Dr. Zenobio Saldivia M.* / Dr. Miguel Muñoz A.**
U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Chile.
Algunos antecedentes
Los días que vivimos exigen a la sociedad cambios importantes en su comportamiento, obligando a todos los actores a mudar sus prácticas cotidianas. Por ello las universidades y el mundo intelectual en general obviamente, quedan también sujetos a esta necesidad emergente. Por eso, en nuestra condición de académicos de una universidad tecnológica chilena, creemos conveniente expresar y difundir nuestra visión al respecto, especialmente en relación al rol que en estos tiempos debe desempeñar este tipo de universidades. Así, de partida consideramos que tales corporaciones, debieran satisfacer dos exigencias mínimas, las cuales, en todo caso, se sitúan en el marco de su quehacer. La primera, se remite a la contingencia; esto es, a la necesidad de actuar sobre el plano de la docencia, con los medios tecnológicos y las plataformas de interacción social e informativa, proveyendo de este servicio a todos los estudiantes de manera tal que se evite la recurrente situación de las desiguales frente al acceso del conocimiento de nuestros estudiantes. La segunda, tiene que ver con la multiplicación de sus esfuerzos de investigación, y especialmente, de una reflexión proveniente desde las humanidades y las ciencias sociales que llegue al marco social, dando cuenta de una mirada sobre el hombre, la ciencia y la tecnología.
Los roles esperados por la sociedad
Así entonces, en relación a la primera tarea frente a la contingencia, al parecer casi todas o todas han implementado sistemas de educación formal a distancia por medio de plataformas virtuales y han venido perfeccionado a sus docentes al respecto. Es decir, que cuenten con los medios computacionales y de conectividad para realizar sus labores docentes. Así con falencias y avatares, estas entidades han asumido su nuevo rol y se están fortaleciendo por esta vía. La Universidad Tecnológica Metropolitana por ejemplo, ha principiado a apoyar a muchos de sus estudiantes con donaciones de note-books y los profesores cuentan con espacios virtuales para recibir e enviar la información a sus estudiantes. Es un buen paso, pero otra cosa distinta es la real interacción dialógica que con ellos se pueda lograr. Frenan estos esfuerzos, sin embargo, las limitaciones externas; como por ejemplo la calidad de la conexión con que los alumnos puedan trabajar; al parecer no puede hacer nada con respecto a la calidad de la conectividad de los mismos en sus hogares, pues escapa a su competencia.
Es que la docencia nunca ha estado estática ante los incrementos de la tecnología: en menos de un siglo hemos transitado de la tiza a los plumones, de éstos a las transparencias y, en un breve lapso, a los power point y los vídeos y a las pizarras interactivas. Finalmente, y de sopetón, hemos sido compelidos por las circunstancias a abandonar la presencialidad física de nuestras clases, para reemplazarlas por un grado de “presencialidad virtual”, mediante videoclases en plataformas sujetas a la internet. Como nunca antes, hoy la docencia está mediada por aparatos de comunicación a distancia, repositorios y materiales virtuales.
Las universidades -y la UTEM- han tenido que llevar adelante esfuerzos por dotar de dispositivos computacionales y de conexión a internet, a aquellos estudiantes que no contaban con esos instrumentos, como ya se ha señalado. Al fin y al cabo, las condiciones materiales de los estudiantes son diversas y la institución, en su condición de prestadora de un servicio, debía ponerse a la altura de ese desafío: equiparar las condiciones de trabajo los estudiantes para concretar, tan adecuadamente como fuere posible, su quehacer docente. Al parecer, las universidades han logrado entregar en este punto de la mera docencia, lo que se espera de ellas, con dificultades: entrega de contenidos, pero más que eso es discutible.
En cuanto al segundo papel que la sociedad espera de estas corporaciones, es decir, amplias reflexiones, estudios y trabajos que desde las humanidades y las ciencias sociales les hablen a las personas de lo que es la ciencia y la tecnología y de sus alcances e impactos, creemos que estamos al debe. En efecto, esto es más complejo porque compromete esfuerzos administrativos y de equipos humanos, y de una visión de los estudiantes como agentes de investigación, que no se observa en todas estas corporaciones.
La adecuada comprensión de la relación entre ciencia y tecnología con las humanidades y las ciencias sociales configura una expresión contemporánea de la integración del conocimiento y de la interdisciplinariedad; entendida como la integración sistemática de teorías, métodos, instrumentos y acciones de los miembros de las comunidades científicas, a partir de diversas disciplinas, con el propósito de alcanzar una visión unitaria acerca de un área del saber. En este caso sobre la situación actual de la ciencia y la tecnología pero vista con los ojos del humanismo y de servicio social.
Reflexionar desde y para las humanidades y las ciencias sociales, y desde aquí hacia el universo de la ciencia y la tecnología, es una labor jibarizada o simplemente no lograda en muchas de estas universidades tecnológicas, incluida la que acoge a estos autores. Es que carecen de una política planificada de cooperación que fomente estos estudios, no hay centros de humanidades con perfil investigativo, pues la investigación en estas casas de estudio es entendía como como algo que debe estar únicamente en correlato con las transnacionales, con el mundo empresarial y con los mega-ejes de las directrices de Fondecyt y otras. Es decir, capitalismo académico, para requerimientos del mercado internacional y que al mismo tiempo dejen ingresos a estas universidades. No interesa la investigación centrada en el hombre, en la persona o sobre las personas; en las cartas de compromiso anual de los académicos, ni siquiera la consideran porque no está articulada a un proyecto con financiamiento externo.
La situación de algunas de estas corporaciones
En efecto, si bien en el modelo educativo de estas corporaciones con rótulo de tecnológicas, habla de formación integral, desarrollo humano y social, y eficacia comunicacional; esto no se logra, o no se logra plenamente en el contexto virtual. Ello porque las humanidades y ciencias sociales tienen una presencia mínima en el curriculum de los estudiantes y no existe masiva y sistemáticamente una línea de docencia con asidero real que permita a los profesores y alumnos, trabajar estos temas, ni mucho menos organizar investigaciones teóricas al respecto. Sólo se sigue el paradigma del utilitarismo y pragmatismo racionalizante que permita entregar profesionales conocedores de lo suyo y que puedan ser contratados por las empresas. Honestamente este tipo de estudios están truncos por razones económicas o porque se estima que hay que ayudar a los alumnos que terminen pronto sus carreras y no saturarlos con reflexologías. Craso error. Y de partida la idea de las humanidades en muchas corporaciones tecnológicas, incluida la que acoge a estos autores, está equivocada. Pues los escasos ramos sobre lo humano y sobre su devenir y su acción científica-tecnológica, que ofrecen estas entidades, quedan como apéndices sueltos en lo administrativo y en lo curricular. Es una errónea dispersión de esfuerzos y una desvinculación de las unidades donde se cultivan las disciplinas: los departamentos, y en este caso el Departamento de Humanidades. Así, nada más como ilustración pensemos: ¿qué interacción dialógica o de producción intelectual colegiada puede existir entre un colega que aun siendo de humanidades es contratado aisladamente por dependencias ajenas a un a Facultad de Humanidades? ¿qué puede conocer de la línea de trabajo de los colegas de un Departamento de Humanidades que tiene la responsabilidad de hacer crecer la disciplina? ¿Cómo se va formar un equipo de investigadores sobre humanidades si ni siquiera se conocen los unos con los otros? En fin…
El deber ser de estas casas de estudio superiores
Las universidades constituyen uno de los espacios que las sociedades se han dado para la reflexión conducente a descubrimientos e invenciones en diversos campos, pero igualmente a la expresión y difusión de ideas. Los desafíos que enfrenta la humanidad permanentemente y sobre todo ahora, cuando un virus alcanza los distintos rincones del planeta, suelen constituir escenarios propicios para el despliegue científico, tecnológico y reflexivo. Así lo hemos estado presenciando: distintas universidades del mundo dirigen sus recursos a solucionar los problemas relacionados con la expansión de la enfermedad, probando una y otra vez la elaboración de medicinas que eliminen o mitiguen su impacto en la salud de las personas. Ciertamente, en ello están inmersas especialmente universidades que se concentran en el quehacer científico y tecnológico. En tiempos de pandemia, las ciencias y las técnicas están dirigidas a enfrentar directamente la contingencia.
De hecho, hoy en los medios abundan las figuraciones heroicas con las cuales se destaca la tarea que llevan adelante los profesionales de la ciencia y la tecnología, en el enfrentamiento de la enfermedad. Tal vez en un tono similar al enfoque positivista de las ciencias, que se divulgó en el mundo intelectual desde finales del siglo XIX hasta inicios del XX. Así, de uno u otro modo, hemos estado presenciando, cada día y hora tras hora, los esfuerzos desarrollados en el mundo de las ciencias, sus ires y venires alrededor de diversas cuestiones: ¿es o no pertinente el uso de mascarillas en personas sanas?, ¿cuánto tiempo debe usarse la mascarilla? ¿es o no recomendable la prescripción de hidroxicloroquina o remdesivir para combatir la enfermedad?, ¿cuánto tiempo permanece la inmunidad de un recuperado?, ¿es o no conveniente realizar cuarentenas? y ¿de qué modo? y así sucesivamente… Ha sido difícil que los mismos profesionales ligados al mundo de la medicina, alcancen pleno consenso sobre esas y otras cuestiones para poder así ofrecer una ruta adecuada y común de enfrentamiento de la pandemia. Y el espectador se mueve entre este bombardeo de consultas como las mencionadas, entre las hipótesis divulgadas sobre el origen del virus, entre agoreros, profesionales, advenedizos y gente que cree saberlo todo con respecto a la pandemia,
Al parecer, durante las epidemias pasadas, cómo por ejemplo la gripe española de inicios del siglo XX o las epidemias de cólera a fines del siglo decimonono, o la fiebre amarilla, tifus y otras de los siglos anteriores, no se apreciaba aún con toda su fuerza la labor de los científicos frente a las mismas. Empero, en esta ocasión toda la población está observando cómo es que la ciencia se desarrolla en medio de presiones políticas y económicas, o de contradicciones internas entre los propios miembros de la comunidad científica, y se observa también producto de la instantaneidad de los medios, los pasos en falso, las correcciones, y los intentos y reintentos por alcanzar la anhelada vacuna. Y aquellas preguntas que enfrentan los expertos son igualmente objeto de reflexión entre legos.
La necesidad de presencia de las Humanidades
Tantas dificultades que presenta el terreno científico en su despliegue, sumado al hecho de que la población es testigo de ello y, más todavía, que carga sus esperanzas en estas corporaciones que deben ofrecer reflexiones serias respaldadas con estudios de años; deben hacernos pensar acerca de si las universidades tecnológicas deberíamos hacernos cargo de analizar con mayor dedicación, desde las humanidades y las ciencias sociales: la enrevesada relación en que se atan el actuar de las personas, con sus sueños de cambio social, con sus deseos de que les explique lo que hace la ciencia y la tecnología. Como suele argumentarse hoy en los estudios de ciencia tecnología y sociedad, las ciencias son demasiado importantes como para dejarlas únicamente en manos de quienes las practican. A fin de cuentas, si la salud de la sociedad depende de que sus científicos elaboren medicamentos; entonces, la ciencia y la tecnología no son espacios vedados a las humanidades ni a las ciencias sociales, y menos todavía en el ámbito de una universidad tecnológica que debería hacer de ello uno de sus ejes. No podemos darnos el lujo de forjar profesionales del área tecnológica sin ofrecer a la sociedad, paralelamente, reflexiones sobre ella. Y lamentablemente eso es lo que está pasando: entregamos profesionales tecnologizados, débiles en axiología y en ética profesional y desconocedores de lo humano.
La filosofía, la historia y la sociología, han abonado el estudio sobre las ciencias y las tecnologías. Puestos a pensar sobre los orígenes de las ciencias, desde luego iremos a dar con aquellos filósofos que especulaban acerca de los límites y características de los elementos visibles en la Tierra; con aquellos que sugirieron vertientes epistemológicas, en la Época Moderna; y hasta quienes se han preguntado por la conmensurabilidad y por la demarcación de las ciencias. El desarrollo de la historia de las ciencias y las tecnologías ha engendrado relatos sobre su despliegue en distintos contextos nacionales, en hilos que nos ayudan a entender aspectos comunes y diversos en las instancias de descubrimiento e innovación, tales como la función de la ciencia en la construcción de las repúblicas latinoamericanas, el contexto de descubrimiento de las vacunas o la preponderancia de las visiones e imágenes en la invención de aparatos técnicos. Desde la sociología, por ejemplo, han nacido preguntas sobre el vínculo existente entre el cambio social y los cambios científicos y tecnológicos, vale decir, acerca del condicionamiento de las sociedades por sus propias invenciones; o también sobre el impacto en la esfera política, en el marco social y cultural en nuestros países.
En suma, desde las universidades, y con mayor razón desde una universidad tecnológica como la que alberga a estos autores, la circunstancia de la pandemia actual, podría constituir un catalizador del desarrollo de soluciones científicas o técnicas, pero también de poner a disposición de la sociedad reflexiones sobre las ciencias y las tecnologías.
El cambio parece ser una característica de los sistemas educativos, tanto en su currículum, como en los resultados axiológicos, cognoscitivos y sociales que se persiguen alcanzar, gracias a la acción de los procesos de enseñanza-aprendizaje. La necesidad de innovación en los sistemas educacionales se entrecruza con la historia misma de la educación. Las sugerencias, las orientaciones y los requerimientos vinculados a la educación atraviesan el tiempo y las culturas. Desde la paideia de la Grecia Clásica, hasta el trivium y el cuadrivium de las primeras universidades medievales, o desde el positivismo arraigado en la educación decimonónica de las jóvenes repúblicas de América, hasta las exigencias de la globalización contemporánea, son expresiones del cambio cómo un fenómeno transversal.
Básicamente, el burbujeante ánimo social exhibido desde el 18 de octubre del año pasado en Chile, ha sido una primera advertencia al desarrollo de la docencia para que considere a las humanidades, pero ahora, un elemento microscópico, el Sars-CoV-2, ha obligado a la educación, en todos sus niveles, ha adaptarse ante su presencia. Al parecer, debemos hacernos a la idea que estas modalidades de clase se establecerán, que no abandonarán el panorama de la docencia en educación superior a partir de ahora.
Comentarios finales
La cuestión de la presencia de las humanidades y las ciencias sociales en la formación superior no debería requerir de una defensa, pues estamos formando un profesional que antes que nada es también ser humano, es una persona y por tanto dichas disciplinas tienen que estar en el currículo. Empero, en muchas universidades tecnológicas, esos saberes son meros puntos documentarios y normativos, sin respaldo de una praxis continua colegiada entre equipos de investigadores y alumnos, que tengan una tradición y un acopio de una vasta producción. Es que no ha habido preocupación para que estos docentes hagan escuela. Y como tal -hoy sobre todo- estamos obligados a desarrollar una reflexión crítica y a fomentarla; que mire hacia la ciencia y la tecnología, hacia sus soportes, alcances y proyecciones. Es una constante de la propia praxis de las universidades y del sentido último de una universidad, de un lugar donde todas las expresiones del saber tienen o debieran tener presencia.
Por tanto, la perspectiva del humanismo, implícito en las mallas curriculares, o en equipos bien cohesionados, es un desafío y un horizonte que no podemos desconocer y que se identifica con el rol social que deseamos que nuestros profesionales mantengan en el quehacer social. Es urgente por tanto, insuflar las reflexiones y análisis provenientes de la epistemología, de la historia, o de los enfoques sociológicos y antropológicos más actualizados. La realidad de la pandemia ha dejado al descubierto estas falencias en muchas de estas corporaciones, pues el marco social esperaría aportaciones desde el plano de la filosofía de las ciencias y la ética profesional, que apunten a los requerimientos actuales de los profesionales expuestos al mundo que deberán enfrentar. Sobre todo ahora en que los valores como el respeto a los demás se observa como una reliquia del pasado y sólo prima la intolerancia.
Por ello, en estas universidades tecnológicas, es muy conveniente tener cuidado con el impulsivo afán racionalizante y profesionalizante a ultranza, que deja fuera el lado humano y social de la formación universitaria. Éste, por razones economicistas y pragmáticas, o porque no se desea alargar la carrera con ramos humanistas y de ciencias sociales, suele ser el único criterio en los momentos de reordenamiento curricular. Hay que revertir esto, hay que deconstruir este paradigma asociado a un capitalismo académico entreguista y retomar la ética profesional, la filosofía de las ciencias y la ciencia social.
Por ello, insistimos en tener presente que la educación superior, a nivel mundial, ha reconocido que lo fundamental es un equilibrio formativo que integre los conocimientos de la especialidad con las humanidades y las ciencias sociales, para enfrentar con éxito los desafíos y oportunidades que traen experiencias inesperadas y desafiantes como la que atravesamos estos días.
Que una casa de estudios sea una universidad tecnológica, no significa que deba disponer de los más sofisticados recursos tecnológicos para el desarrollo de su quehacer. Se pueden ir alcanzando por etapas, son sólo bienes, artificios, implementos. En cambio, quiere decir que su ámbito es el desarrollo de las ciencias, de las tecnologías y la reflexión acerca de estos dos aspectos en su vinculación con la sociedad. Y la emergencia de la pandemia acentúa, a nuestro juicio, esta faceta.
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*Z. Saldivia M., es Dr. en Historia de las Cs, Mg. en Filosofía de las Cs., profesor e investigador del Depto. de Humanidades, de la Fac. de Humanidades y Tecnologías de la Comunicación Social, UTEM, Stgo.
**M. Muñoz A. es Mg. en Comercio Internacional, Dr. en Relaciones Internacionales, Profesor Depto. de Economía, Fac. de Administración y Economía, UTEM, Stgo.