Por: Miguel Ángel Rojas Pizarro / Psicólogo Educacional - Profesor de Historia – Psicopedagogo @Soy_Profe_Feliz
Hay momentos en los que una frase duele más que el silencio. Hace unos días, una candidata presidencial justificó las muertes ocurridas durante la dictadura como “inevitables”. Y aunque uno quisiera pensar que ya superamos ese tipo de discursos, estas palabras nos recuerdan que la memoria sigue siendo un campo de batalla.
No se trata solo de política. Se trata de humanidad. Cuando escuché esas declaraciones, me vino a la mente una vieja historia que hoy la está rompiendo en las plataformas de streaming y redes sociales. Me refiero al “El Eternauta”. Una historieta argentina de ciencia ficción del año 1957 que, en apariencia, narra una invasión alienígena. Pero bajo esas viñetas, late una crítica feroz al autoritarismo, a la represión, al miedo como forma de control. Y, sobre todo, una enseñanza clara: El verdadero héroe no es el individuo que lo arriesga todo por sí solo, sino el pueblo que se organiza, que cuida, que resiste junto.
Su autor, Héctor Germán Oesterheld, lo entendía bien. Por eso fue perseguido, torturado, desaparecido y Probablemente asesinado junto a sus cuatro hijas (dos de ellas embarazadas) por la dictadura argentina. Porque sabía que contar la verdad incluso disfrazada de ciencia ficción, podía ser un acto subversivo.
Las dictaduras no solo dejan muertos irremplazables en la memoria colectiva. Dejan heridas profundas, traumas heredados, silencios incómodos en las sobremesas familiares, miradas que se bajan cuando se habla del pasado. Y cuando esas heridas no sanan con verdad, memoria y justicia, vuelven a abrirse cada vez que alguien se atreve a decir que “fue necesario”.
Lo colectivo sana. Lo individual, muchas veces, divide. El Eternauta nos deja esa lección. No hay salvadores mágicos ni líderes infalibles. Hay vecinos que se apoyan, familias que comparten su pan, compañeros que luchan codo a codo. Y hay nieve sí, nieve que cae lentamente sobre la ciudad, pero que no logra apagar la calidez de quienes no se rinden.
Hoy, más que nunca, necesitamos recordar que la democracia se defiende entre todos y todas. Y que los discursos que relativizan las violaciones a los derechos humanos no pueden pasar como opiniones inocentes. Son peligrosas, porque educan con el ejemplo equivocado. Porque nos hacen retroceder como sociedad.
En este año electoral vemos como los partidos políticos, de todos los colores, han perdido el rumbo. Se han alejado de la gente, de sus dolores cotidianos, de sus sueños colectivos. Han dejado de construir con el pueblo para pelear entre ellos, por cargos, por cámaras, por egos. Ya no parecen espacios de esperanza, sino vitrinas de competencia personal.
¿Dónde quedó la política como herramienta de transformación? Si algo nos enseña El Eternauta es que no hay futuro sin memoria, y que no hay salida individual cuando la tormenta nos cae a todos por igual. Necesitamos volver a lo común, a lo humano, a la ternura organizada. Porque como decía Oesterheld: “el héroe verdadero es el héroe colectivo”. Y ese héroe, hoy, está adentro de cada profesor que educa con conciencia, de cada madre que cuida, de cada joven que pregunta, y de cada persona que se niega a olvidar.
Y entonces me pregunto, con el mismo dolor con el que miles de familias siguen preguntando: Señora Matthei, ¿Es justificable asesinar a un célebre escritor de historietas junto a sus hijas solo porque pensaban distinto a un gobierno de facto?
En 1977, antes del secuestro de Oesterheld, sus hijas fueron arrestadas por las fuerzas armadas argentinas. Estela tenía 25 años, Diana 21, Beatriz 19 y Marina 18. Dos de las hijas estaban embarazadas, pero eso no impidió que el gobierno las arrestara también. Ninguno de ellos fue visto nuevamente, excepto Beatriz, cuyo cadáver fue encontrado más tarde.