Arturo Prat: Como arquetipo del ideal republicano y Crespo como símbolo de la deshumanización institucional.
Por Miguel Ángel Rojas Pizarro: Psicólogo Educacional – Psicólogo Educacional – Psicopedagogo. @Soy_profe_feliz
En el marco de un nuevo Mes del Mar, Chile vuelve a rendir homenaje al comandante Arturo Prat y a los bravos marinos que dieron su vida en el Combate Naval de Iquique 1879. Se exalta el valor, la entrega y el amor a la patria. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿Qué patria se defiende hoy? ¿Qué valores representan a quienes juran servirla en el siglo XXI? Prat no sólo fue un héroe militar. Fue un abogado comprometido con el estado de derecho, un hombre formado en el humanismo y la ética republicana. Su salto al abordaje del Huáscar no fue un acto impulsivo, sino el corolario de una vida de coherencia y servicio público. La patria de Prat era una patria democrática, de principios y leyes.
Hoy, ese concepto ha sido vaciado de contenido y secuestrado por sectores que, bajo una retórica autoritaria, reivindican una patria excluyente, vertical, donde la obediencia ciega se impone por sobre los derechos humanos y la crítica histórica. Lo vimos con brutal claridad en el caso del teniente coronel Claudio Crespo, imputado por dejar ciego a Gustavo Gatica, y cuyas frases filtradas en video como “¡Te vamos a Sacar los ojos!” hielan la sangre por su deshumanización y sadismo institucionalizado de quienes nos juraron defender.
Lo más preocupante es que Crespo no era un agente marginal o aislado, sino un oficial con rango y trayectoria, formador de hombres y líder de tropas. ¿Qué tipo de formación ética y profesional se está impartiendo cuando un oficial con tales convicciones morales logra ascender, comandar y representar la doctrina de la fuerza pública? ¿Qué dice eso de nuestra cultura institucional?
Más alarmante aún es que las instituciones formadoras de los futuros oficiales de la Marina y de las Fuerzas Armadas guardan un silencio pedagógico cómplice. Esta afirmación no es un juicio antojadizo: Surge al revisar en detalle el currículum oficial de formación de la Escuela Naval Arturo Prat, donde no se contempla una sola asignatura dedicada a los derechos humanos, ni se mencionan visitas pedagógicas al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, ni a sitios de detención y tortura como Villa Grimaldi o Londres 38.
No hay espacios formativos explícitos para reflexionar sobre el golpe de Estado de 1973, las violaciones sistemáticas de derechos humanos, ni sobre el rol de las instituciones armadas en ese periodo oscuro de nuestra historia. Tampoco se contempla una formación ética crítica basada en los principios de justicia, reparación y no repetición. Y ante esto, cabe una pregunta aún más incómoda: ¿Por qué la Marina ha dejado fuera de su historia oficial a marinos ilustres como el Capitán de Navío Arturo Araya Peeters (Edecán del presidente Allende) asesinado en 1973, leal a la Constitución o al Almirante Raúl Montero Cornejo, que rechazó la intervención militar en la política nacional? ¿Se estudia acaso la Sublevación de la Escuadra de 1931, donde marinos y obreros se alzaron exigiendo mejoras salariales y justicia social? Aquel motín fue sofocado con extrema dureza: Hubo 6 condenas a muerte, 120 penas de cárcel y más de 800 expulsiones de marinos y trabajadores de los astilleros.
¿Por qué esos hechos, profundamente ligados a la historia social y política de la Armada, no tienen un lugar en la enseñanza formal de sus oficiales? ¿Por qué se construye una historia heroica, pero amputada de su dimensión ética y de clase? ¿Cómo se espera formar líderes íntegros si se les niega el conocimiento profundo de su propia historia? ¿Cómo se invoca el nombre de Prat sin enseñar que defender la patria también significa nunca más permitir el autoritarismo, la tortura ni la impunidad?
Los silencios también educan. El silencio forma. Y hoy está formando oficiales sin memoria, sin crítica, sin conciencia del pasado oscuro que deben contribuir a no repetir. Chile necesita Fuerzas Armadas al servicio de su pueblo, no de sus élites. Oficiales que entiendan que la lealtad no es hacia una cadena de mando acrítica, sino hacia la democracia y los principios universales de dignidad humana.
Arturo Prat dio su vida por un ideal. Que no sea usado su nombre para encubrir abusos ni distorsionar el sentido profundo de la patria por la que murió junto a leales oficiales y marineros. Porque si el comandante Arturo Prat estuviese vivo, ¿qué nos señalaría hoy? ¿Qué diría sobre el clasismo persistente en las Fuerzas Armadas, que ha costado la vida de jóvenes inocentes realizando su servicio militar obligatorio en condiciones de vulnerabilidad? ¿Qué diría sobre los desfalcos millonarios y sistemáticos cometidos por altos mandos del Ejército y de Carabineros, mientras se sigue hablando de honor y patria? ¿Qué diría Prat, como profesor naval que tradujo personalmente libros del francés al español para entregarlos gratuitamente a estudiantes de escuelas públicas porteñas? ¿Qué diría Prat, abogado que defendió a sus camaradas de las arbitrariedades de jefaturas autoritarias? No, Prat no estaría en silencio. No justificaría abusos. No dispararía a los ojos y no escondería la historia. Prat estaría del lado del pueblo, de la verdad, de la justicia y de la educación pública.
Por eso, en este nuevo Mes del Mar, el homenaje a Prat no puede quedarse en discursos ni ceremonias. Es tiempo de revisar a fondo el currículum educativo de nuestras Fuerzas Armadas. Porque Chile necesita más oficiales como Arturo Prat y ningún otro Claudio Crespo. Más compromiso con la democracia y menos violencia legitimada por la falsa insignia de patriotismo.
“El patriotismo es el último refugio de un canalla”. Samuel Johnson.