En las calles de México, un río de mujeres se despliega cada año exigiendo justicia. Sus voces, potentes y unidas, claman contra la brutalidad de los feminicidios y las violaciones sexuales que se registran en todo el país. En 2023, la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana registró 827 feminicidios. Esta cifra, impactante en sí misma, solo incluye los casos investigados y tipificados como feminicidios, es decir, aquellos asesinatos de mujeres perpetrados por razones de género.
En contraste, los homicidios dolosos no clasificados específicamente como feminicidios sumaron 2.581 casos. Hasta mayo de 2024, ya se han documentado 184 feminicidios. Las penas para estos crímenes pueden oscilar entre 40 y 60 años de prisión, además de multas económicas; sin embargo, la sombra de la impunidad empaña cualquier avance legislativo. Muchos casos quedan sin resolver o se arrastran por procesos judiciales lentos y deficientes, aumentando la desesperación de las víctimas y sus familias.
La violencia sexual también arroja cifras desoladoras. En la última década, se han registrado en promedio 33.000 delitos sexuales. Diariamente, alrededor de 39 mujeres son víctimas de violación, según un informe de la organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, más del 90% de estos crímenes quedan impunes, sin llegar a una sentencia condenatoria, lo que perpetúa un ciclo de violencia y vulnerabilidad para las mujeres en el país.
Morris Tidball-Binz, experto de la ONU, ha calificado el feminicidio como "una tragedia mundial de proporciones pandémicas". Casi 89.000 mujeres y niñas fueron asesinadas intencionalmente en 2022 en todo el mundo, según datos de la ONU. Este fenómeno global encuentra en México un reflejo cruel y constante, donde las cifras y las historias individuales tejen un relato de dolor y resistencia.
Las marchas de mujeres son un acto de memoria y protesta. salen a las calles en nombre de las que ya no pueden hacerlo. Portan fotografías, nombres y consignas que exigen justicia. Su presencia desafía la indiferencia y la impunidad, recordando a la sociedad y a las autoridades que cada número en las estadísticas es, al mismo tiempo, una vida arrebatada y una historia truncada.
Las manifestaciones son un recordatorio de la necesidad urgente de una respuesta integral que vaya más allá de las cifras y las leyes. Requiere un sistema judicial eficiente, una cultura de respeto y equidad de género, además de una sociedad que no tolere la violencia en ninguna de sus formas. Las voces que claman justicia no deben quedar en el eco de las marchas, sino resonar en las acciones concretas de todos los sectores de la sociedad. Los casos de feminicidio no solo son el testimonio de la brutalidad que enfrentan, sino también de la fortaleza y la determinación de quienes se niegan a rendirse. La lucha continúa, y cada paso en estas marchas es una piedra más para construir una sociedad donde cada mujer pueda vivir sin miedo y con plena dignidad.