LA LITERATURA ECUATORIANA HA RESCATADO ESTE MOMENTO HISTÓRICO QUE CON EL PASO VERTIGINOSO DEL TIEMPO TIENDE A CAER EN EL OLVIDO. ESTE BREVE ARTÍCULO RECUERDA LA MASACRE DE 1922 Y A QUIENES LO RETRATARON EN LA FICCIÓN.
Por: Santiago Aguilar, periodista y docente en la Universidad Central del Ecuador
“Alaridos y quejas. El silbido cortante de las balas. El olor a pólvora. El inclemente martilleo de las ametralladoras (…) Las quijadas abiertas, los ojos saltados, los brazos queriendo subir y subir para escapar por algún lado. Los niños con las manos crispadas, arrugando las mantas de las madres, chillando las facciones paralizadas. Y sin armas, carajo, con qué matar soldados y generales”. Así retrataba el escritor ecuatoriano Alfredo Pareja Diezcanseco la masacre ocurrida el 15 de noviembre de 1922, en Guayaquil, un hecho que la historia reconoce como el bautizo de sangre de la clase obrera en el Ecuador.
Guayaquil fue el centro y origen del movimiento obrero ecuatoriano. Allí existían, como anota Oswaldo Albornoz Peralta, “fabricas de fideos y galletas, de sacos y calzados, de colas y aguardientes, de fósforos y cigarrillos, de escobas y de hielo (…) también aserríos, piladoras, curtiembres, jabonerías y cervecerías”. Influidas por la Revolución Rusa (1917), en Guayaquil surgieron las primeras organizaciones provinciales y, en años posteriores, se reunieron los primeros congresos nacionales.
El movimiento que desembocó en el masivo asesinato se inició con la huelga de los trabajadores ferroviarios de Durán, el 17 de octubre de 1922, cuando recibieron el respaldo de las tres centrales existentes: la Federación de Trabajadores Regional Ecuatoriana (que cobijaba a 32 organizaciones), la Asociación Gremial del Astillero y la Confederación Obrera del Guayas.
La movilización no se limitó al enfrentamiento entre empresas y obreros, sino que llegó a transformarse en una lucha solidaria que incluía a los artesanos, obreros portuarios y subempleados, entre otros. Un total de 53 organizaciones participaron en la huelga, con los mismos requerimientos en sus pliegos; aumento de salarios, jornada laboral de 8 horas, libertad de organización, pago de jornadas extraordinarias e indemnización por despidos intempestivos.
La mañana del 15 de noviembre, el general Enrique Barriga, Jefe de Zona Guayaquil, recibió una orden telegráfica, tan lacónica y precisa que no dejaba lugar a la dubitación, de parte del presidente del Ecuador, José Luis Tamayo. “Espero que mañana, a las seis de la tarde, me informe que ha vuelto la tranquilidad de Guayaquil, cueste lo que cueste, para lo cual queda Ud. autorizado. Pdte. Tamayo”.
Pese a que no existe un acuerdo sobre el número de muertos de aquel día, los historiadores del movimiento obrero ecuatoriano hablan más de mil asesinados, porque miles fueron los que caminaron y protestaban frente a la Gobernación del Guayas. El escritor ecuatoriano Joaquín Gallegos Lara escribió una novela que cuenta los sucesos de ese día. LAS CRUCES SOBRE EL AGUA (1946). Así retrató el artista la crueldad de los hechos ocurridos hace ya noventa y seis años:
“Sobre el cuadriculado de las piedras que el sol tostaba, hombres, chicos, mujeres, rodaban, tiesos y aun retorciéndose. Eran gente como ellos, que salían de iguales covachas y comían la misma hambre. Y eran chicos muchísimos Eran zapateadores de rayuela, vendedores de diarios, betuneros, chicos, como hoy y sus hijos y como ellos un día”. La masacre fue de tal magnitud que los cuerpos que se contaban por cientos en las calles fueron arrojados, con los vientres abiertos, al río Guayas para ocultar el crimen.
Alfredo Pareja Diezcanseco, que tenía 14 años de edad cuando ocurrió la masacre, contó: "El batallón Marañón rodeó a la gente y comenzó a matarla. Dieron bala todo el día (…) En mi bicicleta salían al día siguiente de la catástrofe y vi mucha sangre por toda la ciudad. Yo vivía en un departamento bajo de la calle Rocafuerte y por ahí pasaban los vagones del ferrocarril de la aduana llenos de cadáveres”. De ese recuerdo se valdría para años más tarde, escribir esa escena del 15 de noviembre en su Bardomera (1938). Las cruces sobre el agua, Bardomera y Los animales puros (1946) son sólo algunas de las novelas en los que esta escena trágica ha sido representada. Esos relatos deberían ser pura ficción. Serían fantásticos.