Por Mirtea Elizabeth Acuña Cepeda.
El autor de Pedro Paramo, vivió y conoció Sayula en el estado de Jalisco, México, y esa novela de Juan Rulfo tiene un antecedente en un tiempo famoso, "crimen de Sayula"; hemos leido varios documentos, entre ellos un manuscrito de Manuel Cortina Rivera, descendiente del conde de la Cortina al parecer, un título que según relata el cronista de Sayula, Federico Munguía Cárdenas, le otorgó un rey a un noble que para salvarle la vida lo escondió tras una cortina; Munguía relata “El asesinato de don José Bobadilla” y en el prólogo proporciona datos acerca del autor, los personajes y cuestiona: - ¿La Historia debe o no ocuparse de la nota roja? - ¿Condenar a muerte es un crimen?. - El mismo responde a la primera que la Historia recoge en sus páginas guerras y persecuciones sanguinarias, y en cuanto a la segunda se resumen en esta frase: “¿Qué puede deber un hombre, que con la vida no pague?”
José María Bobadilla y Bobadilla, el asesinado era “el hombre más rico y poderoso del contorno”, “terrateniente y benefactor” que repartía “el excedente de sus grandes cosechas de maíz entre la gente necesitada”, gracias a su generosidad “Sayula tiene agua” y por sus gestiones el ferrocarril pasó por ese lugar; “era querido en lo general, aunque tenía algunos enemigos…”.
José Gutierrez Villalvazo fue el asesino, descrito por Munguía como atravesado, prepotente, decidido; Cortina lo define como un tipo alto, bien formado, elegante por sí y por su indumentaria... de ojos claros pequeños pero vivísimos y expresivos, nariz proporcionada y boca chica, con largo y atezado bigote, un hombre bien parecido, lo mismo que su padre, José Gutiérrez y Anguiano, cuya lengua barba blanquísima y bigote lo hacía semejar un profeta. En adelante citré los nombres según la antigua costumbre, anotando la inicial del apellido materno antes del paterno.
José A. Gutiérrez había contraído nupcias con una rica terrateniente de quien sólo tuvo una hija: Paula Gutiérrez Díaz. Cuando Bobadilla pretendió a Paula, mayor de 20 años ya, tropezó con la oposición del padre que se había vuelto a casar con Ángela Villalvazo. Cortina supone que la oposición provenía del temor a perder la injerencia que él tenía en los bienes maternos de su hija, además poco o nada apreciada por la madrastra. Ante la dificultad de contar con la aprobación paterna, Paula recurrió al jefe político de Sayula y con su protección contrajo matrimonio. Al solicitar la entrega de sus bienes maternos, provocó una lucha jurídica en la que no escasearon los retos y amenzas paternas, finalmente, el padre tuvo que entregar la herencia de su hija, con lo que se desmoronó su capital y sólo pudo conservar la casa y el rancho Las guácimas, por ser propiedades de su segunda esposa. He ahí la raíz del problema, más viejo de la historia: la tenencia de la tierra y del dinero, los Bobadilla y los Gutiérrez “jamás volvieron a hablarse”.
Poco a poco, al medio hermano José V. Gutiérrez se le fue llenando de hiel el alma, nutrida de sentimientos de venganza y rencor, unidos a la mala situación y las penurias que sufría como contador en un almacén de ropa en Tepic y las cartas de su padre que, insistía sobre la injusticia y justicia que debían hacer sobre aquel despojador de su bienestar, culpando de todos sus males a Bobadilla; el padre y la madre hicieron germinar la idea de venganza en José V. Gutiérez contra el cuñado que por no haber procreado hijos, dejaría a Paula como única heredera.
Para conocer los interesantes pormenores del crimen y del juicio, habría que leer los expedientes jurídicos en el Archivo del estado de Jalisco y las publicaciones en la prensa de aquellos días de fines del siglo XIX; baste decir que J. V. Gutiérrez contrató dos individuos para asesinar a Bobadilla, uno de ellos, Ambrosio Carvajal apuñalo en el costado izquierdo a Bobadilla y se dio a la fuga rumbo a Tapalpa. Al sentirse herido, don José “se paró violentamente y en el pasillo de la casa gritó a su esposa: - Paulita, me han muerto”.
En el velorio, se ignoraba que J. V. Gutiérrez era el autor intelectual del crimen, pero además se cuenta que ofreció a su hermana una taza de cordial envenenado, la cual ella rechazó por indicación de las mujeres que le acompañaban ¿Se sospechaba algo…?
Nunca se habría conocido la culpabilidad de J.V. Gutiérrez si no fuese por un telegrama dirigido a él y firmado por Carvajal, donde le pedía enviar “el resto del dinero, valor del quehacercito que hice el día…”. El Juez, al enterarse del mensaje decretó el auto de formal prisión a J.V. Gutiérrez “por aparecer en su contra datos inculpatorios de su participación en el asesinato”. Carvajal fue aprendido por dos agentes policiacos que acudieron al sitio donde este sujeto esperaba el pago de su crimen y después que él aceptó la entrega de 300 pesos y contarlos, los policías le apuntaron con sus pistolas y le ordenaron darse preso. Ya en prisión, Carvajal se negaba a decir quién le había pagado por el crimen, entonces se montó una farsa, a todas luces ilegal; un joven vistió sotana y tras notificarle que lo iban a fusilar al día siguiente, acepto confesarse ante la creencia de que el acto de contrición absuelve de la culpa, lo hizo en un aposento donde pudo ser escuchado cuatro testigos; Carvajal declaró que asesino a Bobadilla “obligado por su patrón don José Gutiérrez” y señaló a Estrada, el otro cómplice. Después de la confesión, el falso sacerdote le dijo “ya caíste hermano, mira los testigos que han oído tu espontánea declaración”, a lo que respondió Carbajal, “Ora ya ni llorar es bueno… callí (sic) en el plan como pato en la laguna. Ora ya me llevó la… pero no olvide, patroncito, que en esta vida todo se paga”.
El juicio se llevó a cabo en Zapotlán y pasó a Guadalajara, donde los tres implicados fueron condenados a muerte. El padre se esforzó por salvar la vida del hijo, solicitó el indulto al gobernador y al presidente don Porfirio Díaz; el abogado defensor, Lic. Ventura Anaya y Aranda, encontró en el proceso grandes fallas de la ley, como la simulada confesión, pero nada lograron. Al telegrama de J. A. Gutiérrez, don Porfirio Díaz respondió que si el accediera a otorgar el indulto, estaría invadiendo derechos ajenos y faltaría a la Ley, solo podía ofrecerle tratar el asunto con el gobernador Curiel. La condena se ejecutó el 19 de agosto de 1897; los tres fueron fusilados, al estar frente al paredón, Gutiérrez se negó a ser vendado y Carbajal siguió su ejemplo.
Después de sepultar a su hijo, don José A. Gutiérrez puso un telegrama a su hija, decía: “ya quedará satisfecha tu venganza”, Paula contestó: “Ya puedo apellidarme Gutiérrez. [firmó] Paula Gutiérrez viuda de Bobadilla”. Hasta ese momento y desde la muerte de su esposo, ella firmaba Paula de Bobadilla. Al quedar viuda y sin hijos adoptó niños huérfanos y apoyó a los pobres vergonzantes, al morir dejó su cuantiosa herencia a Felipe Cisneros, quien cumplió sus deseos y formó una institución de beneficencia privada: “Paula Gutiérrez y Felipe Cisneros” para sostener escuelas y un hospital.
Cortina fue empleado del gobierno de Jalisco, amigo del Lic. Anaya y de otras personas que conocieron del juicio, lo cual le permitió, en sus palabras: “entrelazar más o menos todos los hilos de la tragedia”. Este crimen impactó la sociedad del sur de Jalisco, surgió un corrido donde se lamentaba la muerte de Bobadilla y durante años se relataba en las reuniones, el cronista de Guadalajara, Luis Páez B., así como otros autores, le dedicaron algunas páginas a este hecho. El asesino, J. V. Gutiérrez adquiere matices contradictorios, cuando se lee la poesía que escribió en la penitenciaría de Guadalajara, como el siguiente fragmento: “No culpéis, como muchos ignorantes, / a los hombres del mando encomendados, / culpad a los hambrientos mendicantes/ que venden su opinión desvergonzados / y burlando a los buenos gobernantes / ¿qué puede hacer un general sin los soldados? / ¿Qué de la misma razón si se extravía /en el caos de la imbécil mayoría?”. En otro dice: “Pero en fin, a mi me toca / morir como loco-cuerdo/ dejándote este recuerdo / de mi pobre lira loca”.
Es posible conjeturar que Juan Rulfo se inspirara en los personajes, José Bobadilla y los Gutiérrez, padre e hijo, para crear a Pedro Páramo, pues el abuelo del novelista, Lic. Severiano Pérez Jiménez, había sido compadre de Bobadilla, la muerte del hombre que “sentado en un equipal, recibió la fatídica cuchillada”, recuerda la de Páramo.