De La Esmeralda al aula obrera: “Cuando un marino eligió la justicia antes que la metralla".
Por Miguel Ángel Rojas Pizarro / Profesor de Historia, Psicólogo Educacional y Psicopedagogo / @Soy_profe_feliz – miguelrojas.cl
A veces, la historia nos deja héroes, nombres que se graban en bronce. Otros, en cambio, se graban en el alma del pueblo. El almirante Arturo Fernández Vial pertenece a esa segunda categoría.
Fue marino, sí. Participó en la Guerra del Pacífico, combatió en el combate naval de Iquique, sobrevivió al hundimiento de la Esmeralda y fue prisionero en Perú. Pero cuando uno escucha su nombre en boca de una hinchada popular, no lo recuerda por sus brillantes medallas y galones, sino por algo mucho más grande: por haber elegido el camino de la justicia y la empatía cuando tenía todo el poder para reprimir y generar una masacre de sangre, como la ocurrida en la Escuela Santa María de Iquique.
Corría el año 1903. El puerto de Valparaíso hervía entre grúas, silbatos, frío, cansancio y el grito desesperado de los trabajadores portuarios y ferroviarios. Habían decidido parar todas las faenas. Exigir lo justo. Salarios dignos. Un poco de humanidad en las condiciones laborales más básicas. La chispa se encendió a raíz de un conflicto entre la Compañía Sudamericana de Vapores y sus estibadores, que venían denunciando extensas jornadas laborales de hasta catorce horas, sin descansos adecuados ni medidas mínimas de seguridad. A esta protesta se sumaron los cargadores, fogoneros y trabajadores ferroviarios, paralizando la actividad económica del principal puerto del país. Las tensiones aumentaron, y el gobierno temía que se repitieran hechos violentos como los de 1902 en Iquique.
“A diferencia de lo ocurrido en la Escuela Santa María de Iquique en 1907, donde la represión fue brutal, Vial evitó que Valparaíso terminara teñido de sangre”.
El gobierno de la época, muy nervioso, liderado por el presidente Germán Riesco, envió al contraalmirante Fernández Vial a controlar la situación. Pero Vial no llegó con sable ni bayoneta. Llegó con su mejor arma: el oído. Escuchó a los obreros. Caminó entre ellos. Preguntó antes de ordenar. Propuso diálogo en lugar de represión. Y promovió un tribunal arbitral que puso fin al conflicto sin derramar una sola gota de sangre.
Archivo:1903, Valparaíso, Huelga Portuaria - Frente a la Intendencia.
Ese gesto, sencillo pero gigantesco, le cambió la vida al pueblo y al oficial de marina. Porque a veces, el verdadero combate no ocurre en la guerra, sino en la conciencia.
El gesto de Vial no sólo evitó una masacre, sino que dejó una huella indeleble entre los trabajadores. Fue tal el impacto que, ese mismo año, el 15 de junio de 1903, los integrantes del club International F.C., conformado mayoritariamente por obreros del ferrocarril en Concepción, decidieron rebautizar su equipo como Club Deportivo Ferroviario Almirante Arturo Fernández Vial. No fue una decisión simbólica tomada a la ligera, sino un acto profundamente político y emotivo. Vieron en ese marino a un defensor genuino del pueblo trabajador, un oficial que, en vez de reprimir, escuchó.
En un Chile marcado por la represión a las huelgas y el desprecio por las clases populares, que un club obrero llevara el nombre de un almirante era un acto contraintuitivo, casi revolucionario. Pero Vial, a diferencia de muchos de sus pares, había elegido estar con ellos. Así, el club no sólo se convirtió en equipo de fútbol, sino también en estandarte de memoria viva, de gratitud popular y de la posibilidad de una patria más justa. Y así, en cada partido jugado en tierra penquista, en cada camiseta negra y amarilla sudada en la cancha, vive un poco de aquel gesto del almirante que prefirió ser humano antes que verdugo.
Ya retirado de la vida militar, Fernández Vial no se dedicó al silencio ni al confort del reconocimiento. Optó por un camino aún más revolucionario: la educación popular. Fundó más de una docena de escuelas nocturnas para obreros, convencido de que el saber debía dejar de ser privilegio y convertirse en derecho. Estas iniciativas permitieron a centenares de trabajadores alfabetizarse, aprender oficios, y desarrollar pensamiento crítico en una época donde el acceso a la instrucción era casi exclusivo para las élites. No lo hizo desde una lógica asistencialista, sino desde una visión republicana: formar ciudadanos libres, conscientes y activos. Además, impulsó círculos de lectura, actividades deportivas y asociaciones de ayuda mutua, entendiendo que la patria también se construye en el aula, en el taller y en la conversación colectiva. Como señala Salazar (2011), Fernández Vial fue uno de los pocos miembros de la oficialidad chilena de su época que comprendió que la educación del pueblo era un deber moral del Estado y de sus servidores públicos.
Hoy cuesta encontrar oficiales así en nuestras Fuerzas Armadas. No porque no existan, sino porque el sistema los empuja a mirar desde lejos, a obedecer sin pensar, a vivir en burbujas de privilegio que los separan del Chile que madruga, que se sube al micro o al metro, que transita horas para ir a trabajar, que hace milagros para llegar a fin de mes. Escribo estas líneas con la esperanza de que algún joven cadete naval, algún futuro oficial de nuestras FF.AA., las lea y se haga una pregunta incómoda pero hermosa:
¿Y si yo también puedo ser como el almirante Arturo Fernández Vial? ¿Y si el honor no está en las medallas, sino en la coherencia de mis actos? ¿Y si el deber no es defender órdenes ciegas, sino proteger la dignidad del pueblo y de la república? ¿Y si el verdadero servicio a la patria es estar al lado de quienes sufren, no por encima de ellos?
Porque este país no necesita más trajes de seda planchados ni sables relucientes sin ningún uso. Chile necesita oficiales que se agachen a levantar al herido, que escuchen a la madre que exige justicia, que entiendan que la patria está hecha de carne y hueso, de lágrimas y esperanza.
El almirante Arturo Fernández Vial lo entendió. Y por eso, más de un siglo después, su nombre aún se canta en las tribunas y galerías, no como un héroe lejano, sino como un compañero.
Atrás quedaron las valientes jornadas de la Guerra del Pacífico,
cuando jóvenes cruzaban bajo arcos triunfales,
tras de sus bravos generales,
con sus banderas desgarradas por las balas
y sus estrellas mostrando cicatrices de guerra.
Volvieron invictos.
Pero hoy las batallas son otras. Ya no marchamos hacia el desierto ni saltamos al abordaje como Prat. Hoy el enemigo viste de indiferencia, se esconde en la desigualdad, en la pobreza, en el narcotráfico, en el abandono de las poblaciones, en el llanto de los niños sin escuela, con hambre y frío, en la rabia de los trabajadores sin derechos. Y por eso, Chile no necesita soldados que repitan glorias pasadas.
Y mientras evocamos la figura del almirante Fernández Vial como paradigma de integridad y compromiso, no podemos ignorar la vergonzosa realidad que ha afectado a nuestra institución castrense en las últimas décadas. Los últimos comandantes en jefe del Ejército de Chile: Fuente-Alba, Humberto Oviedo, Ricardo Martínez y Javier Iturriaga han sido investigados por fraude al fisco o por responsabilidades administrativas y éticas que manchan el honor de la institución. No se trata de ensañamiento ni de prejuicio, sino de constatar un hecho doloroso: Igualmente en Carabineros gran parte de la alta oficialidad ha sido arrastrada a escándalos que distan profundamente del espíritu republicano que alguna vez encarnaron figuras como Vial, Condell o Prat. ¿En qué momento el sable se convirtió en chequera? ¿Cuándo se dejó de servir al pueblo para servirse de él?
Porque en tiempos donde el uniforme suele confundirse con el privilegio, donde el mando a veces se ejerce desde la soberbia y no desde la empatía, Chile necesita algo distinto. Necesita oficiales que vistan el uniforme no como símbolo de poder, sino como compromiso con el pueblo. Que comprendan que la autoridad no se impone: se gana en la calle, en la escucha, en la coherencia. Sean como el almirante Fernández Vial. No para repetir la historia. Sino para transformarla. Hoy no necesitamos más comandantes Crespo. Hoy necesitamos más almirantes Fernández Vial.
Quizás por eso, cuando la camiseta aurinegra entra a la cancha, no sólo se juega fútbol. También se honra un gesto, una esperanza, una posibilidad de país distinto”.
Corolario Final
Carta abierta a los futuros Oficiales de nuestras FFAA y Carabineros
A ti, joven cadete aspirante a oficial que recién comienza el camino en las escuelas matrices.
A ti, que miras con admiración el uniforme y sueñas con servir a la patria.
No dejes nunca que te convenzan de que servir significa callar.
No creas que la obediencia ciega es más valiosa que la conciencia limpia y el uso de la razón
No te acostumbres a mirar al pueblo desde arriba.
No confundas el mando con el abuso, ni la jerarquía con la impunidad.
Haz de tu espada un símbolo de justicia, no de amenaza.
Haz de tus botas el puente entre la institución y el pueblo, no el muro impenetrable.
Haz del silencio que te enseñan una pausa para pensar, no para encubrir.
Recuerda a Vial. Al almirante que no necesitó disparar para hacer historia.
Al oficial que entendió que el verdadero enemigo era la injusticia.
Al marino que prefirió educar al obrero antes que dominarlo.
La patria no necesita más trajes planchados ni medallas sin honores
Chile necesita oficiales que escuchen.
Que caminen entre el pueblo.
Que no teman arrodillarse para levantar al caído.
Que entiendan que el uniforme se honra con humanidad, no con distancia.
Si aún crees que el uniforme puede ser un acto de amor a la patria,
si aún crees que se puede servir sin humillar,
si aún crees que hay espacio para la empatía en los cuarteles,
entonces, cadete, nunca estarás solo.
Porque mientras haya uno como tú,
mientras haya un alma que recuerde al Almirante Vial, y tantos otros que dieron la vida en nombre del pueblo y los derechos humanos.
la esperanza seguirá marchando, paso firme, junto al pueblo.
Miguel Angel Rojas Pizarro
Ex Cadete Naval
Referencias
- Salazar, G. (2011). Labradores, peones y proletarios: Formación y crisis de la sociedad popular chilena del siglo XIX. Santiago: LOM Ediciones.
- Collier, S., & Sater, W. F. (2004). Historia de Chile, 1808-2002. Santiago: Cambridge University Press / Editorial Universitaria.
- Pinto, J. (2007). Trabajadores y movimiento sindical en Chile. Santiago: LOM Ediciones.
- Gazmuri, C. (2010). El Chile liberal (1861-1891). Santiago: Ediciones UC.
- Grez Toso, S. (2000). Los anarquistas y el movimiento obrero en Chile. Santiago: DIBAM / LOM.
- Cavallo, A. (2015). Militares y política en Chile. Santiago: RIL Editores.