En el tablero político del Ecuador, Marcela Aguiñaga, prefecta del Guayas, se mueve como una pieza incómoda para los rígidos del correísmo, pero imprescindible para quienes buscan adaptarlo a los tiempos actuales. Su declaración del 15 de agosto de 2025 resuena como un eco que atraviesa los pasillos de la Revolución Ciudadana (RC), revelando tensiones que se gestan desde hace más de ocho años y que muestran la compleja arquitectura de lealtad y pragmatismo que la define.
Desde su ingreso a la RC en 2007, Aguiñaga se ha mostrado como una aliada inquebrantable de Rafael Correa, “yo estoy desde marzo de 2007, en días buenos y malos”, recuerda, dibujando un paisaje de compromiso y fidelidad que se mantiene incluso cuando otros abandonan el barco. Sin embargo, su trayectoria no es de obediencia ciega: cuando el movimiento se desvía, sus críticas emergen con la fuerza de un río que se abre paso entre rocas, cuestionando decisiones y señalando caminos alternativos.
Durante el gobierno de Lenin Moreno (2017-2021), Aguiñaga se consolida como figura de resistencia. Frente a quienes, en su visión, traicionan al proyecto correísta, ella sostiene la antorcha de la coherencia, “algunos huyeron, yo me quedé; cuando algunos negaron a Correa, yo lo defendía”. Es en esta etapa donde su nombre empieza a dibujarse con trazos de militancia auténtica, aunque ya se perciben fisuras con los sectores más ortodoxos del movimiento.
Su presidencia de la RC entre 2021 y 2023 marca un cambio de ritmo. La política se convierte en gestión, y la gestión en resultados. Aguiñaga impulsa la formalización del movimiento, establece un registro de militantes, regula financiamiento y obtiene triunfos electorales en las elecciones seccionales de 2023. Su liderazgo pragmático, centrado en resultados tangibles, empieza a chocar con las corrientes radicales que prefieren la pureza ideológica sobre la eficiencia concreta. Su distancia con Luisa González ilustra este choque, “con la señora Luisa González no hablo jamás”.
Tras las elecciones presidenciales de 2025, el distanciamiento se vuelve evidente. Aguiñaga rechaza las acusaciones de fraude promovidas por González y Correa, defendiendo la legitimidad del resultado y la necesidad de mirar hacia adelante: “Uno en la democracia a veces gana, a veces pierde”. Su apertura al diálogo con el gobierno de Noboa, en mayo de 2025, evidencia un pragmatismo que incomoda a los fanáticos del enfrentamiento perpetuo.
En agosto de 2025, la tensión alcanza su clímax. Aguiñaga denuncia la exclusión de las autoridades locales en las decisiones del movimiento, cuestiona la autoridad moral de González y revela la existencia de cartas internas que reclaman mayor participación. Incluso critica, con sutileza y peso simbólico, un tuit de Correa sobre la “tibieza”, señalando la manipulación de su cuenta y las sombras de control que persisten dentro de la RC.
Ideológicamente, Aguiñaga transita un socialismo democrático de raíz local, que enfatiza la autonomía territorial y la gestión concreta. Su institucionalismo la aleja del dedazo y del debilitamiento de la Corte Constitucional, mientras que su antipopulismo y pragmatismo la distinguen de los fanatismos internos. Sus decisiones reflejan la búsqueda de soluciones efectivas frente a problemas concretos de seguridad y desarrollo provincial.
La historia de Aguiñaga combina continuidad y ruptura. Mantiene los principios fundacionales de la RC y defiende a Correa en momentos críticos, pero se aparta de la verticalidad y la confrontación permanente. Su liderazgo se centra en resultados concretos y en la adaptación del movimiento a las nuevas realidades del país, mostrando que fidelidad histórica y innovación política pueden coexistir. Su declaración del 15 de agosto de 2025 no es un adiós al correísmo, sino un llamado a la reinvención: “El Ecuador de hoy no es el del 2008”. Sus palabras delinean una disputa sobre cómo adaptar un proyecto político a un país polarizado, desigual y convulso, y revelan la necesidad de repensar estrategias sin perder identidad ni relevancia.
Marcela Aguiñaga se presenta así como la oveja negra que cuestiona desde adentro, la voz que desafía la rigidez y recuerda que la política no es dogma sino acción, diálogo y renovación constante. Su trayectoria invita a reflexionar sobre la importancia de la flexibilidad ética y estratégica en la construcción de la democracia ecuatoriana, recordando que la fidelidad a los principios no está reñida con la búsqueda de soluciones concretas y justas.
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