Por: Miguel Ángel Rojas Pizarro:. / Psicólogo Educacional – Profesor de Historia – Psicopedagogo / @Soy_Profe_Feliz – psmiguel.rojas@hotmail.com
"En un Chile silenciado por el miedo, Caszely pateaba el balón con la misma fuerza con la que pateaba la injusticia." — Crónica deportiva, 1988.
Hace unos días, escuché a Francisco Orrego, panelista del programa Sin Filtros, referirse a Carlos Caszely como “ignorante”. Más allá de la discrepancia política o futbolística que cualquiera pueda tener, el calificativo no sólo es injusto: es históricamente miope. Porque la figura de Caszely no se entiende únicamente desde los números —aunque estos lo consagran como uno de los más grandes goleadores de nuestra historia—, sino desde el rol social y moral que encarnó en uno de los periodos más oscuros de Chile.
¿A quién le ha ganado Orrego? Esa pregunta que en el fútbol se lanza con ironía, aquí cobra un sentido literal: no basta con opinar desde la comodidad de un estudio y no ser reconocido por ninguna acción colectiva, como lo hizo Caszely que combatió desde su tribuna, a toda una dictadura militar en plena represión. No basta con sentenciar desde un silla de un live de internet sin haber arriesgado la carrera, la integridad personal y la seguridad de la propia familia por mantenerse fiel a las convicciones.
Y sí, Caszely era temperamental. Tenía esa picardía y desparpajo que enloquecía a los rivales y a veces a sus propios compañeros. Fue el hombre de los goles imposibles en Copa Libertadores, de las definiciones a un toque que levantaban estadios. Fue tricampeón de goleo en Chile, máximo artillero de la Libertadores 1973 y artífice de partidos que quedaron tatuados en la retina popular. Y, de paso, ostenta un récord único: fue el primer jugador expulsado en la historia de los mundiales bajo el sistema de tarjeta roja, en Alemania 1974. Un hito que sus detractores mencionan con sorna, pero que sus hinchas recuerdan como muestra de su carácter indomable: El mismo que le permitió no bajar la cabeza ante la injusticia, dentro y fuera de la cancha.
Carlos Humberto Caszely no sólo hizo historia por sus goles. Lo hizo por negarse a estrechar la mano del dictador Augusto Pinochet antes del Mundial de 1974, un gesto silencioso pero ensordecedor en un Chile donde el miedo era moneda del día a día. Lo hizo por denunciar públicamente la violencia que sufrió su madre a manos de agentes de la dictadura. Lo hizo por pararse, con voz clara, en la franja del “No” en 1988, cuando aún muchos dudaban en enfrentar al régimen.
En tiempos de censura, Caszely fue más que un delantero: fue una bandera de dignidad y resistencia. Mientras otros optaron por el silencio o la conveniencia, él se la jugó por sus ideales, y lo hizo sabiendo que eso podía costarle no sólo su carrera, sino su libertad. Por eso se ganó el clamor popular. No fue por carisma artificial ni por marketing: fue porque, en la cancha y fuera de ella, representó la alegría y el coraje de un pueblo herido.
Criticarlo hoy desde una comodidad televisiva, reduciéndolo a un adjetivo despectivo, es desconocer que su grandeza se mide en goles… pero sobre todo en gestos. Gestos que, en la memoria colectiva, pesan más que cualquier estadística: el gol que levantaba a un estadio entero, la sonrisa que devolvía esperanza en plena represión, la negativa a legitimar con un saludo a quien mantenía al país bajo el miedo.
Se puede discutir sobre jugadas, sobre estilos de juego, sobre el peso de sus participaciones en mundiales. Lo que no se puede hacer es borrar el valor histórico de un futbolista que se atrevió a poner sus principios por delante del poder. Esa valentía no se mide con el VAR ni con la tabla de posiciones; se mide con la memoria y el respeto.
Por eso, Sr. Orrego, la próxima vez que quiera evaluar a Caszely, recuerde que hay personas que han ganado algo mucho más importante que un debate televisivo: han ganado el derecho a ser recordadas como símbolos de coherencia, dignidad y alegría en un país que tantas veces ha carecido de ellas. Y, sobre todo, gracias, Don Carlos Humberto Caszely, por tantas alegrías en un Chile que sufría. Gracias por los goles que nos hicieron olvidar, aunque fuera por noventa minutos, el miedo y la oscuridad. Gracias por demostrar que, incluso en los tiempos más difíciles, todavía era posible sonreír.
Finalmente, y de forma amistosa, invito a Francisco Orrego a reflexionar y pedir disculpas a toda una generación que vivió junto a Caszely momentos imborrables. Porque nadie puede llamar ignorante a otro basándose en prejuicios o diferencias políticas. Más allá de los títulos que se cuelgan en una pared, un hombre se mide por sus acciones, y en ese terreno, Carlos Caszely ya ganó el partido hace mucho tiempo.
Nunca fui un héroe, sólo un jugador que no quiso traicionarse a sí mismo." — Carlos Caszely.
Miguel Ángel Rojas Pizarro Profesor de Historia, Psicólogo Educacional, Psicopedagogo, escritor chileno, columnista y académico universitario.
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