La decisión del Consejo Directivo del IESS, de reducir las citas médicas para los adultos mayores a solamente 15 minutos, es una afrenta a la dignidad humana. Una afrenta, además, con nombre y apellido: la nuestra. Los jubilados y adultos mayores que construimos este país con décadas de trabajo, de aportes y de sacrificios, ahora somos tratados como un estorbo, como una carga que debe despacharse a la carrera.
¿Dónde queda la Constitución? El artículo 36 reconoce a las personas adultas mayores atención prioritaria, integral y digna. El artículo 50 ratifica la obligación del Estado de brindar servicios especializados en salud. ¿Y dónde queda el Acuerdo Ministerial N.º 00089 del Ministerio de Salud Pública, que fija en 30 minutos como mínimo el tiempo para atendernos?
Todo se desconoce en un plumazo, como si la ley fuera una broma.
Quince minutos no bastan ni para saludar, menos para atender a un paciente que llega con pluripatologías, medicación compleja, problemas de movilidad, memoria o audición. ¿O acaso piensan que somos simples expedientes que se revisan al vuelo? La medicina geriátrica exige tiempo, escucha, paciencia y respeto.
La medida no solo agrede a los pacientes. También humilla a los médicos, que reciben memorandos con amenazas de sanciones si no cumplen este despropósito. Los galenos no son culpables, son víctimas de una burocracia que juega a administrar con calculadora lo que debería tratarse con humanidad. ¿Y cuál es el trasfondo? No nos engañemos: desprestigiar el servicio de salud del IESS hasta hacerlo inviable y así justificar su privatización. Convertir la tragedia en negocio. Esa es la estrategia. Y a nosotros, los jubilados, nos quieren convertir en moneda de cambio.
Señor Presidente: no se engañe. No está tocando números ni cifras frías en un balance. Está jugando con la vida, la tranquilidad y la dignidad de miles de hombres y mujeres que ya pagamos, con creces, nuestro derecho a una vejez con salud y respeto. Este no es un regalo, es un insulto. Y lo decimos alto y claro: no aceptaremos ser tratados como estorbos ni desechos humanos. Nuestra voz se escuchará en las calles, en los tribunales y en la conciencia de la nación.
A los jóvenes que hoy aplauden estas medidas, un recordatorio: la juventud no es eterna. Algún día estarán en nuestros zapatos y sentirán lo que significa ser despreciados por el simple hecho de envejecer. La vejez no es un castigo. El verdadero castigo es gobernar sin memoria, sin respeto y sin corazón.
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