rurales, donde más se necesitan sus competencias.

Un sistema que excluye a quienes trabajan por la inclusión, aún atrapado en una lógica tecnocrática y subsidiaria, prioriza la administración de recursos por sobre la pertinencia educativa, y en ese marco, muchos sostenedores educacionales optan por eliminar la figura del psicopedagogo del equipo PIE, argumentando costos o duplicidad de funciones. Pero ¿Es posible una educación inclusiva sin una mirada psicopedagógica? ¿Se puede hablar de equidad sin contar con profesionales que articulen lo emocional, lo cognitivo y lo didáctico?

La respuesta es evidente: No hay verdadera inclusión sin psicopedagogía. No hay calidad sin una comprensión profunda del cómo aprenden nuestros estudiantes, ni respeto por la diversidad si seguimos estandarizando los apoyos y minimizando la complejidad de los procesos de aprendizaje.

 

13570394484?profile=RESIZE_710xFrente a este panorama, cientos de psicopedagogos y psicopedagogas a lo largo del país han comenzado a organizarse, levantar la voz y visibilizar una crisis profesional profunda. Agrupaciones regionales, redes autoconvocadas y movimientos gremiales han iniciado campañas en redes sociales, cartas al Ministerio de Educación y reuniones con parlamentarios para exigir lo que parece obvio: reconocimiento, regulación y dignidad. Han llamado a una gran movilización nacional para este 07 de junio en todas las regiones del país.

 

Entre sus demandas se encuentran:

 

  • El reconocimiento legal de la profesión como parte del equipo PIE.
  • La incorporación de psicopedagogos en las directrices del PME y en el Estatuto Docente.
  • La mejora de condiciones laborales y contractuales.
  • La garantía de contratación en todos los niveles del sistema educativo.
  • Ingreso al Código Sanitario (MINSAL) como reconocimiento legal a la labor profesional.

 

Hoy, cuando tanto se habla de salud mental, convivencia escolar, neurodiversidad y equidad educativa, es inconcebible seguir dejando fuera a los psicopedagogos/a, cuya formación precisamente apunta a integrar todos esos factores desde una perspectiva interdisciplinaria.

¿Podemos hablar de inclusión sin incluirlos? promover una educación inclusiva, pero seguimos excluyendo en la práctica y en las decisiones políticas a quienes día a día trabajan para derribar las barreras del aprendizaje desde una mirada integral. ¿Cómo podemos hablar de inclusión educativa cuando marginamos sistemáticamente a los profesionales que diagnostican, intervienen, orientan y acompañan tanto a estudiantes como a docentes?

Incluir a los psicopedagogos/as es una condición ética, política y pedagógica para hablar con propiedad de inclusión escolar. Hoy, más que nunca, su presencia no solo es necesaria: es urgente.

“La educación no cambia el mundo: cambia a las personas que van a cambiar el mundo.” Paulo Freire

 

Y esas personas también son, los y las psicopedagogas de Chile….

 

#LaPsicopedagogíaImporta

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13553893898?profile=RESIZE_710xArturo Prat: Como arquetipo del ideal republicano y Crespo como símbolo de la deshumanización institucional. 

Por Miguel Ángel Rojas Pizarro: Psicólogo Educacional – Psicólogo Educacional – Psicopedagogo. @Soy_profe_feliz 

En el marco de un nuevo Mes del Mar, Chile vuelve a rendir homenaje al comandante Arturo Prat y a los bravos marinos que dieron su vida en el Combate Naval de Iquique 1879. Se exalta el valor, la entrega y el amor a la patria. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿Qué patria se defiende hoy? ¿Qué valores representan a quienes juran servirla en el siglo XXI? Prat no sólo fue un héroe militar. Fue un abogado comprometido con el estado de derecho, un hombre formado en el humanismo y la ética republicana. Su salto al abordaje del Huáscar no fue un acto impulsivo, sino el corolario de una vida de coherencia y servicio público. La patria de Prat era una patria democrática, de principios y leyes.

Hoy, ese concepto ha sido vaciado de contenido y secuestrado por sectores que, bajo una retórica autoritaria, reivindican una patria excluyente, vertical, donde la obediencia ciega se impone por sobre los derechos humanos y la crítica histórica. Lo vimos con brutal claridad en el caso del teniente coronel Claudio Crespo, imputado por dejar ciego a Gustavo Gatica, y cuyas frases filtradas en video como “¡Te vamos a Sacar los ojos!” hielan la sangre por su deshumanización y sadismo institucionalizado de quienes nos juraron defender. 

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Lo más preocupante es que Crespo no era un agente marginal o aislado, sino un oficial con rango y trayectoria, formador de hombres y líder de tropas. ¿Qué tipo de formación ética y profesional se está impartiendo cuando un oficial con tales convicciones morales logra ascender, comandar y representar la doctrina de la fuerza pública? ¿Qué dice eso de nuestra cultura institucional?

Más alarmante aún es que las instituciones formadoras de los futuros oficiales de la Marina y de las Fuerzas Armadas guardan un silencio pedagógico cómplice. Esta afirmación no es un juicio antojadizo: Surge al revisar en detalle el currículum oficial de formación de la Escuela Naval Arturo Prat, donde no se contempla una sola asignatura dedicada a los derechos humanos, ni se mencionan visitas pedagógicas al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, ni a sitios de detención y tortura como Villa Grimaldi o Londres 38. 

No hay espacios formativos explícitos para reflexionar sobre el golpe de Estado de 1973, las violaciones sistemáticas de derechos humanos, ni sobre el rol de las instituciones armadas en ese periodo oscuro de nuestra historia. Tampoco se contempla una formación ética crítica basada en los principios de justicia, reparación y no repetición. Y ante esto, cabe una pregunta aún más incómoda: ¿Por qué la Marina ha dejado fuera de su historia oficial a marinos ilustres como el Capitán de Navío Arturo Araya Peeters (Edecán del presidente Allende) asesinado en 1973, leal a la Constitución o al Almirante Raúl Montero Cornejo, que rechazó la intervención militar en la política nacional? ¿Se estudia acaso la Sublevación de la Escuadra de 1931, donde marinos y obreros se alzaron exigiendo mejoras salariales y justicia social? Aquel motín fue sofocado con extrema dureza: Hubo 6 condenas a muerte, 120 penas de cárcel y más de 800 expulsiones de marinos y trabajadores de los astilleros.

¿Por qué esos hechos, profundamente ligados a la historia social y política de la Armada, no tienen un lugar en la enseñanza formal de sus oficiales? ¿Por qué se construye una historia heroica, pero amputada de su dimensión ética y de clase? ¿Cómo se espera formar líderes íntegros si se les niega el conocimiento profundo de su propia historia? ¿Cómo se invoca el nombre de Prat sin enseñar que defender la patria también significa nunca más permitir el autoritarismo, la tortura ni la impunidad?13553876273?profile=RESIZE_710x

Los silencios también educan. El silencio forma. Y hoy está formando oficiales sin memoria, sin crítica, sin conciencia del pasado oscuro que deben contribuir a no repetir. Chile necesita Fuerzas Armadas al servicio de su pueblo, no de sus élites. Oficiales que entiendan que la lealtad no es hacia una cadena de mando acrítica, sino hacia la democracia y los principios universales de dignidad humana. 

Arturo Prat dio su vida por un ideal. Que no sea usado su nombre para encubrir abusos ni distorsionar el sentido profundo de la patria por la que murió junto a leales oficiales y marineros. Porque si el comandante Arturo Prat estuviese vivo, ¿qué nos señalaría hoy? ¿Qué diría sobre el clasismo persistente en las Fuerzas Armadas, que ha costado la vida de jóvenes inocentes realizando su servicio militar obligatorio en condiciones de vulnerabilidad? ¿Qué diría sobre los desfalcos millonarios y sistemáticos cometidos por altos mandos del Ejército y de Carabineros, mientras se sigue hablando de honor y patria? ¿Qué diría Prat, como profesor naval que tradujo personalmente libros del francés al español para entregarlos gratuitamente a estudiantes de escuelas públicas porteñas? ¿Qué diría Prat, abogado que defendió a sus camaradas de las arbitrariedades de jefaturas autoritarias? No, Prat no estaría en silencio. No justificaría abusos. No dispararía a los ojos y no escondería la historia. Prat estaría del lado del pueblo, de la verdad, de la justicia y de la educación pública.

Por eso, en este nuevo Mes del Mar, el homenaje a Prat no puede quedarse en discursos ni ceremonias. Es tiempo de revisar a fondo el currículum educativo de nuestras Fuerzas Armadas. Porque Chile necesita más oficiales como Arturo Prat y ningún otro Claudio Crespo. Más compromiso con la democracia y menos violencia legitimada por la falsa insignia de patriotismo. 

“El patriotismo es el último refugio de un canalla”.  Samuel Johnson. 13553876859?profile=RESIZE_710x

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Por: Miguel Ángel Rojas Pizarro / Psicólogo Educacional - Profesor de Historia – Psicopedagogo @Soy_Profe_Feliz

 Hay momentos en los que una frase duele más que el silencio. Hace unos días, una candidata presidencial justificó las muertes ocurridas durante la dictadura como “inevitables”. Y aunque uno quisiera pensar que ya superamos ese tipo de discursos, estas palabras nos recuerdan que la memoria sigue siendo un campo de batalla.

No se trata solo de política. Se trata de humanidad. Cuando escuché esas declaraciones, me vino a la mente una vieja historia que hoy la está rompiendo en las plataformas de streaming y redes sociales. Me refiero al “El Eternauta”. Una historieta argentina de ciencia ficción del año 1957 que, en apariencia, narra una invasión alienígena. Pero bajo esas viñetas, late una crítica feroz al autoritarismo, a la represión, al miedo como forma de control. Y, sobre todo, una enseñanza clara: El verdadero héroe no es el individuo que lo arriesga todo por sí solo, sino el pueblo que se organiza, que cuida, que resiste junto.

Su autor, Héctor Germán Oesterheld, lo entendía bien. Por eso fue perseguido, torturado, desaparecido y Probablemente asesinado junto a sus cuatro hijas (dos de ellas embarazadas) por la dictadura argentina. Porque sabía que contar la verdad incluso disfrazada de ciencia ficción, podía ser un acto subversivo.

Las dictaduras no solo dejan muertos irremplazables en la memoria colectiva. Dejan heridas profundas, traumas heredados, silencios incómodos en las sobremesas familiares, miradas que se bajan cuando se habla del pasado. Y cuando esas heridas no sanan con verdad, memoria y justicia, vuelven a abrirse cada vez que alguien se atreve a decir que “fue necesario”.

Lo colectivo sana. Lo individual, muchas veces, divide. El Eternauta nos deja esa lección. No hay salvadores mágicos ni líderes infalibles. Hay vecinos que se apoyan, familias que comparten su pan, compañeros que luchan codo a codo. Y hay nieve sí, nieve que cae lentamente sobre la ciudad, pero que no logra apagar la calidez de quienes no se rinden.

Hoy, más que nunca, necesitamos recordar que la democracia se defiende entre todos y todas. Y que los discursos que relativizan las violaciones a los derechos humanos no pueden pasar como opiniones inocentes. Son peligrosas, porque educan con el ejemplo equivocado. Porque nos hacen retroceder como sociedad.

 En este año electoral vemos como los partidos políticos, de todos los colores, han perdido el rumbo. Se han alejado de la gente, de sus dolores cotidianos, de sus sueños colectivos. Han dejado de construir con el pueblo para pelear entre ellos, por cargos, por cámaras, por egos. Ya no parecen espacios de esperanza, sino vitrinas de competencia personal.

¿Dónde quedó la política como herramienta de transformación? Si algo nos enseña El Eternauta es que no hay futuro sin memoria, y que no hay salida individual cuando la tormenta nos cae a todos por igual. Necesitamos volver a lo común, a lo humano, a la ternura organizada. Porque como decía Oesterheld: “el héroe verdadero es el héroe colectivo”. Y ese héroe, hoy, está adentro de cada profesor que educa con conciencia, de cada madre que cuida, de cada joven que pregunta, y de cada persona que se niega a olvidar.

Y entonces me pregunto, con el mismo dolor con el que miles de familias siguen preguntando: Señora Matthei, ¿Es justificable asesinar a un célebre escritor de historietas junto a sus hijas solo porque pensaban distinto a un gobierno de facto? 13544411086?profile=RESIZE_400x

En 1977, antes del secuestro de Oesterheld, sus hijas fueron arrestadas por las fuerzas armadas argentinas. Estela tenía 25 años, Diana 21, Beatriz 19 y Marina 18. Dos de las hijas estaban embarazadas, pero eso no impidió que el gobierno las arrestara también. Ninguno de ellos fue visto nuevamente, excepto Beatriz, cuyo cadáver fue encontrado más tarde.

 

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Nos prometieron dignidad…

Nos Prometieron Dignidad… y nos vendieron Gobernabilidad. El día en que el Progresismo y la Centroizquierda se miró al espejo y no se reconoció: Una oda kafkiana a la metamorfosis del progresismo y la izquierda chilena. 

Por Miguel Ángel Rojas Pizarro

Psicólogo Educacional – Profesor de Historia – Psicopedagogo

@Soy_profe_feliz 

Hubo un tiempo en que creímos que las cosas podían ser distintas. Que al fin se abría un camino real de cambios desde los movimientos sociales, los territorios, los sindicatos y las universidades. Muchos se emocionaron con la llegada de un nuevo gobierno que prometía avanzar hacia la dignidad, los derechos sociales y el fin de los abusos.

Pero lo que hemos visto con el paso del tiempo no ha sido solo una decepción en la figura de un presidente. Ha sido la metamorfosis completa de un sector político que se autodefine como "de centroizquierda", pero que ha terminado pactando, retrocediendo y normalizando muchas de las lógicas que antes decía combatir.

Ya no se trata de matices o diferencias tácticas. Se trata de una renuncia paulatina a principios fundamentales, en nombre de la gobernabilidad, el orden y la moderación. Se ha optado por administrar el modelo neoliberal en lugar de transformarlo. Y lo peor: Lo hacen con palabras suaves, con buenas formas, pero con un efecto devastador para quienes creyeron en ellos.

En este escenario, vuelve a tener sentido la escena final de la película: La Patagonia Rebelde, donde el coronel Zavala que reprimió a los trabajadores es homenajeado por los estancieros extranjeros. Le cantan “Porque es un Buen Compañero”, mientras él, en silencio, comprende que nunca sirvió a su patria, sino a los intereses de quienes siempre han dominado. Y lo hizo creyendo que obraba bien.13532506694?profile=RESIZE_710x

Lo mismo ocurre hoy con parte del oficialismo: Se dejan aplaudir por sectores que antes los combatían, mientras se alejan de quienes los pusieron en el poder con esperanza y lucha. Contradicciones que duelen: Elogiar a Sebastián Piñera como un gran demócrata, olvidando su responsabilidad en violaciones a los DDHH. Aprobar el TPP11, traicionando un compromiso con la soberanía y el medio ambiente. Respaldar al general Yáñez, formalizado por su rol en la represión del estallido. Impulsar la Ley Nain-Retamal, legitimando el uso desproporcionado de la fuerza. Romper con los movimientos sociales, reemplazándolos por acuerdos de elite. Abandonar la promesa de condonar el CAE. Mantener a las AFP, reforzando la lógica del lucro con las pensiones. Militarizar el Wallmapu, priorizando la represión sobre el diálogo. Criminalizar la protesta, igual que los gobiernos anteriores. Renunciar a liderar un nuevo proceso constituyente popular.

Esta no es solo una crítica política. Es una interpelación ética y moral. Porque el pueblo no olvida las promesas hechas desde la calle y la convicción, y duele ver cómo se diluyen una vez se entra al palacio y se toma asiento en el sillón de O’Higgins. El poder no transforma si no hay coherencia. Lo que transforma es la convicción de mantener viva la dignidad, incluso cuando cueste caro.

Y en ese sentido, el legado del presidente Jose Manuel Balmaceda o del presidente Salvador Allende siguen siendo un faro ineludible. Ellos también fueron gobierno, también enfrentaron obstáculos, traiciones y crisis. Pero jamás entregaron sus principios. Nunca se abrazaron con los que oprimían al pueblo. Ambos murieron fiel a su causa, con la Constitución en una mano y el pueblo en el corazón. Ese es el ejemplo que hoy se echa de menos en quienes dicen representar la centroizquierda.

La historia juzgará no solo a las figuras visibles, sino a todo un sector político que prefirió los aplausos del empresariado, los editoriales de la prensa tradicional y los pactos de élite, en vez de sostener la coherencia con los pueblos.

Y quizás también a ellos les canten, “porque son buenos compañeros”. Pero ese canto no vendrá del pueblo. Vendrá de quienes siempre han tenido el poder. Y eso, aunque lo disfracen de gobernabilidad, será siempre una derrota moral. 13532506899?profile=RESIZE_710x

Hoy más que nunca, invito a reflexionar con calma y profundidad sobre la contingencia nacional. En un nuevo ciclo político que ya se asoma, con nombres conocidos y rostros renovados, urge preguntarse sin miedo: ¿Son realmente distintos? ¿O son los mismos de siempre, con otros discursos y nuevos trajes?

Porque si no aprendemos del pasado, volveremos a votar por quienes, al llegar al poder, ya no se parecen en nada a quienes nos hablaron con esperanza. Y esta vez, el canto no será solo irónico. Será un lamento y una muerte anunciada.

Por eso queridos lectores, en estas nuevas elecciones, invito a la ciudadanía a no dejarse seducir por falsos cantos de sirenas. Aquellas que en los mitos hacían encallar embarcaciones contra los rocosos acantilados, hoy se disfrazan con ternos elegantes, palabras medidas y promesas vacías. Su música puede sonar dulce, pero su destino es el naufragio colectivo.

Votemos con el corazón firme y la memoria despierta. Por ideas, no por rostros. Por convicciones, no por apariencias. Porque la dignidad no se negocia, y el futuro no se construye desde la traición, sino desde la coherencia, la justicia y la verdad. 

“No se dio cuenta del momento exacto en que empezó a cambiar, pero al mirarse al espejo ya no era él”.

La Metamorfosis, Franz Kafka.  

13535217269?profile=RESIZE_710xDel Autor: Miguel Angel Rojas Pizarro: Papá. Psicólogo Educacional, Profesor de Historia y Geografía. Mención Cs. Políticas y Psicopedagogo. Post Título en Orientación Vocacional, con estudios de Doctorado. Magíster en Educación y Convivencia Escolar. Bombero e Instructor de la ANB, Académico de la Escuela de Psicología de la Universidad de Aysen y Libre Pensador. (Chile) 

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Por: Miguel Angel Rojas Pizarro. Psicólogo Educacional – Profesor de Historia – Psicopedagogo. Ex Cadete Naval – @Soy_profe_feliz 

Queridas chilenas, queridos chilenos, hermanas y hermanos pescadores artesanales:

           Me presento: Soy Arturo Prat Chacón, antes que marino y abogado, fui un niño de campo, el sexto de once hijos, nacido en Ninhue, en el seno de una familia humilde. Mi abuelo lo perdió todo en un incendio, y desde entonces, mi familia vivió con lo justo. Solo gracias a una beca pude ingresar a la Escuela Naval, porque no había dinero para pagar estudios y el resto de mi historia ya es conocida. Hoy no vengo a hablarles desde un pedestal, sino desde la tierra misma, desde la orilla del mar que tanto amo y que compartimos. Vengo con el corazón dolido, pero firme, porque cuando veo cómo tratan a quienes viven y trabajan del mar, siento que la patria está sangrando.

Fui marino, que sabía que el valor no está en la jerarquía, sino en el compromiso con los que viven del mismo mar que defendí con mi vida. Fui abogado, pero, sobre todo, un hombre de principios. Y si algo aprendí en mi corta vida, es que la verdadera patria no está en los discursos, ni en los trajes de gala, sino en ustedes el pueblo y sus trabajadores: En el esfuerzo del que lanza su bote al alba, en la madre que espera con el almuerzo caliente, en el niño que sueña con aprender el oficio de su padre.

Por eso hoy me duele. Me duele ver cómo la riqueza del mar, ese mar por el que tantos dimos la vida en tantas batallas históricas del pasado, hoy ha sido entregada a unos pocos. Al igual como lo señala en mi Tesis en 1876 “"Observaciones a la Lei Electoral Vijente" donde señale que los partidos políticos pondrían sus propios intereses sobre el bien común de la patria. Hoy a más de 150 años me doy cuenta que tenía razón. Me indigna que una ley, escrita en oficinas lejanas y enredada en favores e intereses, haya condenado a miles de familias al olvido. Y peor aún, me estremece saber que cuando ustedes han levantado la voz con dignidad, les han respondido con balas de goma, con gases y golpes. Oficiales de Marina que se titularon de la Escuela que lleva mi nombre. ¿Qué clase de país somos si tratamos así a nuestra propia gente?

13528776901?profile=RESIZE_400xHe escuchado sus gritos en las caletas. He visto las lanchas bloqueando puertos no por rabia, sino por desesperación. Y lo entiendo. Porque ustedes no están pidiendo caridad. Están exigiendo respeto. Están diciendo con fuerza: “Este mar también es nuestro”. Y tienen razón.

Quiero decirles, desde el fondo del alma: No están solos. Yo estoy con ustedes. Y estoy con cada joven, con cada mujer, con cada viejo curtido por la sal y el sol, que se niega a entregar su dignidad. Ustedes son los verdaderos defensores del mar. Ustedes son los que lo cuidan, los que lo conocen, los que lo respetan.

 A quienes gobiernan, les digo con respeto, pero con firmeza: Escuchen al pueblo. Escuchen a sus pescadores. No escondan la cabeza ni se escuden en tecnicismos de burócratas. Tienen la oportunidad histórica de corregir el rumbo. De escribir una nueva ley, justa, transparente, y nacida desde abajo. Háganlo por Chile, por sus hijos, por el alma de esta patria que tanto necesita justicia.

Y así, mis hermanas y hermanos, les hablo no solo como marino, abogado o patriota… les hablo como uno más de ustedes. Porque el dolor de la injusticia no distingue oficios ni apellidos. Porque cuando el mar, ese que nos dio identidad, historia y sustento, se convierte en botín de unos pocos, la patria entera está en peligro.

Hoy, ustedes han tomado su lugar en la historia, igual que lo hicimos nosotros aquel 21 de mayo. Solo que esta vez no hay un buque enemigo enfrente: El enemigo es el olvido, la codicia, y la indiferencia de parlamentarios quienes olvidaron al pueblo que los eligió. Y es por eso que, desde lo más profundo de mi alma chilena, con la misma convicción con la que me lancé al abordaje en Iquique, vuelvo a levantar mi voz.

 

¡Muchachos, la contienda es desigual, nunca esperé que fuera distinta!

¡No se trata de vencer, sino de no dejar de luchar!

¡Mientras haya un solo pescador con dignidad en el pecho, esta lucha seguirá viva!

¡Aún tenemos patria, ciudadanos!

¡La tenemos en cada lancha que resiste, en cada red que se levanta, en cada hijo del mar que no se rinde!

¡Y si esa patria está siendo vendida, no dejaremos de defenderla!

¡Porque el mar no se entrega, se comparte!

¡Porque la patria no se negocia, se construye entre todos!

 

 

13528777285?profile=RESIZE_710xAsí como me lancé al abordaje del Huáscar sin pensar en el mañana, hoy les pido a ustedes que aborden esta lucha con el mismo amor y coraje. Pero háganlo unidos, con altura, con humanidad. Porque de esa unidad y dignidad depende el Chile que dejaremos a quienes vienen después.

 

¡A la mar, chilenos! Pero esta vez, no por la guerra, sino por la justicia.

¡A la mar, por nuestros derechos, por nuestras familias y por la dignidad del pueblo pescador!

¡MIL VECES VENCEREMOS!

 

 

 

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Del Autor: Miguel Angel Rojas Pizarro:. 

Papá. Psicólogo Educacional, Profesor de Historia y Cs. Políticas y Psicopedagogo. Post Título en Orientación Vocacional, con estudios de Doctorado y Magíster en Educación y Convivencia Escolar. Bombero e Instructor ANB, Académico de la Escuela de Psicología de la Universidad de Aysen y Libre Pensador.

 

 

 

 

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