BARCELONA / ESPAÑA.- La elección del Papa León XIV parece abrir una fisura en la narrativa conservadora que Donald Trump busca consolidar en el discurso público de Estados Unidos. En un escenario donde la migración, la justicia social y los derechos humanos se han transformado en verdaderos campos de batalla ideológicos, las posiciones del nuevo pontífice —particularmente en materia de derechos humanos, migración y crisis climática— contrastan de manera frontal con las políticas aplicadas y defendidas por Trump. Su presencia en la escena internacional introduce una voz moral incómoda para un sector que pretendía controlar sin matices ese debate.
De Chicago a Roma, por una senda latinoamericana
Antes de su elección como Papa, Robert Francis Prevost —hoy León XIV— desarrolló una extensa labor pastoral y académica tanto en Estados Unidos como en América Latina. Nacido en Chicago, estudió Matemáticas en la Universidad de Villanova, trabajando como jardinero en una parroquia para costear sus estudios, y obtuvo una maestría en Divinidad en la Catholic Theological Union de la misma ciudad. En 1985 se trasladó a Perú, donde dirigió el seminario agustino de Trujillo y formó parte de la diócesis de Chiclayo, dedicándose a trabajar en comunidades empobrecidas y marginadas.
Desde entonces, León XIV se ha posicionado a favor de las personas migrantes y las minorías, oponiéndose a políticas de exclusión y discriminación. Incluso antes de ser elegido Papa, manifestó su desacuerdo con las deportaciones masivas impulsadas por la administración Trump, denunciando su carácter deshumanizante. Utilizó además sus redes sociales para compartir opiniones contrarias a estas medidas, algo inusual en altos cargos eclesiásticos.
Trump: conservadurismo selectivo y un prontuario judicial
Mientras se autoproclama defensor de las “buenas costumbres” y azote de la criminalidad migrante, Donald Trump acumula un historial judicial que desarma cualquier discurso moralista. En 2024 fue condenado por treinta y cuatro delitos graves de falsificación de registros comerciales, en el caso Stormy Daniels, que reveló un pago de 130.000 dólares para silenciar una relación extramatrimonial durante su campaña de 2016. Esta condena lo convierte en el primer presidente de Estados Unidos en recibir una sentencia penal.
Pero sus problemas legales no terminan allí. También fue condenado a pagar 354,9 millones de dólares por inflar el valor de sus propiedades para obtener préstamos favorables y enfrenta la prohibición de dirigir empresas en Nueva York durante tres años. La Organización Trump, por su parte, fue sentenciada por diecisiete delitos de fraude fiscal, conspiración y falsificación contable, tras descubrirse un sistema de retribuciones en negro a ejecutivos durante quince años.
Además, en Georgia enfrenta trece cargos penales, incluida la violación de la ley contra el crimen organizado, por intentar alterar los resultados de las elecciones de 2020. Un prontuario incompatible con la imagen de “paladín de la moral” que Trump ha intentado proyectar.
Musk, Harvard y una élite que empieza a desmarcarse
A este deterioro político se suma el alejamiento de antiguos aliados estratégicos como Elon Musk, con quien Trump promovió iniciativas como la polémica “Trump Card Visa” para personas millonarias extranjeras. Tras tensiones comerciales y desavenencias públicas, Musk tomó distancia, debilitando una de las columnas empresariales del trumpismo.
Simultáneamente, instituciones educativas de prestigio, como Harvard, han encabezado la resistencia contra las presiones gubernamentales para suprimir políticas de diversidad e inclusión. La administración Trump intentó condicionar los fondos públicos a las universidades que no se alinearan con su línea ideológica, abriendo un nuevo frente de conflicto con la comunidad académica.
Una voz incómoda ante una política migratoria inhumana
Durante su mandato, Donald Trump endureció radicalmente la política migratoria, aplicando una estrategia de “tolerancia cero” que no distingue entre migrantes sin documentación, solicitantes de asilo o residentes legales. Casos como el de Cliona Ward —detenida a pesar de contar con una green card válida hasta 2033 y de haber expurgado una condena menor décadas atrás—, o el de Jerce Barrios —deportado sin pruebas concluyentes a El Salvador tras ser acusado de pertenecer a la pandilla Tren de Aragua, solo por tener un tatuaje del escudo del Real Madrid y una fotografía en redes sociales en la que realizaba un gesto comúnmente interpretado como "te amo" en lenguaje de señas—, reflejan la arbitrariedad y deshumanización de estas políticas, que convirtieron indicios endebles en pretextos para criminalizar y expulsar migrantes.
Particularmente cruel fue la separación de madres lactantes de sus hijos e hijas, y la detención prolongada de menores, denunciada por organismos internacionales. A esto se suman acuerdos bilaterales para enviar migrantes a países como El Salvador o Libia, en condiciones humanitarias precarias, profundizando una crisis ya alarmante.
Frente a este panorama, el Papa León XIV, al asumir como pontífice, reiteró, aunque de manera más sutil, la postura que ya había expresado durante su etapa como obispo. En su primer discurso en el Vaticano, destacó su deseo de “una Iglesia sinodal, caminando y buscando siempre la paz, la caridad, la cercanía, especialmente con quienes sufren”, y que “tenemos que buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, tendiendo puentes, dialogando, siempre abierta a recibir con los brazos abiertos a todos, como esta plaza, abierta a todos, a quien necesite de nuestra caridad, de nuestra presencia, del diálogo, del amor”. No obstante, sería valioso que estas palabras no queden solo en promesas, sino que se traduzcan en acciones concretas que realmente hagan la diferencia en las vidas de aquellas personas que más están siendo perjudicadas ante el crecimiento de los discursos de odio.
Todo suma
Si bien es cierto que, como líder de la Iglesia Católica, León XIV no impulsará un cambio revolucionario en términos políticos —pues mantiene posturas conservadoras en otros ámbitos, como su rechazo años atrás a la ordenación femenina y sus reservas frente a ciertas políticas de diversidad de identidad sexual—, resulta innegable que su discurso sobre migración puede resonar con fuerza en amplios sectores sociales. En particular, en una base católica estadounidense que durante años fue permeable al relato del orden, la mano dura y el nacionalismo excluyente. Además, su defensa de una relación de reciprocidad con la naturaleza, en contraposición a la lógica de explotación, aporta otro matiz disonante en ese espacio conservador. Su mensaje representa, al menos, una grieta moral en esa narrativa, y sería destacable que no se quede en meras declaraciones.
Bárbara Balbo.