BARCELONA / ESP.- La República Democrática del Congo es un país con una riqueza natural incomparable, pero con una historia marcada por la violencia, el abuso de poder, la explotación y el sufrimiento.
Atrapado en una guerra que dura ya 25 años, el país se encuentra devastado debido a la presencia de grupos armados que dominan con una violencia extrema, y a la lucha por el control de los recursos naturales que beneficia a empresas extranjeras y no a la población local. En consecuencia, una gran parte de la población se ha visto obligada a abandonar sus hogares en busca de seguridad, siendo sus habitantes víctimas colaterales de este conflicto prolongado, viviendo en condiciones precarias y sin poder acceder a los servicios más básicos.
El Congo es una fuente clave de recursos minerales esenciales como el oro, el diamante y el cobre, entre otros, y dispone de más del 50% de las reservas mundiales de cobalto y alrededor del 80% de las reservas de coltán, un compuesto estratégico para el avance tecnológico debido a sus propiedades. Estos recursos se aplican en los campos de la tecnología y los vehículos eléctricos, en la telefonía móvil, la fabricación de ordenadores, videojuegos y armas inteligentes, e incluso en la medicina y la industria aeroespacial, constituyendo una de las principales causas de los conflictos bélicos que han llevado a su crisis humanitaria a unos niveles sin precedentes.
¿Qué pasa hoy en El Congo?
Tras las elecciones nacionales de diciembre de 2023, marcadas por el fraude y la violencia, los enfrentamientos entre militares e insurgentes, especialmente el grupo rebelde M23 y las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF), se han intensificado, agravando la situación en la zona este del país. Estos conflictos aumentaron drásticamente en febrero de 2024, empeorando las condiciones humanitarias.
El M23, compuesto principalmente por tutsis y con vínculos con Ruanda y Uganda, y la ADF, una milicia afiliada a ISIS, son dos de los más de 100 grupos armados que operan en la región. La violencia política exacerbada por las elecciones ha sumido al país en un desorden desmedido, con ataques y violaciones contra civiles, incluidos infantes, que se acrecentaron abruptamente en este 2024. En marzo del corriente año, la ONU informó que el número de habitantes desplazados internos había alcanzado los 7.2 millones, y que 23.4 millones sufren de inseguridad alimentaria; siendo estas las cifras más altas del mundo.
Los grupos armados financian sus actividades a través del comercio de los minerales de la región, con ingresos estimados en cientos de millones de dólares. Compiten ferozmente por el control de las minas más valiosas, utilizando la violencia para mantener el dominio y asegurar el flujo de recursos. La explotación y el comercio ilícitos de estos recursos perpetúan el conflicto, exacerbando la falta de desarrollo económico y político desde la independencia del país.
Recursos naturales y corrupción
A pesar de sus vastos recursos naturales, la explotación minera suele beneficiar a empresas extranjeras y no a la población local. La minería, en lugar de ser una fuente de desarrollo, se ha convertido en un factor de conflicto y explotación, financiando a grupos armados y perpetuando la violencia y la esclavitud. En la actualidad, más de 40.000 infantes trabajan en peligrosas minas, sin obtener ningún tipo de pago, jugándose la vida en condiciones inhumanas para generar beneficios a grandes multinacionales como Apple, Microsoft o Samsung.
La corrupción gubernamental y la mala gestión de los recursos han obstaculizado el desarrollo. Los fondos que podrían mejorar la infraestructura y los servicios básicos terminan en manos del funcionariado corrupto, perpetuando la pobreza y la desigualdad, y, lo más inaceptable, normalizando la esclavitud.
- Industria de la tecnología y vehículos eléctricos: la producción de cobalto del país es un mineral indispensable para las baterías de iones de litio que se utilizan en vehículos eléctricos, laptops y smartphones. La región de Katanga, en el sur de la RDC, contiene más de la mitad de los recursos mundiales de cobalto, y el país produce más del 70% del cobalto mundial. La demanda de este mineral se especula que se cuadruplicará para 2030, impulsada por el crecimiento de la industria de vehículos eléctricos, quitando cualquier posibilidad de mejora de la situación.
- Industria de joyería y electrodomésticos: otros minerales locales son utilizados en la fabricación de componentes para electrodomésticos, teléfonos móviles, vehículos eléctricos y joyería.
- Empresas de tecnología global: Varias empresas de tecnología han reconocido la importancia del cobalto congoleño para sus operaciones. En 2019, BMW Group, BASF, Samsung SDI, Samsung Electronics y Volkswagen, lanzaron la iniciativa "Cobalt for Development" (Cobalto para el desarrollo) para promover prácticas mineras más seguras y éticas en la RDC. Sin embargo, la explotación de estos recursos continúa suscitando graves faltas a los derechos humanos, como el trabajo infantil y las peligrosas condiciones de trabajo. Algunas compañías han optado por no adquirir cobalto de la RDC para evitar dañar su imagen de marca, aunque esta estrategia no es sostenible a largo plazo debido a la alta demanda mundial de este metal.
- Dependencia de empresas chinas: BYD, una de las principales compañías chinas de vehículos eléctricos y baterías recargables del mundo, utiliza cobalto de la RDC para la fabricación de baterías de iones de litio. Por otra parte, Sicomines, una empresa conjunta entre China y la RDC para la extracción de cobre y cobalto, involucra a grandes firmas chinas como Sinohydro y China Railway Group, y a otras empresas tecnológicas chinas que producen teléfonos móviles, ordenadores portátiles y otros dispositivos electrónicos que también dependen del cobalto y el cobre de la RDC para la fabricación de componentes.
La historia de un genocidio
Desde 1885 hasta 1908, el territorio de la actual República Democrática del Congo fue conocido como Estado Libre del Congo, bajo el dominio del rey belga Leopoldo II, quien explotó cruelmente los recursos y la población, llevando a una creciente presión internacional que lo obligó a ceder el control al Estado belga en 1908. Dicho Estado implementó políticas paternalistas que impusieron enseñanzas católicas y occidentales a la población nativa, generando descontento y fomentando el nacionalismo.
En 1959, las manifestaciones crecieron de manera que forzaron a Bélgica a reconocer la independencia del Congo en 1960. Joseph Kasavubu fue nombrado presidente y Patrice Lumumba, primer ministro que por primera vez en la historia del país fue elegido democráticamanete. Lumumba fue un líder anticolonialista que intentó gobernar con un programa de izquierda en un breve período marcado por la Crisis del Congo. Esta crisis se promovió debido a su discurso de independencia y de crítica al colonialismo, que molestó a los sectores de poder internacionales al punto de ser derrocado en septiembre de 1960 mediante un golpe de Estado, respaldado por el presidente Kasa-Vubu y liderado por el coronel Joseph Désiré Mobutu, quien estableció una dictadura de partido único y que años más tarde fue acusado de corrupción y malversación de fondos públicos. Lumumba fue asesinado en 1961, pero su legado perdura, siendo reconocido como héroe nacional en 1966.
Desde 1996, el este del Congo ha sido escenario de una violencia extrema, iniciada tras el Genocidio de Ruanda en 1994, cuando extremistas hutus mataron a un millón de tutsis y hutus moderados. La Primera Guerra del Congo (1996-1997) comenzó con la invasión del Zaire (ahora RDC) por tropas ruandesas y milicias tutsis, provocando la caída del dictador Mobutu Sese Seko y la instalación de Laurent Kabila como presidente. La Segunda Guerra del Congo (1998-2002) fue aún más devastadora, con múltiples países africanos involucrados y un saldo de millones de muertes. Aunque un acuerdo de paz se implementó en 2002, la región oriental del Congo ha continuado siendo un campo de batalla, con numerosos grupos rebeldes luchando por el control de los recursos naturales.
Crisis humanitaria
La crisis humanitaria en la República Democrática del Congo (RDC) es una de las más graves y complejas a nivel mundial. La falta de acceso a alimentos y servicios básicos, y la esclavitud infantil, entre otras dificultades, han llevado al Congo a una emergencia sanitaria generada por la desnutrición y graves enfermedades. Las infraestructuras de salud y alimentación son insuficientes para cubrir las necesidades de millones de habitantes y comunidades afectadas por el conflicto, dado que El Congo también alberga a personas refugiadas de países vecinos, como Burundi y Sudán del Sur, lo que añade presión sobre los recursos ya limitados.
Desde octubre de 2023, al menos 500,000 personas han sido desplazadas de sus hogares, sumándose a los 6.3 millones de desplazados internos, especialmente en las provincias de Ituri, Kivu Norte y Kivu Sur. La crisis ha exacerbado el hambre, con niveles multiplicados por ocho debido a la pérdida de cosechas y la escasez de alimentos. Además, millones de personas carecen de acceso a agua potable y se ven obligadas a consumir agua de fuentes potencialmente contaminadas. El país también enfrenta el segundo brote de ébola más grave del mundo, después de la epidemia de África Occidental de 2015. La violencia y los conflictos perpetúan una situación de urgencia humanitaria, provocando más desplazamientos y exacerbando la crisis.
Actualmente, más de trece millones de personas necesitan ayuda humanitaria urgente, y se estima que se requieren más de 2.000 millones de dólares para atender a las 26 millones de personas afectadas.
Esperanza y desafíos
El camino hacia la paz y la estabilidad en El Congo no será posible hasta que se lleve a cabo un plan a nivel mundial de regulación sobre las empresas que se benefician de los recursos del país, incluyendo mecanismos de control sobre los partidos políticos corruptos que utilizan el conflicto para favorecer a los grupos de poder.
De nada sirve que la ONU haga múltiples despliegues de fuerzas de paz, o que la Comunidad de Desarrollo de Sudáfrica (SADC) y la Comunidad de África Oriental (CEA) envíen tropas para intentar estabilizar la región, si no se pone un freno a la explotación derivada en esclavitud que sin escrúpulos llevan a cabo las corporaciones multinacionales con apoyo político de numerosos países del mundo. La comunidad internacional debe dejar de mirar a otro lado y abordar de manera urgente las raíces del conflicto, denunciando e impidiendo que los grandes grupos económicos continúen enriqueciéndose a base de impunidad, abusos y medios absolutamente inhumanos.
Bárbara Balbo para Prensamérica Esáña.