Introducción
Grandes pensadores soñaron con una América unida. Crearon e hicieron suyos nombres y adjetivos para darle a esta expansión terrestre. Múltiples corrientes intentaron atribuirle un ser a la región, desde el panamericanismo, hasta el suramericanismo y las corrientes más recientes, de carácter mayormente indigenista, que se refieren a este territorio como Abya Yala; la aspiración de un continente unificado ha sido una constante. Estos esfuerzos – sin duda, profundamente arraigadas en lo político, lo social y lo ideológico – han nutrido una visión romántica de la unidad continental. Sin embargo, dicha unidad parece, en la mayoría de los casos, más una quimera que una realidad. Los ideales que subyacen a estas propuestas no solo buscan una integración territorial o económica, sino que también intentan rescatar una identidad compartida que sirva de fundamento para el desarrollo de un proyecto común en el vasto suelo americano.
Muchos soñaron y pocos actuaron. Realmente pocos se animaron a dar el siguiente paso, a aportar desde sus esferas e ir más allá de la oquedad del discurso. Quienes así lo decidieron, aportar a la materialización de este concepto, no solo pueden presumir de un gran genio, también de una energía interna que marcó y marcará el camino de muchos otros que deseen agregar desde sus ramas académicas o técnicas para lograr el objetivo. Sin embargo, con el pasar de los años y luego de más de dos Siglos de naciones independientes, ese anhelo parece cada vez se divisa más lejano, parece ajeno a la generación actual y muy probablemente no va a cambiar con la próxima generación que presida a esta. Se percibe un futuro oscuro, menos alentador en comparación a décadas pasadas para América Latina. Hay muchos retos nuevos y otros que se han arrastrado desde hace mucho. Corrupción, desigualdad, inseguridad, desgobernanza son conceptos que en algunos casos se han asentado más en las sociedades latinoamericanas; solo en casos muy aislados algunos estos indicadores mejoraron. Migrar entonces parece ser la mejor opción, la única decisión.
Es por eso que se tiene que destacar la loable tarea de grandes latinoamericanos que, desde sus ideas y concepciones, hicieron – hacen – esfuerzos para aportar a la región. Tómese como muestra el trabajo que hizo a inicios del Siglo XX y finales del XIX el gran literato y escritor uruguayo José Enrique Rodó; tómese, en la actualidad, la labor que hace el académico chileno Zenobio Saldivia Maldonado. Ambos, maestros de gran talla, aportantes a la luz del conocimiento; escritores; académicos que encarnan los ideales del latinoamericanimo. La selección de estos dos escritores intelectuales para la investigación no obedece a una elección caprichosa o fortuita; se configura como la confluencia de dos factores profundamente entrelazados, cuya interdependencia fundamenta rigurosamente su inclusión. En primera instancia, el positivismo como factor unificador de ambos: Rodó desde su crítica y Saldivia desde su estudio; en segundo lugar, la inclusión de una postura de aporte para con el continente, un aporte desde lo académico, lo literario y lo investigativo. Entonces, la pretensión del mismo escrito es simple, evidenciar las intersecciones y contrastes entre el pensamiento de Zenobio Saldivia y los postulados de José Enrique Rodó en Ariel sobre la identidad latinoamericana.
El Arielismo de Enrique Rodó
Partamos por orden cronológico. Un resumen rápido de quien fue en vida José Enrique Rodó es dado por Dora Gómez De Fernández, en la edición ofrecida por la Librería Editorial “G.U.M.”. Describe que el uruguayo, nacido en fecha 15 de julio de 1872, quedó huérfano a tierna edad. De niño estudió en un instituto laico hasta sus catorce años, momento en el que ingresaría a la Universidad, etapa donde no destacaría mucho pues era un ser bastante distraído. Deja el estudio para dedicarse a los libros que anhelaba; esa autodidáctica manera de vivir le permite ser docente universitario. Fue un hombre solitario, tímido y descuidado; carecía de energía corporal. Sus últimos días fueron los más sombríos. Falleció, en presunta soledad, en el año 1971; el noveno mes, y no fue sino hasta febrero de 1920 que su cuerpo – repatriado – fue distinguido con honores como ningún otro escritor uruguayo hasta esos años (Ariel, 2011, 13). Ariel se publica en el año 1900 justamente, entre un Siglo y otro. Este texto, breve, que tiene obvia inspiración en la obra de Shakespeare – que va a servir de inspiración a muchos otros escritores, como lo fueron Rubén Darío, solo como ejemplo, y su libro Azul… En este, el príncipe de las letras va a tomar de inspiración los personajes arielistas como punto de partida en su obra que porta como título el color del modernismo sudamericano; color, como el mar, el cielo y la modernidad. En un artículo que él mismo publica en La Nación, narra que El velo de la reina Mab tiene inspiración en Shakespeare: “El deslumbramiento shakesperiano me poseyó y realicé por primera vez el poema en prosa”. De ello vale la pena hablar en otro momento.
Retornando a Ariel y a su autor, Enrique Rodó, hay mucho que se ha analizado y aun así sigue siendo un tema de debate por su vigencia y su visión. No es sorpresa explicar que en la trama del libro hay dos fuerzas en discordia – irreconciliables creo – en esta obra: Ariel y Calibán. La primera referencia a Ariel se encuentra en las primeras páginas del texto: “[…] dominaba en la sala […] un bronce primoroso, que figuraba al Ariel de La tempestad. Junto a este bronce se sentaba habitualmente el maestro […]” (2011, 15). Ese maestro, al que en la obra se le llama Próspero, es quien imparte entre sus alumnos las lecciones más importantes para llevar un espíritu noble. Para él, “Ariel es el imperio de la razón y el sentido sobre los bajos estímulos de la irracionalidad.” (ibidem); todo lo contrario, a Calibán, que es descrito brevemente como “[…] símbolo de sensualidad y de torpeza.” (2011, 16). La obra continúa. Es narrada por Próspero, contada como cuento dirigido hacia el lector, como si fuese parte de un grupo de jóvenes que están por culminar sus estudios. Es este magistral personaje quien va a elevar virtudes y rasgos de una herencia "latina” frente a los temibles desvaríos de un ser angloamericano. Recure a los griegos y su capacidad de filosofar en la antigüedad, realza sus virtudes estéticas ensalzando a Atenas, diciendo lo siguiente:
“La belleza incomparable de Atenas, lo imperecedero del modelo legado por sus manos
de diosa a la admiración y encanto de la humanidad, nacen de que aquella ciudad de
prodigiosos fundí su concepción de la vida en el concierto de las facultades humanas,
en la libre y acordada expansión de todas las energías capaces de contribuir a la gloria
y al poder del hombre”. (2011, 34)
Continúa con esta idea de la similitud helénica, concluyendo que el espíritu debe mantenerse como el de los antiguos filósofos griegos: siempre aspirando a la multifacética y a la poligrafía. Advierte constantemente sobre la especialización y la realización de una sola acción, lo que sería hoy en día la especialización. Valora el ocio, el buen ocio, que permite al hombre interiorizar en sus ideas y sus capacidades; menciona que “Así como la deformidad y el empequeñecimiento son […] el resultado de un exclusivo objeto impuesto a la acción y un solo modo de cultura, la falsedad de lo artificial vuelve efímera la gloria de las sociedades […]” (2011, 41). Este enfoque sobre la importancia de un desarrollo integral se contrasta con las limitaciones que enfrenta la sociedad contemporánea. Constantemente, el sabio Prudencio va a advertir, sino criticar, a la especialidad y, al mismo tiempo, enaltecer los valores latinos frente a los antivalores de una sociedad utilitarista. En general, el escrito se desarrolla siendo una sabia reseña al modo de vida de aquel Siglo de la comunidad americana en el norte, el país utilitarista. Las líneas finales resaltan la idea de superioridad espiritual frente al deformado Calibán. Destaca el ideal que tenía del personaje de La Tempestad diciendo: “Ariel es la razón y el sentimiento superior. Ariel es este sublime instinto de perfectibilidad […]” (2011, 113). La obra concluye de manera casi sublime, con el abandono del lugar por parte de Próspero y los jóvenes; describe el ambiente con una alta sensibilidad hacia el cielo, la luz y el infinito. La última frase – dicha por el más joven y pequeño de todos los mozuelos – habla de la vibración de las estrellas que, en movimiento, se parecían bastantes a las manos de un sembrador (2011, 118); dejando así una fuerte transmisión de esperanza y energía.
El pensamiento de Zenobio Saldivia
La obra literaria de Zenobio Saldivia está constituida, en su gran mayoría, por publicaciones orientadas a la investigación del desarrollo de las ciencias naturales y las ciencias humanas. A diferencia de José Enrique Rodó y su una producción icónica Ariel; en la producción de Saldivia no se encuentra una obra con características comparables, ya que deliberadamente no ha realizado un texto de esa índole. Lo que caracteriza a este pensador es su rica biografía y los múltiples estudios que tiene. El pensamiento zenobino puede desentrañarse a partir de dos fuentes cruciales: por un lado, su notable trayectoria como investigador; por otro, la entrevista que le fue hecha por la Hemeroteca Paceña durante su visita a Bolivia. En el primer caso, su trayectoria permite adentrarse en su formación como hombre de ciencia, además de su prolongada e influyente carrera como académico de renombre. Por otra parte, la entrevista ofrece una ventana privilegiada a un Zenobio más accesible y humano, lo que podríamos denominar el Zenobio "de a pie"; en ella se revelan ciertos aspectos personales que complementan su figura intelectual. A través de la interrelación de estos dos elementos es posible esbozar una comprensión más profunda y matizada de su pensamiento, construyendo así una visión más integral de su legado en la esfera académica y su impacto en el discurso contemporáneo sobre la divulgación científica y el papel de la ciencia en la sociedad.
La vida de Zenobio Saldivia es apasionante; muy diferente a la de Rodó, que viajó poco. Zenobio nace un 18 de mayo de 1949 en Ancud, Chile; viviendo sus primeros años en la isla de Chiloé, más tarde se muda hacia el norte con su familia, una zona completamente diferente al austral chileno. Encuentra inspiración en la isla donde pasó su primera infancia. En sus palabras, afirma qué:
“La isla es muy peculiar porque, de partida, es muy pluviosa, llueve mucho todo el año;
casi todos los meses, podríamos decir incluso que llueve en verano […] Entonces, hay
mucha soledad […] es un lugar muy aislado. Entonces, me quedaba mucho tiempo para
apreciar la naturaleza: el cielo, los cambios del mar, los campos, los colores del pasto,
las vacas…”. (2024, 13)
Es un apasionado por la soledad, mas no sería correcto decir que es un hombre aislado. Un pensamiento que está influenciado por donde creció, amparado en la necesidad de comprender cómo la ciencia contribuyó a la identidad no solo de Chile sino del
continente. Se puede decir que tiene un amor a la naturaleza, un gran aprecio por su estética y su composición (2024, 14). Sobre su obra, el libro de investigación Una aproximación de la ciencia en Nicaragua es el que despierta y proyecta su genio analítico. El escrutinio del país centroamericano resulta fascinante, pues ofrece una radiografía de la ciencia, estrechamente vinculada con la geografía, el naturismo y la tierra. Esta lectura combina historia, narrativa y epistemología; cada página invita a seguir leyendo. Saldivia describe al gran Miguel Larreynaga y su aporte en Los volcanes en Nicaragua (2008, 25); luego transporta al lector a la época en que Nicaragua se visualizaba como un destino manifiesto para la construcción de un canal interoceánico que uniría el océano Pacífico con el mar Caribe y el Atlántico. Este momento crucial impulsó los mayores esfuerzos en el estudio científico de figuras como Gregorio Juárez, Charles Biddle, Maximiliano Von Sonnenstern, Fernando Lesseps, Gutiérrez Sobral e incluso al salvadoreño Juan Fermín Aycinena y su obra A Nicaragua (2008, 60). Más adelante, se refiere a Thomas Belt, Pablo Levy y Carl Bovallius. También destaca la perspectiva sobre el ferrocarril y la expectativa depositada en él para el crecimiento agronómico de Nicaragua.
Otro de sus libros más importantes –sino el más–, escrito en colaboración con el profesor Carlos Eduardo Maldonado, es El positivismo: su influencia en las comunidades científicas de Chile y Colombia. Este se divide en dos partes: la primera sobre el positivismo en Chile y la segunda sobre el positivismo en Colombia, ambas desarrolladas por los autores. La razón de hacer un libro sobre el positivismo en ambos países se aclara cuando explican que Chile y Colombia representan dos polos casi
opuestos, pues “[…] Chile se lanza con su independencia y su vida republicana hacia la modernidad. [Mientras que] …Colombia tardará varias décadas más, pues Colombia seguirá siendo un país fuertemente anclado en aspectos del medioevo […]” (2021, 28). Para efectos prácticos, se citarán únicamente las secciones referentes al positivismo chileno y el aporte de Saldivia. Comienza con el desarrollo del positivismo como corriente filosófica, científica y cultural (2021, 31), y prosigue con los exponentes
chilenos y su visión de la ciencia. Se menciona a José Victorino Lastarria, sus ideas liberales y su búsqueda del orden social (2021, 39), así como sus contribuciones a la investigación geográfica y la búsqueda del progreso. También se desarrolla el pensamiento de Eugenio María de Hostos y sus obras Moral Social (1888), Derecho Constitucional, Biografía de Plácido y Meditando, Jeografía Evolutiva (1895), entre otras (2021, 48). En el apartado chileno, se destacan los grandes avances cualitativos y
cuantitativos que se generaron gracias a la presencia del positivismo en Chile, avances que llegarían tarde al resto de países y que le dieron una ventaja enorme sobre sus tres vecinos.
El último libro publicado por Saldivia, en colaboración con Francisco Díaz Céspedes, titulado Una aproximación al desarrollo de la ciencia en Bolivia decimonónica es el que más destaca entre sus creaciones hasta el momento. Este ha sido un hito tanto para
el autor como para Bolivia porque antes de esta obra no se tiene registro de que Saldivia hubiera visitado el país andino-amazónico, tampoco de que se hubiera rendido un homenaje tan detallado a la historia científica de Bolivia, salvo contadas excepciones.
Adentrándose al escrito, ambos autores afirman que “[…] la historia de la ciencia parece ser una de las menos cultivadas. […] nos centramos en dar a conocer las vicisitudes y las acciones de nuestros líderes militares y políticos” (2024, 9), y Bolivia es el mejor ejemplo de ello. Este trabajo – siendo fiel al estilo zenobino – redacta la vida y las contribuciones de grandes exploradores europeos en suelo boliviano, como Tadeo Haenke, Alcide D’Orbigny y Nicolás Armentia; hace también una mención especial al
arequipeño Manuel Vicente Ballivián. Dedica un apartado al desarrollo de la medicina, donde se destacan el paceño Nicanor Iturralte y el orureño Zenón Dalence (2024, 99); además de la creación del Colegio de Ciencias Médicas en 1834 y su desarrollo
constante durante el Siglo XIX (2024, 109). Las últimas páginas, un aporte especial de Francisco Díaz, resaltan la ingeniería boliviana: desde los caminos terrestres y la construcción de puentes hasta la importancia del ferrocarril como medio de transporte, realzando la figura de Avelino Aramayo y la integración nacional con los países vecinos (2024, 181).
En general, la obra de Zenobio Saldivia ofrece un amplio panorama sobre el desarrollo de las ciencias en América Latina a través de una rigurosa investigación. Su pensamiento se revela en su extensa producción académica. Saldivia deja un legado
significativo en la divulgación científica, profundizando en contenidos relevantes y necesarios para la comprensión del continente y de quienes lo componemos. Si bien, como se mencionó antes, tiene muchas más publicaciones, estas tres destacan porque
muestran una imagen de cuatro países diferentes – Nicaragua, Chile, Colombia y Bolivia – en un mismo momento cronológico. El dominio de estos temas tan profundos no es más que el reflejo de una vida dedicada al estudio y la curiosidad, propias de un
erudito que todavía sigue produciendo en el siglo XXI.
Similitudes y divergencias
Se puede hablar de similitudes mencionando los siguientes aspectos: Ambos escritores comparten una profunda valoración por el conocimiento, aunque desde perspectivas diferentes. Rodó, a través de su obra Ariel, enfatiza la importancia de un desarrollo
integral del individuo donde la cultura y la educación juegan un papel central en la formación del espíritu humano. Saldivia aboga por la investigación científica y la educación como pilares para el avance de la sociedad y la comprensión del entorno
natural. Hay también una fuerte similitud respecto lo transcendental e inmaterial, pues Rodó se centra en la herencia cultural latinoamericana y la necesidad de cultivar un espíritu noble y elevado, en oposición a la cultura utilitarista. Saldivia también refleja
un compromiso con la cultura desde un ángulo científico – histórico, resaltando la importancia de la ciencia en la identidad nacional y continental. Tanto Rodó como Saldivia tienen un aprecio por la naturaleza. Rodó menciona la belleza y el ideal estético
de la civilización griega, mientras que Saldivia proviene de una región rica en paisajes naturales, lo que influye en su apreciación por la biodiversidad y la necesidad de preservarla.
Pero dejando de lado esos aspectos – que pueden caer en la superficialidad – el elemento que realmente une a ambos es el pensamiento que surgió en la Europa decimonónica: el positivismo. Como se sugirió desde un principio, la elección de ambos escritores se debe a que tienen la corriente positivista como común denominador. Este factor entrelaza a ambos escritores en cuanto similitudes, por ejemplo, cuando citan al padre de esta corriente, Augusto Comte. En el libro Una aproximación al desarrollo de la ciencia en Bolivia decimonónica, Zenobio menciona que las prácticas generadas por los curanderos, kallayawas y amautas, carecían, bajo la pauta de Comte, de método experimental y de conocimiento de las leyes naturales (2024, 96); Rodó también menciona a Comte, diciendo que bien había señalado el peligro que corren las sociedades avanzadas cuando llegan a un estado de perfeccionamiento social, citandoló: “muy capaces bajo un aspecto único y monstruosamente ineptos bajo todos
los otros” (2011, 33). Una de las frases más fuertes que tiene Rodó respecto a Comte es cuando habla sobre la especialización, pues, citando al francés, afirma que: “[…] sería insensato pretender que la calidad pueda ser sustituida en ningún caso por el
número, que ni de la acumulación de muchos espíritus vulgares se obtendrá jamás el equivalente de un cerebro de genio, ni de la acumulación de muchas virtudes mediocres el equivalente de un rasgo de abnegación o de heroísmo. […]” (2011, 60)
Saldivia también cita a Comte de manera sólida en su publicación El positivismo: su influencia en las comunidades científicas de Chile y Colombia cuando se refiere a los antecedentes y el surgimiento del positivismo y su impacto en la región: “Augusto
Comte […] se caracteriza por enfatizar la importancia del método científico y de la ciencia como fenómeno social que posibilita un ascenso inevitable hacia el proceso social y moral”. (2021, 31); pero el enunciado que a va enfatizar la importancia que
Saldivia le da al positivismo es este:
“El positivismo […], curiosamente despertó también una enorme simpatía en muchos
países latinoamericanos, tales como México, Brasil, Chile y otros. Ello probablemente
se haya debido al hecho de que, en este enfoque […] se presenta la tesis que postula la
marcha fundamental de la historia; la cual se caracteriza en este esquema, por el
inevitable desenvolvimiento de hitos que deben terminar necesariamente con el estado
positivo o científico de la humanidad”. (2021, 32)
Con estas citas, se puede apreciar la divergencia en el enfoque que ambos escritores le dan a un factor común: mientras que el arielismo es una crítica lírica y una advertencia sobre el positivismo utilitario; el zenobismo lo estudia y, al mismo tiempo, le otorga una relevancia histórica. No obstante, esto no implica que uno condene y el otro enaltezca; caer en ese maniqueísmo sería irresponsable. Ni Rodó demoniza el positivismo, ni Saldivia lo endiosa. El primero advierte sobre el utilitarismo material, pero reconoce ciertos valores del positivismo; el segundo, por su parte, reconoce que, gracias a esta corriente, muchos países del continente alcanzaron cierta estabilidad interna tras sus volátiles procesos de independencia, sin idealizar al positivismo como
un absoluto sin falencias. En este sentido, ambos intelectuales demuestran una comprensión matizada y crítica, capaces de apreciar tanto los beneficios como las limitaciones de esta corriente filosófica, evitando posiciones extremas o simplistas. En cuanto a sus diferencias, aunque existentes, no requieren un análisis tan detallado como sus coincidencias. Contrastan, por ejemplo, en género y estilo literario: Rodó es conocido por su prosa poética y ensayística, con un estilo más lírico y reflexivo, mientras que Saldivia se orienta hacia la investigación científica y la divulgación, con un estilo más analítico y directo. También varían en su enfoque temático: Rodó se centra en el idealismo y la cultura, criticando el materialismo y la especialización excesiva en la educación; en cambio, Saldivia analiza la ciencia y su aplicación práctica, estudiando la influencia del positivismo en la investigación y la enseñanza. Otra diferencia importante – que debe ser tomada en cuenta por separada por la condición exógena a ambos – responde al contexto histórico y social en el que los dos pensadores se desarrollaron. Rodó escribió en un momento en el que la identidad latinoamericana se define frente a influencias europeas y anglosajonas; Saldivia opera en un entorno en el que la ciencia y la tecnología están en ascenso. José Enrique Rodó se desenvolvió en el contexto que, años más tarde, Zenobio Saldivia estudia como procesos históricos en la actualidad. Rodó critica a la corriente de Comte en el momento
de su esplendor y difusión; Saldivia la analiza en un Siglo donde nuevos paradigmas surgen en paralelo que se van desechando otros.
Resultados
A partir de la recolección de información y el estudio de la misma, se puede llegar a los siguientes resultados:
La comparación entre José Enrique Rodó y Zenobio Saldivia revela profundas interconexiones en sus pensamientos, especialmente en el contexto del positivismo que marcó la Europa del Siglo XIX. Ambos escritores, aunque desde perspectivas distintas, comparten una valorización de los saberes como motor esencial para el desarrollo humano y social. Rodó, en su obra Ariel, subraya la importancia de la cultura y la educación en la formación del individuo; mientras que Saldivia enfatiza la investigación
científica como pilar para el avance de la sociedad. De ese deseo de proliferación investigativa nace lo que se conoce como la Escuela zenobina, un movimiento que está surgiendo por los aportes de Saldivia; pero es un tema para abordar en otro momento.
Sobre la identidad, no es descabellado pensar que para Rodó, la identidad del continente, debería basarse – o al menos intentar aspirar a parecerse – en las virtudes de Ariel y las enseñanzas de Próspero, muy relacionadas con la admiración a valores
tradicionales de las culturas helénicas. Mientas que, el zenobismo promueve una identidad construida a partir de los aportes científicos y la difusión científica e intelectual; Saldivia sabe que empleando la geografía, la cartografía, la zoología y demás ramas de investigación se puede generar una imagen tangible de los países y, con esta, desarrollar una semiótica basada en los elementos nativos y vernaculares de las zonas.
Es destacable el aporte que cada uno ha realizado desde sus respectivas áreas. Son contribuciones concretas que fortalecen los estudios latinoamericanos y el desarrollo de las ciencias humanas en el continente. Esto se resalta porque no se limitan a vacíos discursivos ni a expresiones dogmáticas; sus mensajes son claros y nacen del juicio que emana del intelecto de ambos autores. Desde el análisis científico en un caso y el literario en el otro, ofrecen material que actúa como piedra angular para el desarrollo de investigaciones futuras. Si bien de Rodó solo podemos estudiar lo que ya existe, sigue siendo una referencia fundamental en los estudios sobre la identidad latinoamericana. Saldivia, por su parte, está culminando un trabajo de vida que opera
como estado del arte para futuras investigaciones en una región que, hoy más que nunca debido a los cambios en curso por cuestiones climáticas y geográficas, necesita generar contenido propio sobre su flora, fauna y cultura; no con fines utilitaristas desde un ámbito de explotación, sino para fortalecer una comprensión auténtica y enriquecedora de su identidad cultural.
La conclusión de este informe responde a su intención principal: evidencia de manera clara las similitudes y diferencias que pueden existir entre el autor uruguayo y el intelectual chileno. Es verdad que la obra de cada uno es mucho más extensa, pero con
sus principales obras se puede argumentar la perspectiva que ambos tienen sobre Latinoamérica. Todavía se pueden rescatar lecciones muy importantes del arielismo y aun queda analizar la obra de Zenobio y la denominada escuela zenobina, que se encuentra en evolución y expansión.
Bibliografía citada
Darío, R. (2011). Azul… Brontes: Barcelona. Hemeroteca Paceña. (septiembre de 2024). Fomentando la investigación histórica del país. Recuperado de: https://www.facebook.com/HermerotecaPaceñaLaPaz
Rodó, J.E. (2011). Ariel. G.U.M: La Paz.
Saldivia, Z. & Díaz, F. (2024). Una aproximación al desarrollo de la ciencia en Bolivia decimonónica. Bravo y Allende: Santiago de Chile.
Saldivia, Z. & Maldonado, C. (2021). El positivismo: su influencia en las comunidades científicas de Chile y Colombia. Bravo y Allende: Santiago de Chile.
Saldivia, Z. (2008). Una aproximación al desarrollo de la ciencia en Nicaragua: Santiago de Chile.