BARCELONA/ESP.- El acceso a la información hoy en día tiene un alcance universal y está al servicio de toda la sociedad. No obstante, es cada vez más común encontrarse con discursos cargados de opiniones personalistas que se presentan como verdades absolutas. En lugar de ofrecer un análisis riguroso, algunas voces expertas recurren a afirmaciones moralistas que apelan al miedo y la alarma según sus propias creencias, erosionando la credibilidad de la ciencia y aumentando la confusión colectiva.
Entre estas narrativas, destaca la promoción del modelo meritocrático, que sostiene que el éxito depende exclusivamente del esfuerzo individual. Este enfoque, además de simplificar en exceso la realidad, fomenta la ansiedad colectiva al ignorar las desigualdades sociales, económicas y psicológicas que condicionan las oportunidades de las personas. Al mismo tiempo, refuerza un discurso político alineado con ideologías conservadoras y extremistas, que utilizan el miedo y el odio como herramientas estratégicas. En lugar de aportar claridad, estas intervenciones terminan distorsionando la realidad y alejándonos de una comprensión profunda de los problemas que afectan a nuestra sociedad.
La meritocracia y la culpa: un modelo que genera ansiedad
El discurso de personalidades mediáticas, como el caso de la psiquiatra española Marian Rojas Estapé, aunque aparentemente respaldado por argumentos científicos, presenta una interpretación simplista de la realidad. Su adhesión al modelo meritocrático, que defiende que el éxito depende exclusivamente del esfuerzo individual, ignora las profundas desigualdades sociales, económicas y psicológicas que moldean las oportunidades de las personas. Este enfoque no solo distorsiona la complejidad de los factores que determinan el bienestar, sino que también puede generar sentimientos de culpa en quienes, pese a su dedicación, no logran alcanzar el éxito prometido.
En su última intervención en el programa de televisión española El Hormiguero, Rojas Estapé afirmó que las redes sociales y la sobreexposición a las pantallas son las principales causas de los problemas sociales y psicológicos de la juventud. Sin embargo, esta explicación omite factores clave como la presión social y la crisis económica. Además, reduce el bienestar y el éxito a una cuestión meramente personal, responsabilizando a los individuos por problemas como la ansiedad o la depresión. Asimismo, la psiquiatra sostiene que el uso de pantallas está "destruyendo una generación", basándose en la premisa de que la tecnología reemplaza las interacciones humanas y reduce nuestra capacidad de empatizar. Sin embargo, el problema real no es la tecnología en sí, sino el uso irresponsable de esta y la falta de una educación emocional adecuada.
Esta perspectiva, además, contribuye a un círculo vicioso: la presión por "trabajar más" y "ser feliz" puede, en realidad, incrementar la ansiedad, una emoción frecuentemente asociada al uso excesivo de redes sociales. De esta forma, las supuestas soluciones "científicas" presentadas por Rojas Estapé terminan convirtiéndose en una carga emocional para muchas personas, que sienten que sus esfuerzos nunca son suficientes.
Analizando sus discursos, es relevante señalar que su enfoque puede estar alineado con sus creencias religiosas, dado que, como miembro del Opus Dei, una institución con una fuerte orientación meritocrática, ha destacado en varias ocasiones la importancia de la fe y el esfuerzo, no solo para alcanzar el bienestar, sino para lograr la felicidad. No obstante, según la ciencia y la psicología, la felicidad es un estado de bienestar muy subjetivo que deriva de una interacción entre factores emocionales, cognitivos, sociales y biológicos, y que varía notablemente en base a cada individuo y contexto. Debido a esto, tras sus últimas intervenciones en los medios, un gran número de profesionales de las ciencias sintieron la necesidad de desmentir públicamente que este discurso tuviera algún tipo de respaldo científico.
La competitividad y la ambición desmedidas como obstáculos para la empatía
Más allá de la culpabilización asociada al uso de pantallas, otro aspecto que pasa desapercibido en estos discursos es la influencia de la competitividad y la ambición desmedidas. Las mismas fuerzas que alimentan el éxito individual a toda costa son las que erosionan nuestra capacidad para conectar emocionalmente con otras personas, afectando directamente nuestra capacidad de empatizar. Cuando se nos inculca que el bienestar solo se alcanza mediante el esfuerzo personal, el sacrificio y la superación continua, comenzamos a percibir nuestro entorno como una competición en lugar de una comunidad o un equipo.
La presión por ser “más” y “mejor” a través de la productividad y el rendimiento está estrechamente ligada a una crisis de empatía que afecta a las sociedades modernas. Sin embargo, no son las pantallas las que la originan. Más bien, estas actúan como un reflejo de una crisis más profunda: la dificultad de conectar emocionalmente en un entorno donde el éxito personal se persigue bajo una constante exigencia, sin un verdadero sentido de comunidad o apoyo mutuo.
Herramientas neurocientíficas: ¿qué son realmente y cómo se abusan?
Las herramientas neurocientíficas ofrecen un valioso aporte para comprender el funcionamiento de nuestras emociones y relaciones. Estudios sobre motivación, gestión del tiempo y regulación emocional nos permiten entender cómo el cerebro responde a estímulos, de qué manera el estrés impacta en nuestras capacidades cognitivas y cómo las interacciones sociales influyen en nuestro bienestar. No obstante, estos conceptos son intrínsecamente complejos y no deben simplificarse en afirmaciones reduccionistas que, lejos de aportar soluciones reales y sostenibles, generan mayor preocupación y confusión.
Un ejemplo de este reduccionismo es la afirmación de Rojas Estapé de que las redes sociales “te destruyen” debido a la dopamina que generan. Aunque esta sustancia desempeña un papel crucial en los procesos de recompensa y motivación, atribuir los efectos de la tecnología a un simple desequilibrio químico resulta una visión extremadamente limitada. Elementos como el tipo de interacciones en línea, el tiempo dedicado a las plataformas y la actitud con la que las utilizamos también juegan un rol fundamental en nuestro bienestar.
Un llamado a la responsabilidad profesional
Las personas que se dedican profesionalmente al ámbito científico tienen la responsabilidad de evitar narrativas moralistas que dicten lo que está “bien” o “mal”. En su lugar, deben ofrecer información precisa y rigurosa que permita comprender cómo nuestras conductas se relacionan con la biología y el contexto social, favoreciendo decisiones más conscientes e informadas para nuestro bienestar.
El verdadero desafío radica en la falta de una educación emocional que ayude a gestionar las emociones y las relaciones de manera saludable. La solución no está en demonizar las pantallas ni en reforzar la idea de que el éxito depende solo del esfuerzo individual, sino en fomentar un uso consciente de la tecnología y desarrollar habilidades que permitan equilibrar la vida digital y real.
La divulgación mediática sobre los beneficios de herramientas como la motivación y el ejercicio puede ser positiva, pero debe promoverse con ética profesional y responsabilidad social, evitando presentarlas como soluciones mágicas. Para abordar el malestar, tanto físico como mental, es imprescindible un enfoque integral que considere los factores sociales, emocionales y estructurales que lo determinan.
Un verdadero compromiso con la salud mental implica ir más allá de narrativas simplistas y soluciones superficiales o, peor aún, comerciales. Es fundamental que quienes tienen influencia en este ámbito asuman su responsabilidad con ética, ofreciendo análisis que aborden la complejidad del bienestar humano sin caer en reduccionismos fáciles de vender.
Bárbara Balbo.