El concepto de la «banalidad del mal» nos invita a reflexionar sobre la naturaleza humana y la responsabilidad moral. Fue acuñado por la filósofa política Hannah Arendt en su obra «Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal», en la que argumentaba que las atrocidades más terribles de la historia no solo fueron cometidas por monstruos, sino también por personas comunes que aceptaban el sistema y sus reglas sin cuestionarlas.
De esta manera, Arendt expone que el mal no es una cualidad inherente a algunos individuos malvados, sino una consecuencia de la falta de pensamiento, conciencia y juicio, y que se vuelve banal cuando se realiza como un procedimiento burocrático, ejecutado por un funcionariado que obedece órdenes sin objeción alguna. La filósofa ilustró este fenómeno con el caso de Adolf Eichmann, uno de los principales responsables del Holocausto judío que fue juzgado en Jerusalén en 1961, y al que consideró un hombre corriente que se refugiaba en las ideologías y las normas del sistema totalitario nazi.
No obstante, este concepto puede adoptar otras formas de contenido ideológico en la sociedad contemporánea, como por ejemplo, la violencia de género, el racismo, la corrupción, la explotación laboral, el consumismo y el ecocidio, entre otros. Estos casos evidencian que el mal puede ser trivializado, normalizado y justificado por las masas, mediante el uso de la propaganda, el relativismo, el sentimentalismo, el fanatismo, el conformismo, el individualismo, etc.; impidiendo el desarrollo de una ética y una política basadas en el respeto a la dignidad humana, el bien común y la justicia.
Banalidades de hoy
La banalidad del mal se manifiesta hoy en día en diversos aspectos de la vida cotidiana, donde las personas pueden incurrir o consentir injusticias de distinta magnitud sin ser conscientes de su gravedad o de su repercusión social, ya sea por ignorancia, indiferencia, o por la aceptación acrítica de las normas sociales y políticas.
Un ejemplo de ello es la manipulación informativa. Algunos medios de comunicación recurren a técnicas de persuasión, distorsión o falsificación de la información, que pueden incidir en la opinión pública y en las decisiones políticas, y que banalizan el mal al encubrir, justificar o legitimar acciones o discursos nocivos para la sociedad. Esta práctica atenta contra el derecho a la información veraz y el deber de la responsabilidad social de los medios, y puede generar desinformación, polarización, apatía, conformismo o fanatismo, dificultando el ejercicio de una ciudadanía crítica y participativa.
Política, Cultura y Educación
La política, la cultura y la educación juegan un papel crucial en la perpetuación de la banalidad del mal. En lo que respecta a la política, observamos que los y las líderes de partidos políticos pueden normalizar comportamientos destructivos o injustos a través de su retórica y acciones, impactando directamente en la opinión de una gran parte de la ciudadanía. La reciente resurgencia de la ultraderecha en todo el mundo es un claro ejemplo de ello. Seguidoras y seguidores de esta ideología tienen la convicción de estar defendiendo a sus comunidades y sus tradiciones, sin embargo, estas acciones y creencias pueden tener efectos perjudiciales para la sociedad en su conjunto, tal como sucede en relación al cambio climático, tema que suele ser considerado por estos movimientos como una conspiración, y no como una consecuencia de las malas gestiones derivadas de los intereses económicos de grandes corporaciones y de la corrupción implementada para satisfacer dichas ambiciones de poder.
La cultura, por su parte, al ser un conjunto de valores, creencias, costumbres, lenguajes, símbolos y expresiones que caracterizan a una sociedad, puede actuar como factor de cohesión, identidad y diversidad, pero también como un instrumento de dominación, manipulación y exclusión. Es así como la cultura tiene la posibilidad de perpetuar estereotipos y prejuicios que llevan a la discriminación y la violencia cuando se basa en la intolerancia, el etnocentrismo, el fundamentalismo o el fanatismo. Un ejemplo de este fenómeno es, entre muchos otros, el racismo, el cual se manifiesta mediante una actitud de superioridad de una raza sobre otra, y que se traduce en actos de segregación, explotación, persecución o genocidio. Este puede ser fomentado por la cultura cuando se difunden mitos, falsedades o estigmas sobre los grupos étnicos diferentes, y se niega su dignidad, su historia o su aportación.
Por otro lado, la educación tiene un papel fundamental en la lucha contra la banalidad del mal. Desde la infancia hasta la juventud, la educación puede fomentar el pensamiento crítico, la empatía y la conciencia social. Sin embargo, si esta se utiliza para inculcar obediencia ciega a la autoridad, puede contribuir a la expansión de este concepto.
Aunque pueda parecer un concepto perturbador, «la banalidad del mal» resulta ser una herramienta poderosa que nos ayuda a entender y combatir las injusticias. Al saber reconocer cómo y cuándo el mal se vuelve banal en nuestra sociedad, podemos enfrentarlo desde una perspectiva amplia, tanto ética como política. Principalmente, recuperando el sentido de la trascendencia, la conciencia crítica, la resistencia frente al sometimiento y la sumisión social, y rehumanizando nuestras relaciones. El mal no es una esencia, sino una acción que puede ser cometida o consentida por cualquier persona que renuncia a su capacidad de pensar, sentir y juzgar por sí misma, por lo cual, es prioritario y urgente que desarrollemos un criterio propio en base a cuestionar la información que recibimos, investigar para despejar cualquier duda, y actuar en consecuencia para construir una sociedad más justa, solidaria y compasiva.
Bárbara Balbo.