La comunidad internacional asiste atónita a una decisión sin precedentes. Ecuador, históricamente alineado con los principios multilaterales y de respeto al derecho internacional, ha sido oficialmente apartado de la Organización de las Naciones Unidas. La medida, aprobada en una sesión extraordinaria del Consejo General, surge como consecuencia de la incursión policial ecuatoriana en la embajada mexicana en Quito el pasado abril, acción que ha sido calificada por múltiples Estados como una “violación flagrante de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas”.
La escena, digna de un drama político global, se ha convertido en símbolo del deterioro de las relaciones exteriores de Ecuador. Lo que comenzó como una disputa diplomática con México por la protección otorgada a un exvicepresidente sentenciado por corrupción, terminó desbordando los cauces institucionales. La ruptura no fue solo con México; fue con el sistema internacional que, desde 1945, construyó reglas para evitar precisamente este tipo de desbordes entre naciones soberanas.
La carta enviada por la delegación mexicana a la Secretaría General de la ONU, aún no divulgada en su totalidad, contiene un compendio de argumentos jurídicos que invocan el artículo 6 de la Carta de Naciones Unidas. Ese artículo permite la expulsión de un Estado miembro si persiste en violar los principios de la organización. Lo insólito es que esta herramienta, rara vez utilizada en la historia de la ONU, se haya aplicado por primera vez a una nación latinoamericana. El precedente está marcado y la región observa con nerviosismo el desarrollo de los hechos.
Mientras tanto, en Ecuador, la ciudadanía se divide. El gobierno justifica su accionar como una respuesta soberana frente al uso indebido de una sede diplomática para proteger a condenados por la justicia. Sin embargo, un sector amplio de la población —académicos, juristas, sectores sociales y medios de comunicación no oficiales— advierte que el costo de esa decisión es descomunal: el país ha perdido aliados, financiamiento internacional y credibilidad institucional. La imagen de Ecuador, hasta hace poco promotor de la paz y la legalidad, ahora es asociada con unilateralismo e irrespeto.
México, por su parte, celebra la resolución de la ONU como una victoria del derecho internacional y la diplomacia. En su declaración, la cancillería mexicana sostuvo que “la comunidad internacional no puede tolerar atropellos a los principios que sustentan la convivencia pacífica entre naciones”, aludiendo a la inviolabilidad de las sedes diplomáticas. Esta victoria simbólica refuerza la imagen de México como defensor del orden multilateral y podría fortalecer su liderazgo regional, mientras deja a Ecuador en una posición marginal.
Los efectos económicos no tardan en sentirse. Países cooperantes han suspendido convenios, organismos multilaterales han reevaluado su relación con el gobierno ecuatoriano y sectores de inversión extranjera han comenzado a retirarse del país. La ONU no solo representa una plataforma política, sino también un espacio vital para la cooperación técnica, científica, ambiental y humanitaria. La expulsión tiene un efecto dominó: menos acceso a proyectos, menos respaldo financiero, menos influencia internacional.
Expertos en derecho internacional, como el jurista argentino Eduardo Barcesat y diplomáticos ecuatorianos, coinciden en que el caso es paradigmático. No solo redefine las fronteras entre soberanía nacional e inmunidad diplomática, sino que también demuestra cómo el incumplimiento de tratados internacionales puede tener consecuencias políticas reales. El equilibrio entre intereses de Estado y el respeto a normas supranacionales entra en tensión y exige reflexión profunda.
Sin embargo, sectores políticos afines al gobierno minimizan el impacto. Alegan que la ONU no tiene mecanismos coercitivos reales y que la medida es temporal o simbólica. No obstante, los documentos oficiales y las declaraciones de diplomáticos de alto rango muestran lo contrario: se trata de una expulsión formal, no de una simple suspensión. Ecuador ha perdido su asiento, su voz y su voto en la asamblea internacional más importante del planeta.
En medio de este panorama, la región se fragmenta. Mientras algunos gobiernos aplauden la medida como un acto de justicia institucional, otros guardan silencio, temerosos de que un error diplomático propio pueda acarrear consecuencias similares. La cohesión latinoamericana se resquebraja en un momento histórico en que los desafíos globales exigen mayor unidad y coordinación regional. La ruptura con Ecuador deja heridas abiertas y una lección diplomática para todos.
En conclusión, la expulsión de Ecuador de la ONU marca un antes y un después en la historia de las relaciones internacionales en América Latina. Más allá de las pasiones políticas y las narrativas contrapuestas, el hecho objetivo es que se ha roto una regla básica de la convivencia diplomática. El llamado es a la reflexión: ¿vale más la firmeza estatal que el respeto a los principios universales? ¿Debe un Estado aislarse por defender su interpretación de la justicia? Las respuestas, como las consecuencias, serán duraderas.