Por Mirtea Elizabeth Acuña Cepeda.
Juan Rulfo, autor de la novela Pedro Páramo, vivió y conoció Sayula en el estado de Jalisco, México, y cuando se lee esa novela y se conoce esa región jaliciencie, que el mismo autor pinta en los cuentos de El Llano en Llamas, comprendemos que sus antecedentes se encuentran en la vida de aquellos pueblos, los tiempos revueltos de la Revolución mexicana y de la Cristiada, por lo mismo en ambas obras se encuentran los sucesos que conmovieron esa región. Un antecedente en la novela Pedro Paramo, es el famoso, "crimen de Sayula", ocurrido a fines del siglo XIX y al realizar una investigación al respecto, hemos leido varios documentos, entre ellos un manuscrito de Manuel Cortina Rivera y el relato de Federico Munguía Cárdenas, “El asesinato de don José Bobadilla”, que en el prólogo cuestiona: - ¿La Historia debe o no ocuparse de la nota roja? - ¿Condenar a muerte es un crimen?. - El mismo responde a la primera que la Historia recoge en sus páginas guerras y persecuciones sanguinarias, y en cuanto a la segunda se resumen en esta frase: “¿Qué puede deber un hombre, que con la vida no pague?”
De tal "crimen de Sayula" sabemos que el asesinado era don José María Bobadilla y Bobadilla, “el hombre más rico y poderoso del contorno”, “terrateniente y benefactor” que repartía “el excedente de sus grandes cosechas de maíz entre la gente necesitada”, gracias a su generosidad “Sayula tiene agua” y por sus gestiones el ferrocarril pasó por ese lugar; “era querido en lo general, aunque tenía algunos enemigos…”. El asesino, José Gutierrez Villalvazo, es descrito por Munguía como atravesado, prepotente, decidido; Cortina lo define como un tipo alto, bien formado, elegante por sí y por su indumentaria... de ojos claros pequeños pero vivísimos y expresivos, nariz proporcionada y boca chica, con largo y atezado bigote, un hombre bien parecido, lo mismo que su padre, José Gutiérrez y Anguiano. En adelante citaré los nombres según la antigua costumbre, anotando la inicial del apellido materno antes del paterno.
José A. Gutiérrez había contraído nupcias con una rica terrateniente de quien sólo tuvo una hija: Paula Gutiérrez Díaz. Cuando Bobadilla pretendió a Paula, mayor de 20 años ya, tropezó con la oposición del padre que se había vuelto a casar con Ángela Villalvazo. Cortina supone que la oposición provenía del temor a perder la injerencia que él tenía en los bienes maternos de su hija, además poco o nada apreciada por la madrastra. Ante la oposición paterna, Paula recurrió al jefe político de Sayula y al sacerdote del lugar y bajo la protección de ambos contrajo matrimonio; luego, al solicitar la entrega de sus bienes maternos, provocó una lucha jurídica en la que no escasearon los retos y amenzas paternas, que finalmente tuvo que entregar la herencia de su hija, con lo que se desmoronó su capital y sólo pudo conservar la casa y el rancho Las Guácimas, por ser propiedades de su segunda esposa. He ahí la raíz del problema, más viejo de la historia: la tenencia de la tierra y del dinero, los Bobadilla y los Gutiérrez “jamás volvieron a hablarse”.
Poco a poco, al medio hermano de Paula, José V. Gutiérrez se le fue llenando de hiel el alma, nutrida de sentimientos de venganza y rencor, unidos a la mala situación y las penurias que sufría como contador en un almacén de ropa en Tepic y las cartas de su padre que, insistía sobre la injusticia y la justicia que debían hacer sobre aquel despojador de su bienestar, culpando de todos sus males a Bobadilla; tanto el padre como la madre hicieron germinar la idea de venganza en José V. Gutiérez contra el cuñado que por no haber procreado hijos, dejaría a Paula como única heredera.
Para conocer los interesantes pormenores del crimen y del juicio, habría que leer los expedientes jurídicos en el Archivo del estado de Jalisco y las publicaciones en la prensa de aquellos días de fines del siglo XIX; baste decir que José V. Gutiérrez contrató dos individuos para asesinar a Bobadilla, uno de ellos, Ambrosio Carvajal apuñalo en el costado izquierdo a Bobadilla y se dio a la fuga rumbo a Tapalpa. Al sentirse herido, don José “se paró violentamente y en el pasillo de la casa gritó a su esposa: - Paulita, me han muerto”.
Se cuenta, que en el velorio, J. V. Gutiérrez, el autor intelectual del crimen, ofreció a su hermana una taza de cordial envenenado, la cual ella rechazó por indicación de las mujeres que le acompañaban ¿Se sospechaba algo…? Sin embargo, nunca se habría conocido la culpabilidad de J.V. Gutiérrez si no fuese por un telegrama dirigido a él y firmado por Carvajal, donde le pedía enviar “el resto del dinero, valor del quehacercito que hice el día…”. El Juez, al enterarse del mensaje decretó el auto de formal prisión a J.V. Gutiérrez “por aparecer en su contra datos inculpatorios de su participación en el asesinato”. Carvajal fue aprendido por dos agentes policiacos que acudieron al sitio donde este sujeto esperaba el pago de su crimen y después que él aceptó la entrega de 300 pesos y contarlos, los policías le apuntaron con sus pistolas y le ordenaron darse preso. Ya en prisión, Carvajal se negaba a decir quién le había pagado por el crimen, entonces se montó una farsa, a todas luces ilegal; un joven vistió sotana y tras notificarle que lo iban a fusilar al día siguiente, acepto confesarse ante la creencia de que el acto de contrición absuelve de la culpa, lo hizo en un aposento donde pudo ser escuchado cuatro testigos; Carvajal declaró que asesino a Bobadilla “obligado por su patrón don José V. Gutiérrez” y señaló a Estrada, el otro cómplice. Después de la confesión, el falso sacerdote le dijo “ya caíste hermano, mira los testigos que han oído tu espontánea declaración”, a lo que respondió Carbajal, “Ora ya ni llorar es bueno… callí (sic) en el plan como pato en la laguna. Ora ya me llevó la… pero no olvide, patroncito, que en esta vida todo se paga”.
El juicio pasó a Guadalajara, donde los tres implicados fueron condenados a muerte. El padre se esforzó por salvar la vida del hijo, solicitó el indulto al gobernador y al presidente don Porfirio Díaz; el abogado defensor, Lic. Ventura Anaya y Aranda, encontró en el proceso grandes fallas de la ley, como la simulada confesión, pero nada lograron. Al telegrama del padre del asesino, don Porfirio Díaz respondió que si el accediera a otorgar el indulto, estaría invadiendo derechos ajenos y faltaría a la Ley, solo podía ofrecerle tratar el asunto con el gobernador Curiel. La condena se ejecutó el 19 de agosto de 1897; los tres fueron fusilados, al estar frente al paredón, José V. Gutiérrez se negó a ser vendado y Carbajal siguió su ejemplo. Después de sepultar a su hijo, puso un telegrama a su hija, deciendole: “ya quedará satisfecha tu venganza”, Paula contestó: “Ya puedo apellidarme Gutiérrez. [firmó] Paula Gutiérrez viuda de Bobadilla”. Hasta ese momento y desde la muerte de su esposo, ella firmaba Paula de Bobadilla. Al quedar viuda y sin hijos adoptó niños huérfanos y apoyó a los pobres vergonzantes, al morir dejó su cuantiosa herencia a Felipe Cisneros, quien cumplió sus deseos y formó una institución de beneficencia privada: “Paula Gutiérrez y Felipe Cisneros” para sostener escuelas y un hospital.
Este crimen ocurrido en Sayula, impactó la sociedad del sur de Jalisco, inclusosurgió un corrido donde se lamentaba la muerte de Bobadilla y durante años se relataba en las reuniones, el cronista de Guadalajara, Luis Páez B., así como otros autores, le dedicaron algunas páginas a este hecho. El asesino, J. V. Gutiérrez adquiere matices contradictorios, cuando se lee la poesía que escribió en la penitenciaría de Guadalajara, como el siguiente fragmento: “No culpéis, como muchos ignorantes, / a los hombres del mando encomendados, / culpad a los hambrientos mendicantes/ que venden su opinión desvergonzados / y burlando a los buenos gobernantes / ¿qué puede hacer un general sin los soldados? / ¿Qué de la misma razón si se extravía /en el caos de la imbécil mayoría?”. En otro dice: “Pero en fin, a mi me toca / morir como loco-cuerdo/ dejándote este recuerdo / de mi pobre lira loca”.
Es posible conjeturar que Juan Rulfo se inspirara en los personajes, José Bobadilla y los Gutiérrez, padre e hijo, para crear a Pedro Páramo, pues el abuelo del novelista, Lic. Severiano Pérez Jiménez, había sido compadre de Bobadilla, la muerte del hombre que “sentado en un equipal, recibió la fatídica cuchillada”, recuerda la de Páramo; y la condena a muerte del asesino responde, la cuestión planteada por Munguía, el cronista de Sayula: "¿Qué puede deber un hombre, que con la vida no pague?