El ajedrez desenmascara la impostura: las piezas mal puestas no construyen estrategia, sólo espectáculo.
Señor Jose Antonio Kast
Candidato Presidencial de la República de Chile
He visto su fotografía en sus redes sociales frente a un tablero de ajedrez. Lo que pretendía ser un gesto de inteligencia y estrategia terminó revelando lo contrario: Un tablero mal orientado, piezas colocadas al azar, un conjunto incoherente que no resiste ni siquiera la mirada de un aficionado. No es casualidad. El ajedrez, como la política, desenmascara cuando se juega con impostura. Yo prefiero ser un peón antes que un falso rey.
En el ámbito del ajedrez y la vida. El peón avanza con humildad, paso a paso, aceptando su condición sin soberbia. No necesita simular grandezas: Su fuerza radica en la dignidad del esfuerzo, en el mérito silencioso de avanzar sin retroceder. Su poder no está en aparentar, sino en transformar cuando llega al final del camino.
Recuerdo aquí una jugada inmortal: la llamada “Inmortal de Anderssen” (Londres, 1851). En ella, el maestro sacrificó sus piezas más poderosas torres, alfiles, incluso la dama hasta quedar con lo mínimo. Y fue precisamente un peón avanzado el que selló la victoria, demostrando que la grandeza no depende del título de la pieza, sino de la claridad con que se juega cada movimiento.
También saco a la palestra la obra maestra del cine El séptimo sello de Ingmar Bergman. Allí, el caballero Antonius Block desafía a la Muerte en una partida de ajedrez, buscando un respiro frente a lo inevitable. El tablero se convierte en un espejo de la verdad: no hay espacio para la mentira, porque tarde o temprano la Muerte cobra su precio. Y en política ocurre lo mismo: la impostura o las promesas de campaña al viento siempre encuentra su límite.
Usted, señor Kast, parece jugar una partida falsa, con un tablero torcido y piezas al azar. Pretende mostrarse como estratega, pero su montaje carece de sustancia. Un falso rey que ignora las reglas más básicas de la partida que dice conducir. Y me inquieta que también ignore las reglas sociales básicas de una sociedad como los DDHH.
La diferencia es clara: El peón nunca miente sobre su lugar, nunca se disfraza de lo que no es. En su sencillez hay autenticidad. Y en esa discreción habita la verdadera grandeza.
La historia, como la Muerte en Bergman, no perdona las imposturas. Los falsos reyes siempre caen, y caen rápido. Los peones y el pueblo, en cambio, permanecen en la memoria porque representan el valor de lo pequeño, lo constante y lo verdadero.
Por eso, prefiero ser peón. Porque el mérito está en el camino recorrido, no en la apariencia fabricada. Y a usted, querido/a lector, le dejo la pregunta abierta: ¿Estamos frente a un estratega que entiende la profundidad del juego, o solo ante un oportunista que acomoda las piezas para la foto, sin comprender nunca la partida real?
Porque si su futuro gobierno se parece a esa partida que vimos en la imagen. Un tablero mal puesto, piezas fuera de lugar y movimientos incoherentes, lo único que nos espera es el caos de jugadas improvisadas, condenadas desde el inicio al jaque mate de la historia y del pueblo. “El ajedrez nos enseña que cada pieza cuenta. El futuro no depende de un rey impostor, sino de la lucidez de los peones que decidan no prestarse a una farsa”.
Porque la historia y los procesos sociales no se escribe con fotos montadas, sino con movimientos reales. Y ahí, señor Kast, es donde se verá quién juega y quién solo posa.
Miguel Angel Rojas Pizarro / Psicólogo Educacional – Profesor de Historia – Psicopedagogía / psmiguel.rojas@hotmail.com
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