Si consideramos a la justicia como ¨el arte de hacer lo justo¨, y de ¨dar a cada uno lo suyo¨, podemos considerar básicamente que la justicia es la virtud de cumplir y respetar el derecho, es exigir derechos y poder entregar derechos a los demás.
No obstante, la justicia no es dar y entregar bienes a todos los ciudadanos, es saber y decidir a quién le pertenecen esos bienes por derecho. Lejos de solamente una retribución material, es también la obtención de una igualdad de oportunidades en el acceso al poder, a la posibilidad de participar en diferentes espacios públicos o en el acceso al conocimiento. Es también tener la certeza de que la ciudadanía tiene los mismos derechos y que no existen ciudadanías de “segunda categoría”. La justicia es moral, equidad y honradez; en ese sentido, es la voluntad constante de entregar a cada uno lo que realmente es suyo y a lo que por ley se tiene derecho. Es un sentimiento de rectitud que gobierna la conducta y hace acatar debidamente tanto derechos como los deberes.
Lejos de todo eso, nuestra sociedad contemporánea se define por un creciente sentimiento de injusticia. Asistimos indefensos a una permanente violación de los derechos sociales, económicos, políticos, culturales y ambientales, para finalmente terminar con un aumento galopante en la desigualdad. Lo anterior genera en algunas personas el sentimiento de que la ley se aplica de manera diferenciada y en dependencia de quienes somos en la sociedad.
Si partimos del supuesto de que la ley es la fuerza suprema de una sociedad, si nadie está por encima de la ley, si esta es neutral y objetiva y debe aplicarse en todo su rigor, ¿por qué nos enfrentamos a un sentimiento de injusticia? Quizá se deba a que la ausencia de justicia es cognoscible por el hecho de que la justicia es universal, y pese a que la justicia humana no puede ser exhaustiva y abarcar todos los ámbitos; es que su aplicación se organiza y es dependiente de la ley como medida transitoria de la justicia. Por esta razón, es necesario que la justicia tenga su complemento en la equidad, la cual se nos presenta como una virtud que podría subsanar las omisiones o errores de la ley en su aplicación rigorista. Con la equidad viene también lo justo, y ambas se complementan.
Nuevamente apelo al diálogo y principalmente al despertar de la consciencia de nuestros gobernantes, pues no podemos fracturar nuestra sociedad en varios sectores y sobre todo oponerlos unos en contra de los otros. El pueblo no soporta más los groseros privilegios de unos cuantos, nuestra clase media no puede dar más, nuestros sueños se están desvaneciendo. Si a todo lo anterior le sumamos los efectos de la pandemia, habrá terreno fértil para cualquier eventualidad, incluso alguna no deseable. Debemos repensar nuestra sociedad y estudiar el papel de cada sector en base de su aporte, analizándolo desde el punto de vista de la equidad. Que construyamos una visión país y no una individualista, es mi anhelo.
Philippe Quesada Jassoud / Gran Maestro.