BARCELONA/ESP.- La ambición desmedida de figuras de poder no solo refleja una sed insaciable por el control y la supremacía, objetivos por los que utilizan cualquier estrategia aunque vaya en contra de los principios éticos y la justicia social, sino que también comparte paralelismos alarmantes con las adicciones. Al igual que una persona adicta busca continuamente satisfacer una necesidad sin fin, un líder ambicioso puede estar atrapado en un ciclo constante de poder, buscando siempre más para llenar un vacío interno, mientras sus decisiones se vuelven cada vez más impulsivas y deshumanizadas.
El impacto neuronal de la ambición desmedida: ¿Una adicción al poder?
Cuando personas en cargos de poder político propagan un discurso basado en el miedo, la xenofobia y la exclusión para ganar más fuerza, alimentan un ciclo de adicción similar al de las sustancias psicoactivas. Al igual que un individuo adicto necesita más de la sustancia para alcanzar el mismo nivel de gratificación, alguien con ambición desmedida perpetúa cualquier estrategia, por más cruel que sea, para mantener a su base emocionalmente cautiva. El sistema de recompensa del cerebro juega un papel clave, ya que, al obtener poder, el cerebro libera dopamina, generando una sensación de satisfacción. Sin embargo, cuando esta ambición se vuelve insaciable, el ciclo se repite y la necesidad de un mayor control crece constantemente.
A medida que el deseo de dominio aumenta, también lo hace la desensibilización emocional, lo que lleva a la pérdida de empatía por los demás. Este perfil narcisista, en el que la persona líder se convierte en el centro de su propio universo, se refleja en decisiones cada vez más impulsivas y crueles. La corteza prefrontal, responsable del juicio ético, cede frente a los impulsos de la amígdala, permitiendo que la ambición justifique conductas deshumanizantes. Al igual que alguien adicto que comete actos extremos para satisfacer su adicción, la persona líder atrapada en este ciclo puede recurrir a medidas despiadadas y destructivas, sin importarle el daño que pueda causar, solo para calmar su insaciable necesidad de control y poder.
Un ejemplo de ello es la forma en que políticos como Trump consolidan su poder utilizando un discurso de odio amplificado por el miedo y la ira. Como estrategia, comienzan rechazando a la inmigración y otras minorías, pero van ampliando su publico enemigo a medida que su ambición les pide ganar más fuerza y control. Al recibir de foma continua estos mensajes, el cerebro comienza a ver a las "otras" personas, como una amenaza, activando las áreas relacionadas con la defensa y el miedo, mientras minimiza las capacidades de razonamiento ético y empatía.
El discurso del odio y su efecto en el cerebro colectivo
El cerebro colectivo, afectado por el discurso del odio, experimenta un cambio neuronal significativo. La amígdala, que se activa en situaciones de miedo y angustia, juega un papel crucial en la respuesta emocional ante mensajes xenófobos y de odio. Al ser constantemente expuesto a estas "advertencias", el cerebro comienza a responder de forma automática con emociones de miedo y rechazo hacia "el otro", sin intervención de la corteza prefrontal, que debería moderar las decisiones éticas y racionales. A medida que el discurso se repite, se activan circuitos cerebrales que favorecen la deshumanización, haciendo que los grupos percibidos como "ajenos" sean vistos como menos humanos, más peligrosos y más dignos de desprecio.
Este proceso de deshumanización es amplificado por algunos medios de comunicación, tanto los tradicionales como las redes sociales, donde los mensajes de odio se difunden rápidamente, afectando a millones de cerebros, creando una espiral de polarización y violencia.
La influencia de líderes como Trump en EE. UU., Milei en Argentina, Meloni en Italia, Orbán en Hungría, y Netanyahu en Israel, entre otros, no queda encapsulada en estos países. Su discurso xenófobo y excluyente ha encontrado eco en otros estados. En España, por ejemplo, un alto porcentaje de la ciudadanía pide que estas medidas se adopten con urgencia en el país.
Esto ocurre debido al fenómeno conocido como el efecto de mera exposición, que consiste en la repetición constante de ciertos mensajes hasta que el cerebro los asimila como "normales". Al crear un “enemigo social" vinculado al miedo y la ira, se facilita la manipulación emocional de la población, y, a medida que estos mensajes se repiten, el cerebro colectivo de la sociedad comienza a interiorizarlos, desensibilizándose ante su impacto y viéndolos como parte de la realidad cotidiana y como medio para su seguridad. Este efecto implica que la repetición de ideas hace que estas se perciban como más verídicas y aceptables, incluso cuando están basadas en prejuicios y estigmatización.
Lecciones de la historia ¿cómo romper el ciclo de odio y cuánto tiempo tomará?
Los procesos de sanación social y emocional son lentos. Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa pasó décadas intentando sanar las cicatrices dejadas por el nazismo y el fascismo. En España, durante la dictadura de Franco, el discurso de odio y control social también perduró por décadas, dejando una huella difícil de borrar en la memoria colectiva del país. Algo similar ocurrió en varios países latinoamericanos, donde los regímenes militares en las décadas de 1970 y 1980 sembraron el terror, la represión y la división social, dejando cicatrices profundas que han tardado años en sanar. Transformar las mentalidades de millones de personas y erradicar el odio requiere tiempo, esfuerzo y un compromiso colectivo.
La solución a este ciclo destructivo de ambición desmedida y discurso de odio no es fácil, pero es posible. Como la historia ha demostrado, los procesos de curación pueden llevar tiempo, especialmente cuando el odio está tan profundamente arraigado en una sociedad. Sin embargo, al igual que la adicción a sustancias, el cerebro humano tiene la capacidad de cambiar, y se pueden implementar estrategias para revertir los efectos nocivos de este ciclo. Al integrar la reflexión crítica, el liderazgo ético y la empatía, podemos ayudar a nuestras sociedades a salir de la espiral de ira, restaurando la humanidad y la compasión.
Bárbara Balbo.