La elección popular del Poder Judicial no democratiza nada: degrada, banaliza y convierte la toga en disfraz. Se juega a la democracia como se juega a la ruleta: sin reglas claras, sin ciudadanía informada y sin instituciones sólidas. El resultado es un simulacro electoral, una mascarada de participación donde el mérito se ahoga entre memes, marketing y mediocridad. La justicia, otrora símbolo de sobriedad y equilibrio, ha sido arrojada al algoritmo.
No se escribe una columna: se levanta un acta de defunción institucional. Nos muestra a los sinvergüenzas que buscan viralidad, a los cínicos que cooptan el proceso con impunidad, a los ingenuos que aún creen en el mérito, a los impostores disfrazados de jueces y a los bienintencionados que resisten con dignidad, pero sin poder. Cada perfil es una pieza del rompecabezas de la descomposición. Cada campaña, un síntoma de que hemos cruzado el umbral donde la justicia ya no se elige: se vende, se simula o se improvisa.
Lo trágico no es que unos ganen, sino que todos perdamos. Porque lo que está en juego no es un cargo, sino la idea misma de justicia. La legitimidad no se construye en TikTok ni en plazas públicas, sino con procesos creíbles, ciudadanía informada y estructuras firmes. Hoy no elegimos jueces: los estamos condenando al espectáculo. Y con ellos, nos condenamos todos.”