Por David Pinos / Especialista en Comunicación Estratégica y Seguridad Informativa.
La reciente denuncia de un supuesto plan para asesinar al presidente Daniel Noboa por parte de sicarios provenientes de México ha levantado más dudas que certezas. Lo que, en teoría, debía ser una operación silenciosa y de alto nivel coordinada por inteligencia militar, terminó siendo un espectáculo público que muchos analistas, periodistas e incluso autoridades extranjeras tildan de show mediático.
El anuncio, hecho con tono alarmista y sin pruebas contundentes presentadas al país, contradice los principios más básicos de cualquier operación de inteligencia seria. ¿Desde cuándo se ventilan públicamente amenazas de este calibre sin antes tener resultados concretos, capturas o siquiera evidencias visibles?
La Cancillería de México no tardó en responder, calificando la versión ecuatoriana como inverosímil y políticamente motivada. En efecto, en lugar de desactivar una supuesta amenaza, el gobierno ecuatoriano terminó encendiendo tensiones diplomáticas y, para muchos, buscando desviar la atención de los graves problemas internos que vive el país: violencia desbordada, hospitales colapsados, desempleo creciente y un Estado debilitado.
Y es que la lógica militar es clara: si verdaderamente existía un complot contra el presidente, lo correcto habría sido montar un operativo encubierto, identificar a los autores materiales, capturarlos, y sobre todo, investigar quién los envió. Eso no ocurrió. No hay detenidos. No hay armas. No hay nombres. Solo una narrativa sin respaldo, lanzada en horario estelar, casi como si se tratara de un capítulo más de un thriller político.
En lugar de respuestas, el Gobierno sembró más preguntas:
¿Por qué no se compartió esta amenaza con los organismos internacionales de seguridad o con la misma embajada de México?
¿Por qué se anunció públicamente antes de actuar?
¿Quién gana con este pánico colectivo?
Muchos sospechan que el verdadero objetivo no era proteger al presidente, sino proteger la imagen del Gobierno en un momento de creciente presión ciudadana. Con los escándalos acumulándose, la narrativa del enemigo externo siempre ha sido una herramienta útil para cambiar el foco. Este episodio, lejos de mostrar fortaleza del Estado, evidencia improvisación, uso político del miedo y, quizá, un intento desesperado de controlar el relato mediático. El Ecuador necesita liderazgo, no teatralidad. Necesita inteligencia operativa, no titulares alarmistas sin sustento.
- La seguridad presidencial es cosa seria. No se juega con eso.