Por Miguel Ángel Rojas Pizarro:. Profesor de Historia, Psicólogo Educacional y Psicopedagogo. @Soy_Profe_feliz – miguelrojas.cl
En un momento clave de la novela Crimen y castigo (1866), Raskólnikov, el joven protagonista, justifica el asesinato de una Sra. Prestamista (usurera) afirmando que su crimen estaría al servicio de un fin superior. Esta mujer vieja y “parásita por medio de la usura y desesperación de los pobres”, según él, impedía el desarrollo de vidas más valiosas, por lo que su muerte sería una forma de “liberar” recursos para la humanidad. La novela de Fiódor Dostoyevski no solo relata las consecuencias de ese acto, sino que destruye éticamente la idea de que hay personas sacrificables en nombre del “bien común”.
La historia y la literatura nos advierten, una y otra vez, sobre los peligros de esas ideas. Por eso, resulta alarmante, aunque no sorprendente escuchar a figuras políticas como Johannes Kaiser justificar el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 como un acto necesario para “salvar a Chile del comunismo”, relativizando o incluso negando los crímenes cometidos durante la dictadura militar. En el fondo, Kaiser comparte con Raskólnikov la misma lógica perversa: La creencia de que el fin justifica los medios, incluso si esos medios implican matar, reprimir o anular al otro.
En un artículo que antecede al crimen, Raskólnikov como estudiante de filosofía, sostiene una teoría moral perturbadora: La humanidad se divide entre “personas ordinarias”, que deben obedecer las leyes, y “personas extraordinarias”, que están por encima de la moral común y pueden transgredirla si su objetivo lo justifica. Él se ve a sí mismo como uno de esos hombres superiores, como un nuevo Napoleón capaz de matar por una causa histórica.
Sin embargo, tras asesinar a la Sra. usurera, su alma se fractura. El castigo no llega del sistema judicial, sino de su propia conciencia, que lo consume con culpa, angustia y delirio. Dostoyevski no exalta su teoría, la demuele psicológicamente: La verdadera redención no viene del poder ni de las ideas abstractas, sino del amor y el sufrimiento compartido, encarnado en la figura humilde de Sonia, quien representa el camino de la compasión y la dignidad en la novela.
El discurso de Kaiser y otros sectores de extrema derecha retoma, bajo ropajes contemporáneos, esa vieja idea del “hombre extraordinario”. Justifican la interrupción violenta de la democracia en 1973 bajo el argumento de que el país enfrentaba una amenaza “mayor”, y que Pinochet —como Raskólnikov— debía mancharse las manos para “salvar la nación”.
Pero como nos muestra Crimen y castigo, no hay justificación posible para el crimen cuando se pierde el respeto por la vida humana. La dictadura chilena no fue una “corrección necesaria del rumbo nacional”, como pretende ese discurso, sino un proyecto de exterminio político, económico y cultural que dejó más de 3.000 muertos y decenas de miles de torturados, exiliados y perseguidos (Rettig, 1991; Valech, 2004).
Kaiser niega o relativiza esos hechos. Su discurso no es una diferencia de opinión; es un retroceso civilizatorio. Implica validar el asesinato del otro como instrumento político. Implica, como Raskólnikov, desconectarse de la empatía, de la conciencia y de la historia.
Desde la psicología humanista, como la de Carl Rogers o Viktor Frankl, sabemos que el desarrollo pleno del ser humano se da en el encuentro con el otro, no en su negación. El verdadero liderazgo no surge del desprecio a la vida, sino del respeto, la autenticidad y la compasión. El protagonista de la novela Crimen y Castigo: Raskólnikov fracasa no porque lo descubran, sino porque su alma colapsa ante el peso de haber negado su humanidad y la del otro.
En ese sentido, el negacionismo contemporáneo no sólo es peligroso políticamente, sino destructivo psicológicamente. Una sociedad que justifica la muerte de sus disidentes, de sus “enemigos ideológicos”, es una sociedad enferma, incapaz de construir vínculos sanos, justicia reparadora o memoria colectiva.
El verdadero castigo: La historia no olvida. Al final de la novela, Raskólnikov, devastado, se entrega a la justicia y con una condena en la cárcel comienza un camino de redención desde la humildad. ¿Tendrá Chile esa misma valentía? ¿Tendrán los herederos de la dictadura el coraje de mirar el horror y decir “nunca más desde el alma y a los ojos”?
El problema no es que Kaiser “opine distinto”. El problema es que su discurso legitima el crimen como método, tal como lo hizo Raskólnikov. Y si la historia —o la literatura— nos enseñan algo, es que toda teoría que olvida al ser humano termina por destruirse a sí misma.
No basta con leer a Dostoyevski. Hay que escucharlo. Porque, como bien dice Viktor Frankl (2004), “el ser humano está llamado no a ser feliz, sino a encontrar sentido”. Y ese sentido no se encuentra en el poder, ni en la violencia, ni en el cinismo. Se encuentra en el respeto por la vida, incluso la más frágil.
No puedo terminar esta columna sin dirigirme a Ud. Sr. Johannes Kaiser, no te hablo como adversario político, ni como intelectual que busca derrotar tus ideas. Te hablo como padre. También como excadete, Como hombre que también ha sentido rabia, miedo y frustración con este país. Pero que ha aprendido a través del dolor, la historia y la psicología que el camino del odio nunca deja frutos sólo herencias de trauma y dolor.
Te invito, con sinceridad, a mirar con otros ojos el pasado. No como campo de batalla ideológico, sino como memoria viva de miles de familias chilenas que aún lloran a sus desaparecidos. No es debilidad pedir perdón o reconocer errores históricos. Al contrario: Es el acto más valiente que puede tener un líder.
Así como Raskólnikov encontró su redención cuando dejó de defender su crimen y se atrevió a amar, a sufrir y a mirar al otro a los ojos, deseo de corazón que tu camino no sea el del desprecio, sino el del encuentro. Que no sigas justificando muertes ni dictaduras en nombre de un país ideal, sino que desde tu vereda que es distinta a la mía. Construyas un país real, con todos y todas dentro.
Porque al final del día, no somos políticos, ni ideologías. Somos padres, hijos, hermanos, tíos, compañeros, amigos. Y yo, como tú, quiero un Chile donde mi hija pueda vivir sin miedo, sin odio, y sin repetir las sombras que aún duelen. Ojalá que tus palabras, tus actos y tus convicciones nazcan, algún día, no del resentimiento, sino del amor.
SOBRE EL AUTOR
Miguel Ángel Rojas Pizarro (Valparaíso, 1983) es un académico chileno multidisciplinario cuya trayectoria articula la pedagogía crítica, la psicología educacional y la historia social. Psicólogo educacional, psicopedagogo y profesor de Historia, Rojas ha desarrollado una labor sostenida tanto en el sistema escolar como en la formación docente universitaria.
Destaca especialmente su producción de pensamiento crítico a través de una nutrida labor como columnista en medios regionales y nacionales, donde ha abordado temas como el estallido social, la justicia educativa, el rol del Estado docente y la salud mental de los trabajadores de la educación. En sus columnas publicadas en medios como El Ciudadano, CIPER Académico y Prensamérica, Rojas combina análisis histórico, perspectiva freiriana y un enfoque humanista que interpela tanto a las estructuras institucionales como a los sujetos que las habitan. Sus textos suelen entrelazar reflexiones pedagógicas con memoria histórica y crítica política, destacando títulos como: “El PME como acto ético” y “Para que nunca más se apague la voz de una profesora: el caso de Katherine Yoma”.
Rojas Pizarro también ha publicado libros como Voyager 1: Viaje al corazón. Guía práctica para trabajar la autoestima (2023) y Desperté: encrucijada por la dignidad, un ensayo testimonial-político surgido en el contexto del estallido social chileno, donde explora las dimensiones emocionales y colectivas de la revuelta ciudadana. Su trabajo se enmarca en una praxis comprometida con la transformación educativa y social desde el sur austral de Chile, integrando saberes disciplinares con vivencias personales, experiencias territoriales y un permanente llamado a humanizar la educación como acto de justicia, memoria y reparación.
contacto: psmiguel.rojas@hotmail.com